El Club de las Ánimas

Capítulo 01. ¿Cuál es tu nombre?

El Club de las Ánimas

Por
Eliacim Dávila

Capítulo 01
¿Cuál es tu nombre?

El espectro no supo cuándo ocurrió exactamente. Sin embargo, cuando se dio cuenta, el espíritu de aquella enfermera la tenía tomada de su mano derecha, y la guiaba con suavidad  entre la neblina, calle abajo. Sus pies se movían por sí solos, sin saber exactamente qué debía hacer o decir para oponerse, o si acaso oponerse era lo que quería.

Hacía mucho tiempo de la última vez que alguien se le había acercado, o dirigido la palabra, como para llegar a una situación así. Aquel era un terreno que le resultaba casi por completo desconocido.

—¿A dónde vamos…? —Preguntó el espectro de negro, con temor en su voz.

—Ya te dije —respondió divertida la muchacha de blanco—. Vamos a mi departamento para que podamos hablar tranquilamente.

—¿Tienes un departamento…? —Pronunció el espectro, sorprendida.

—¡Sí!, es bastante amplio y de renta accesible.

—¿Pagas renta…?

Luego de unos minutos, las dos se encontraron justo enfrente de un viejo edificio, sobre una calle sin luz. La muchacha dirigió a su invitada hacia el interior del inmueble a través de unas rejas oxidadas, cerradas con gruesas cadenas y un candado. Poco después comenzaron a subir por unas viejas escaleras que, si acaso alguno de los dos espíritus hubiera tenido un peso real, posiblemente éstas se hubieran desmoronado debajo de sus pies.

—Ahora vivo sola —comentó la muchacha de blanco mientras subían—. Pero hace mucho compartía casa con una linda familia, pero se fueron porque decían que aquí los asustaban. Es extraño, pues a mí nunca nadie me ha asustado desde que vivo aquí.

Una vez que llegaron al tercer piso, caminaron por el pasillo hasta la segunda puerta con el número 28. La muchacha de blanco no uso ninguna llave, pues con tan sólo posar su mano en el pomo la puerta se abrió.

El departamento era amplio, como había dicho. Y también era oscuro, con sábanas polvorientas cubriendo los gastados muebles, telarañas acumulándose en los rincones, junto con manchas de humedad y pintura descarapelándose en las paredes.

Era hermosísimo.

—Pasa —le indicó la muchacha al espectro, y ella se dirigió hacia otra habitación que parecía ser la cocina—. Toma asiento, yo enseguida vuelvo.

El espectro aún no comprendía qué hacía ahí, pero igual hizo lo que le habían indicado. Caminó hacia uno de los sillones cubiertos de la oscura sala, el más largo de ellos, y se sentó en uno de sus extremos, levantando motas de polvo que surcaron el aire.

Suspiró con cansancio y tristeza, y no tardó mucho en volver a sollozar. Se cubrió el rostro con ambas manos, dejando escapar alaridos similares a los que había soltado en la calle, pero relativamente más despacio. Pero podrían haber aumentado de volumen fácilmente, sino fuera porque algo la distrajo en ese momento.

No estaba sola en esa sala.

No estaba sola en ese sillón.

Apartó sus manos de su rostro y se viró lentamente hacia su izquierda. Y ahí divisó a otra persona, sentada en el otro extremo del sillón, y que podría haber jurado que no estaba ahí cuando entró. Al inicio no pudo entender con claridad su forma, pero poco a poco logró darse cuenta de que se trataba de una mujer.

Aquella extraña tenía el cuerpo delgado, piel morena y hermoso cabello negro largo. Usaba un muy ligero vestido gris, y sus pies estaban descalzos. Era hermosa… salvo por el pequeño detalle adicional de que su rostro era enteramente el de un caballo café, con ojos grandes y negros, enfocados fijos al frente. Estaba totalmente quieta, como una estatua o un maniquí.

—Ah… ¿Hola? —Susurró vacilante el espectro de negro, pero la mujer con cara de caballo no reaccionó. Se quedó mirando fijamente en la misma dirección sin moverse, apenas parpadeando de vez en cuando.

Un poco incómoda, el espectro de negro se apartó lo más que aquel sillón le permitió.

—Disculpa —pronunció con la suficiente fuerza como para que su anfitriona la pudiera escuchar—. Hay alguien más aquí…

La muchacha de blanco asomó su cabeza por la puerta de la cocina para ver.

—Ah, hola Sigua —exclamó la enfermera con completa naturalidad—. No sabía que estabas aquí. ¿Quieres una taza?

La cabeza de caballo de aquella mujer se movió hacia arriba y hacia abajo, y por algún motivo el que se moviera repentinamente le causó aún más incomodidad al espectro de negro de lo que le causaba que estuviera quieta. La muchacha de blanco volvió a perderse detrás del muro, antes de que el espectro pudiera preguntarle más o decir algo.

Los siguientes minutos resultaron más largos de lo esperado, en los cuales ambas mujeres en la sala sólo se quedaron ahí sentadas, sin decir ni hacer nada. El espectro salido del agua ya ni siquiera se sentía con ánimos de llorar… por el momento.



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En el texto hay: humor, fantasmas, mexico

Editado: 06.10.2022

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