El Club de las Ánimas
Por
Eliacim Dávila
Capítulo 02
Déjame darte una mano
—¿Tus hijos? —Musitó despacio Eulalia, un poco sorprendida—. Las leyendas que he oído sobre La Llorona dicen que sus hijos murieron ahogados. ¿Es así? —El espectro de negro asintió sin mirarla—. ¿También son no-vivos?
—Eso creo —respondió La Llorona despacio, limpiándose unas pequeñas lágrimas de su ojo derecho—. Sólo sé que tengo que encontrarlos; esa es mi penitencia. Y he pasado mucho, mucho tiempo buscándolos por cada río, arrollo y lago con el que me he cruzado. Pero sigo sin encontrarlos…
Hubo un silencio, en el cuál la atención del espectro se fijó en el humo blanco de su taza, que giraba como queriendo tomar una forma definida sin lograrlo.
—Pero sé que están ahí afuera, en algún lado —susurró La Llorona, con más pesar que optimismo en su tono—. Y cuando los encuentre, los tres podremos al fin descansar en paz.
—Entiendo —asintió la enfermera—. Debe ser una búsqueda muy solitaria y agotadora.
—Sí, lo es…
De nuevo silencio, y cada una se enfocó en sus propios pensamientos, y en su propio humo.
Luego de unos segundos, La Llorona dejó escapar un pesado suspiro, y lentamente colocó su taza de nuevo sobre la mesa delante de ella.
—Pero, está bien —señaló con voz apagada y se puso de pie—. Es lo que debo de hacer, y creo que es hora de que vuelva a ello. Gracias por la taza…
Le sacó la vuelta a la mesa de centro y se encaminó hacia la puerta, cabizbaja y soltando los primeros sollozos que amenazaban con convertirse en otro de esos agudos y penetrantes llantos.
—¡Espera! —Exclamó Eulalia con fuerza y se levantó apurada de su asiento—. No te vayas todavía, por favor. ¿Por qué no me dejas ayudarte con tu búsqueda?
La Llorona se detuvo a medio camino de la puerta, alzó su mirada sorprendida y lentamente se giró a ver de nuevo a la muchacha de blanco.
—¿Qué dices?
Eulalia le volvió a sonreír de la misma forma afable y cálida que uno esperaría fuera imposible para cualquier otro no-vivo.
—Soy La Planchada, ayudar a las personas vivas y no-vivas con sus males y dolores, es justo a lo que me dedico. Y es obvio que la búsqueda de tus hijos te causa mucho sufrimiento, ¿verdad?
—Yo… —balbuceó La Llorona—, esto es algo que preferiría hacer sola…
—Si llevas tanto tiempo buscándolos tú sola sin obtener resultados, quizás sea momento de cambiar de estrategia. —Aquella afirmación tomó un poco por sorpresa al espectro de negro—. Déjame darte una mano, ¿sí?
Sin embargo, a pesar de su optimismo inicial, una vez que lo pensó con más cuidado Eulalia se encontró con algunos problemas en su propuesta.
—Aunque la verdad no sabría por dónde empezar a buscar —dijo en voz baja, mientras se acercaba la taza entre sus manos al rostro para aspirar despacio de ella—. Sólo conozco a unos cuantos niños no-vivos, pero ninguno de épocas tan antiguas como tú…
Eulalia se sobresaltó preocupada al repasar en su cabeza las implicaciones de su comentario.
—¡No es que te esté diciendo vieja! —Espetó apenada, y La Llorona la miró un tanto confundida por su reacción—. ¡Te ves muy bien para ser un espíritu de…! ¿300 años o algo así? —La confusión en el rostro del espectro de negro se hizo aún más grave—. No… no me hagas caso; no sé qué estoy diciendo…
La enfermera rio entre dientes, notándosele bastante cohibida y avergonzada, pese a que su oyente no había captado del todo el significado de sus palabras.
—Preséntale a Roja —se escuchó de pronto como una tercera voz pronunciaba, tomando totalmente por sorpresa a La Llorona, que saltó asustada hacia un lado y fijó su atención en la dirección de la cual esa voz había venido; la misma en la que se encontraba aquella mujer de cara de caballo, sentada aún en el sillón aspirando lentamente de su taza por sus prominentes fosas nasales.
—¿Acaso ella habló...? —Susurró La Llorona sorprendida, pero Eulalia pareció no escuchar su pregunta.
—¡Esa es una gran idea! —Exclamó la enfermera con entusiasmo, y se giró también en dirección a Sigua, pero regresando casi de inmediato a su invitada—. Roja conoce a muchísimos no-vivos. Si alguien puede averiguar el paradero de tus hijos, es ella.
—¿De verdad? —Soltó La Llorona totalmente atónita—. ¿Y quién es esa persona?
—Te la presentaré —explicó Eulalia, y la tomó rápidamente de su mano—. Vamos.
—¿Qué?, ¿ahora mismo?
—Si nos apuramos podremos llegar antes del amanecer. ¿Vienes, Sigua? —Ambas miraron hacia la mujer con cara de caballo, pero ésta sólo negó lentamente con su cabeza, rechazando su ofrecimiento—. Está bien, volveremos rápido.
Editado: 06.10.2022