La tensión sigue flotando en el aire como una nube densa que no nos deja respirar. Elisa observa a cada uno de nosotros con esa sonrisa fría que se ha vuelto su marca registrada. Me siento atrapada en su mirada, como si ella supiera algo más sobre mí, algo que ni siquiera yo conozco. Miro alrededor, intentando averiguar qué piensan los demás, pero sus rostros permanecen tan impenetrables como una máscara. Nadie parece sorprendido. Nadie parece asustado. Excepto yo.
—Bien —dice Elisa al fin, enderezándose en su silla—. Ahora que todos conocemos los secretos de los demás, podemos pasar a la siguiente parte de la noche.
Su voz es suave, pero hay algo inquietante en la forma en que pronuncia esas palabras. Como si hubiera una trampa oculta tras cada sílaba. Los demás no parecen inmutarse; algunos incluso esbozan sonrisas. Me pregunto qué tan rotos están por dentro para no sentir el miedo que yo siento.
—¿De qué se trata todo esto? —me atrevo a preguntar.
Elisa me mira, inclinando la cabeza ligeramente, como si estuviera evaluando si vale la pena responder.
—¿Crees que con compartir tu secreto ya es suficiente, Carolina? —Su voz se vuelve más suave, casi seductora—. Este club no se trata solo de lo que escondes… se trata de lo que estás dispuesto a hacer por protegerlo.
Un frío súbito recorre mi espalda. Las palabras de Elisa me dejan claro que no hemos terminado. Esto es solo el principio.
—¿Y qué es lo que debemos hacer? —interviene una chica de cabello corto y mirada intensa que hasta ahora había estado callada.
Elisa sonríe como si hubiera estado esperando esa pregunta. Se pone de pie con una elegancia casi irreal, y camina hasta el centro de la habitación. La luz parpadeante de la lámpara proyecta sombras sobre su rostro, haciéndola parecer aún más amenazante.
—El juego, por supuesto —dice ella, alzando las manos como si estuviera revelando algo maravilloso—. Cada año, después de los secretos, hay un desafío. Algo que pondrá a prueba lo lejos que estarías dispuesto a llegar para asegurarte de que lo que confesaste no salga de esta habitación.
Mi estómago se revuelve. Este no es el tipo de diversión que esperaba. El miedo empieza a transformarse en algo más visceral, más real.
—¿Y si alguien no quiere jugar? —pregunto, intentando sonar firme, aunque sé que no lo estoy.
Elisa se detiene, clavando su mirada en mí. Su sonrisa desaparece por un momento.
—Eso no es una opción, Carolina —dice con frialdad—. Aquí todos juegan, o todos pagan las consecuencias.
El silencio que sigue a sus palabras es aplastante. Miro a Damian, que sigue en su silla con una expresión inexpresiva. La chica de cabello corto también parece tensa, pero sus labios forman una línea dura. Nadie está dispuesto a rebelarse. Al menos, no aún.
Elisa da una palmada, rompiendo el silencio.
—¡Perfecto! —exclama, su tono recuperando la falsa alegría que ya me pone nerviosa—. Esta noche será especial. Solo uno de ustedes saldrá de aquí con su secreto intacto. Los demás… bueno, ya saben lo que pasa cuando alguien pierde.
No sé lo que pasa. Y tampoco quiero saberlo.
—Vamos a jugar a las cartas —continúa Elisa, sacando una baraja de algún bolsillo invisible de su vestido—. Cada carta tiene una instrucción, y cada instrucción debe ser seguida al pie de la letra. Si fallas, quedas fuera del juego… y tu secreto será revelado. Fácil, ¿no?
Siento el sudor frío en mi nuca. Esto no es un juego. Esto es una trampa.
—¿Y qué clase de instrucciones son esas? —pregunto, incapaz de ocultar mi creciente ansiedad.
—Ya lo verás —responde Elisa con una sonrisa malévola mientras reparte las cartas boca abajo sobre la mesa.
Cada uno toma una. La mía parece pesada en mis manos, como si llevara más peso del que debería una simple carta.
—Bueno, Damian —dice Elisa con una chispa de diversión en sus ojos—. Tú empiezas. Voltea tu carta.
Damian lo hace sin dudar. Al principio no entiendo lo que leo en la suya, pero su expresión se endurece, y Elisa deja escapar una risita contenida.
—Parece que vas a tener que pedirle un favor a alguien esta noche.
Damian frunce el ceño, pero no discute. Se levanta lentamente y camina hacia mí. Mi corazón se acelera mientras él se acerca, sus ojos clavados en los míos.
—Necesito que me beses —dice sin rodeos, con la misma calma con la que había confesado matar a su hermano.
Mi mente queda en blanco. Esto no es lo que esperaba, y siento cómo la presión de todos los ojos en la sala se intensifica. Elisa observa con una fascinación casi morbosa, como si todo esto fuera un espectáculo diseñado para su diversión.
—¿Qué? —pregunto, tratando de ganar tiempo. Pero ya sé que aquí no hay escapatoria.
—Es mi carta —responde Damian, y en su voz hay algo que me dice que no está disfrutando de esto más de lo que yo lo haría—. Hazlo o perderé, y tú sabes lo que significa.
Mis labios están secos. Nunca imaginé que el juego iría por este camino, y menos tan rápido. Las reglas de este lugar no tienen sentido. O tal vez, tienen demasiado sentido, uno cruel y retorcido. Mis manos tiemblan, pero sé que tengo que hacerlo. No es el beso lo que me aterra. Es la sensación de que esto es solo el principio de algo mucho peor.