El Club de las Ánimas

Capítulo 15. Yo estoy aquí para ti

El Club de las Ánimas

Por
Eliacim Dávila

Capítulo 15
Yo estoy aquí para ti

La pequeña aventura de Eulalia, Lloro y Sigua al Panteón de Belén no resultó ser tan beneficiosa como La Planchada había creído en un inicio que sería. De hecho, si tenía que juzgar los resultados obtenidos de alguna forma, su conclusión inmediata sería que ahora todo estaba incluso un poco peor.

En inicio, todo parecía ser una repetición exacta de la situación en la que se encontraban justo antes de ir a aquel sitio. Lloro volvió a tirarse en el sillón del departamento de Eulalia, a ver en su viejo televisor su telenovela… y otras más… y algunos programas de entrevistas… y noticieros… e incluso los infomerciales de la madrugada, pues en realidad no se había levantado de ahí desde que volvieron esa noche.

Al inicio Eulalia decidió darle un tiempo para que se recuperara por su propia cuenta. Sin embargo, ya habían pasado tres noches seguidas sin ningún cambio. Y si al principio la enfermera se sentía preocupada, ya no sabía cómo describir lo que sentía en esos momentos.

Pero fuera como fuera, debía de hacer algo para sacarla de ese estado, y era evidente que "darle su espacio" no estaba funcionando.

A la cuarta noche, cuando Eulalia se preparaba para salir a su ronda de esa ocasión, al entrar en la sala se encontró a su amiga en la misma posición exacta de la última vez que la vio. Su vestido negro se desparramaba por el sillón, su velo le cubría casi por completo la cara, su brazo colgaba y su mano se doblaba presionada contra el suelo. En la televisión al parecer estaban pasando una de sus telenovelas; siempre había una cuando se tenía que ir.

Eulalia permaneció de pie a un lado del sillón, contemplando a su actual compañera de departamento con cierto pesar. No podía culparla por sentirse así; las cosas que le habían dicho aquella noche sobre el posible destino de sus hijos eran ciertamente preocupantes. Eso sin hablar del “otro” tema…

“Pero ella sí lo hizo”, le había dicho Sigua esa noche. “Ella no es inocente, Eulalia. Ella sí ahogó a sus hijos...”

Aún no tenía idea de cómo Sigua podía decir tal cosa, y con tanta seguridad. Era verdad que muchas de las leyendas que hablaban de La Llorona mencionaban que había ahogado a sus hijos, y por eso los buscaba estando ahora muerta arrepentida de sus actos.

Pero… ¿realmente la mujer que estaba ante ella podría haber hecho tal cosa? Parecía tan tranquila e introvertida, y había demostrado tener un corazón tan noble, que simplemente no podía creer que fuera capaz de lastimar ni a una mosca, mucho menos a sus propios hijos…

“Quienes te conocieran ahora mismo, tampoco creerían que tú eres capaz de lo que hiciste cuando estabas viva”, fue lo que Sigua le había respondido en aquel momento cuando ella le expresó ese mismo pensamiento. Y… quizás era cierto. Muchos también habían oído su leyenda, y de seguro no muchos la creían por circunstancias similares.

Y si acaso la leyenda de La Llorona que ella conocía fuera cierta, entonces… quizás en efecto ambas eran mucho más parecidas de lo que creía. Y eso, en realidad, quizás no fuera algo tan bueno.

Pero, por otro lado, eso le daba una alternativa para ayudar a su amiga a salir de ese hoyo, aunque para ello tuviera que hacer con Lloro algo que no había hecho en mucho, mucho tiempo con alguien más: confesar sus propios pecados en voz alta.

—Hola, Lloro —murmuró despacio la enfermera con voz afable—. ¿Cómo va tu novela?

—Deprimente, como siempre —fue la respuesta rápida y corta de La Llorona.

Eulalia sólo asintió como respuesta. Y tras unos instantes de silencio, dijo directamente lo que quería decir:

—Lloro, quisiera que me acompañaras esta noche al hospital. ¿Qué dices?

—¿A tu hospital? —masculló Lloro un tanto desconcertada, separando su mejilla del sillón y volteándola a ver a través de la tela opaca de su velo—. Lo siento, no tengo… ánimos de salir. Además, de seguro te estorbaría en tu trabajo.

—Nada de eso —exclamó Eulalia con una efusividad tan repentina que hizo que Lloro se sobresaltara ligeramente por el cambio de tono—. En serio quiero que me acompañes. Por favor, hazlo como un favor para mí.

En los ojos nublados y muertos de La Planchada, Lloro logró atisbar un rastro de súplica que ciertamente le era difícil pasar por alto.

La mujer de negro soltó un profundo suspiro de cansancio, y comenzó a sentarse en el sillón. Eulalia había hecho demasiado por ella durante ese tiempo, y sabía que negarse a una petición que hacía con tal vehemencia sería sencillamente una grosería que no estaba dispuesta a realizar.

—Está bien —masculló Lloro despacio, dejando que sus palabras salieran como otro largo y cansado suspiro—. Si es algo que realmente deseas, lo haré. Intentaré no perjudicarte como siempre...

—Gracias —asintió Eulalia—. No te arrepentirás. Vamos...

Le extendió entonces una mano, ofreciéndosela con gentileza. Lloro la contempló en silencio unos instante, pero no tardó en tomarla, no sin cierta vacilación. A diferencia de otras ocasiones, Eulalia en esa ocasión la guio con más delicadeza hacia la puerta, como si deseara ir justo al paso de ella.



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En el texto hay: humor, fantasmas, mexico

Editado: 06.10.2022

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