El sonido de la lluvia golpeando el cristal es lo único que rompe el silencio de mi habitación. Afuera, la ciudad parece haber desaparecido bajo un manto oscuro, como si el cielo hubiera decidido tragársela entera. No es la primera vez que me siento así: pequeña, insignificante, como una mancha en medio de algo mucho más grande y aterrador. Pero esta noche, la sensación se vuelve más intensa.
El mensaje llegó hace tres horas. Una simple línea de texto que no esperaba.
"Si quieres saber la verdad, te espero a las diez. Trae un secreto."
No tiene remitente. No sé quién lo envió ni por qué, pero sé de qué se trata. Todos en la universidad han oído hablar del club. Algunos creen que es una leyenda urbana, otros que es solo una broma pesada. Yo, en cambio, no estoy tan segura. El club de los secretos mortales. Solo se reúnen una vez al año. Y solo puedes entrar si tienes algo que ocultar.
Mi corazón late más rápido cuando miro el reloj. Las diez menos cuarto. Si voy, no habrá vuelta atrás. Pero necesito respuestas. Elisa, la chica más popular de la universidad, se me ha acercado demasiadas veces con esa sonrisa que parece prometer más de lo que dice. Y ahora, esto. El club. ¿Por qué a mí?
Me miro en el espejo y apenas reconozco a la chica que me devuelve la mirada. El cabello oscuro recogido en una coleta baja, los ojos cansados pero alertas. Estoy vestida de negro, con una chaqueta de cuero que no me pertenece, pero me hace sentir más segura.
Respiro hondo y salgo. Afuera, la lluvia sigue cayendo, más suave, como si solo quisiera asegurarse de que no olvide su presencia.
Llego al lugar indicado: un viejo edificio abandonado en las afueras del campus. Las ventanas están rotas y las paredes cubiertas de grafitis, pero hay algo extraño en todo eso. El silencio. Ni siquiera el eco de la lluvia llega hasta aquí. El aire es denso, cargado de una tensión que no sé si es mía o del lugar.
Empujo la puerta y entro.
Dentro, la oscuridad me envuelve. Apenas puedo ver las sombras que se mueven al fondo, pero sé que no estoy sola. Un grupo de cinco o seis personas está reunido en el centro de la habitación. Una única lámpara ilumina el lugar, proyectando sombras alargadas que hacen que todo se vea más distorsionado, más amenazante.
—Pensé que no vendrías —la voz de Elisa rompe el silencio.
Me acerco con cautela. Está sentada en una silla, cruzada de piernas, impecable como siempre. Su pelo rubio cae en ondas perfectas sobre sus hombros, y sus labios pintados de rojo me recuerdan una advertencia. No cruces esa línea.
—No iba a perderme esto —le respondo, con más seguridad de la que siento.
Ella sonríe, pero no es una sonrisa cálida. Es fría, como si ya supiera algo que yo no. Me hace un gesto para que me siente, y tomo la silla más cercana, sintiendo la mirada de los demás sobre mí.
—Bienvenida al club —dice uno de los chicos, un tipo alto con el pelo despeinado y ojos oscuros. Me mira con curiosidad, como si estuviera evaluando si soy digna de estar aquí.
Elisa da una pequeña palmada, como si estuviera a punto de anunciar algo emocionante.
—Ya sabes las reglas —dice, mirando a todos, pero sus ojos vuelven a mí—. Solo una noche al año. Solo una oportunidad. Y, lo más importante, si no compartes tu secreto… bueno, ya lo averiguarás.
Mi corazón se acelera, pero no digo nada. No tengo ni idea de cómo funciona esto, pero el peso del ambiente me dice que no es un juego.
—Vamos a empezar. —Elisa inclina la cabeza y sus ojos se fijan en el chico de antes—. Damian, ¿por qué no rompes el hielo?
Damian suelta una carcajada seca, se inclina hacia adelante y me mira directamente a los ojos.
—¿Quieres saber mi secreto? —pregunta, su voz baja y amenazante.
Siento un nudo en el estómago, pero asiento.
—Maté a mi hermano.
El silencio se vuelve tangible. Nadie se mueve. Nadie dice nada. Solo el sonido de la lámpara zumbando sobre nuestras cabezas.
—Lo empujé por las escaleras —continúa Damian, con una tranquilidad escalofriante—. Tenía diez años. Y no lo siento.
Mi garganta se seca. Quiero decir algo, pero no puedo. Nadie reacciona. Nadie parece sorprendido. Excepto yo.
Elisa sonríe de nuevo, como si acabara de escuchar una broma particularmente entretenida.
—Es tu turno, Carolina —dice, inclinándose hacia mí.
Siento la mirada de todos sobre mí, esperando. Mi boca está seca y mis manos tiemblan ligeramente. Nunca había estado tan nerviosa en toda mi vida.
—Yo… —tomo aire y siento un ligero mareo. Mi secreto no es tan sencillo, ni tan claro como el de Damian, pero me quema dentro—. Fingí ser otra persona durante un año. Hice que alguien se enamorara de mí sabiendo que nunca podría ser real.
Elisa me observa en silencio, con los ojos entrecerrados. Hay una chispa de algo en su mirada, algo que no logro descifrar. No sé si es aprobación o interés. Solo sé que, en este momento, estoy en sus manos. Y eso me asusta más de lo que quiero admitir.
—Eso suena… delicioso —dice finalmente.
La tensión no desaparece. Al contrario, parece que se intensifica.