El Club de las Ánimas
Por
Eliacim Dávila
Capítulo 08
Todos me conocen como Nachito
Tal y como lo acordaron la noche anterior, Lloro acompañó a Eulalia en su viaje a la ciudad que le tocaba visitar ese día. Llegaron a su destino unas horas antes que de costumbre, pues Eulalia quería que pasearan un rato por las calles cuando aún hubiera luz de sol. Esto era con el fin de que Lloro pudiera ver de cerca a los vivos y su comportamiento diario, y entender mejor la forma correcta de comportarse con ellos, más allá de gritarles en la cara y asustarlos de muerte con sus desgarradores llantos.
La joven enfermera solía convivir con los vivos en los hospitales que visitaba, y ese acercamiento más directo y tranquilo le había ayudado a realizar su labor de mejor manera. Por ello, estaba convencida de que un enfoque parecido le ayudaría a La Llorona a cambiar sus métodos.
Sin embargo, el resultado final de dicho experimento no fue precisamente el que La Planchada esperaba.
En cuanto las dos espectros comenzaron a andar por la banqueta de una avenida principal de aquella ciudad, lo que las recibió fue un festín de ruidos, ajetreos, gritos, montones de olores desconocidos… Y sí, muchos vivos; enojados y estresados, corriendo de un lado a otro, empujándose y gritándose entre ellos.
—¡Está en rojo, p&#$?*o! —gritó con fuerza una mujer a bordo de un pick—up rojo, asomando su cabeza por la ventanilla, justo después del doloroso rechinido de sus llantas contra el asfalto al tener que frenar en seco y así evitar chocar.
—¡C°#$?a a tu madre, p&%a! —respondió el hombre del sedán azul que se alejaba en la otra calle, sacando su mano por la ventana con el dedo medio extendido.
Una molesta sinfonía de cláxones furiosos resonaron en ese momento por toda la avenida, y poco a poco los vehículos comenzaron a moverse como empujados por el lento flujo de un río.
Eulalia miró todo aquello pasmada, y un poco asustada.
Mientras caminaban a luz del día, efectivamente eran casi por completo invisibles para los vivos. Algunos de ellos quizás llegaran a percibir una sensación fría cuando pasaban cerca de ellos, o incluso podrían llegar a escuchar sus voces como susurros lejanos. Pero en general, si no ponían la suficiente atención, ninguno notaría jamás su presencia. Y todos estaban tan metidos en sus propias cosas, que difícilmente alguno ponía aunque fuera un poco de atención a su alrededor.
—¿La calles siempre han estado así de sucias? —Cuestionó Eulalia de pronto intentando no sonar tan asqueada, pues al bajar su mirada se había encontrado con varios pedazos de papel, recipientes y manchas de comida en el concreto—. Creo que de noche no lo había notado…
Lloro estaba igualmente bastante incómoda y cohibida por el ambiente tan pesado. Desde hace rato había comenzado a caminar muy pegada a Eulalia, como si temiera por un momento que la fuera a dejar sola en ese lugar que, a sus ojos, se sentía tan agresivo.
—¡Fíjate por dónde vas! —Exclamó un hombre justo a la diestra de ambas cuando una mujer pasó corriendo a su lado, casi empujándolo a un lado para abrirse camino. Ésta siguió de largo sin prestarle atención.
—Creo que hacía mucho que yo tampoco paseaba por las calles de día —señaló Eulalia, un tanto perpleja pero procurando sonreír despreocupada—, casi siempre estoy dentro de mis hospitales. Supongo que los tiempos actuales son algo estresantes para las personas vivas, y muchas veces no saben cómo lidiar con ello…
Acababa de terminar su oración, cuando justo delante de ellas un chico que corría sin mirar chocó de frente con un hombre robusto que cargaba un gran pastel en sus manos. El impacto fue tan grande que el muchacho cayó al suelo, el pastel se escapó de las manos del hombre y le cayó encima al chico en el piso, embarrándolo casi por completo.
—¡Pero mira lo que hiciste, chamaco estúpido! —le gritó furioso el hombre, con su rostro enrojecido y sus ojos casi saltándose de su lugar.
—¡Usted se puso en mi camino, viejo! —le respondió igual de molesto el joven, parándose mientras se limpiaba los restos de pastel en su ropa.
Ambos comenzaron a gritarse cada vez más alto, y con palabras más fuertes (e incluso a empujarse mutuamente), pero Eulalia y Lloro siguieron de largo con rapidez.
—O tal vez elegimos un mal día —suspiró Eulalia—. ¿Hoy es lunes, de casualidad?
Eso no era ni de cerca el tipo de cosas que Eulalia esperaba mostrarle a Lloro en su pequeña excursión. ¿Siempre era así ahí afuera?, le era difícil creerlo. Quizás sólo en efecto habían elegido un mal día… o alguien les estaba jugando una broma pesada.
Como fuera, debía pensar en algo antes de que su acompañante terminara asustándose por todo ello.
—Quizás debamos ir al hospital —propuso Eulalia de pronto—, ahí todo es más… callado y limpio, al menos.
Lloro se detuvo de pronto en ese momento, tomando un poco por sorpresa a la enfermera.
—¿Y si vamos ahí? —Propuso Lloro repentinamente, señalando en una dirección específica.
Editado: 06.10.2022