Regreso al salón, intentando aparentar tranquilidad, pero siento cómo la tensión me carcome desde dentro. Elisa está de pie ahora, recostada contra la mesa, su cabello cayendo en ondas oscuras que parecen fundirse con la penumbra del lugar. Me observa con esos ojos de depredador, sabiendo que algo ha cambiado. Lo sabe todo, ¿verdad? Cada pensamiento, cada miedo.
El reloj marca las 11:00. Tengo menos de una hora para decidir. ¿Damian o Elisa? ¿A quién traiciono? El deseo de sobrevivir corre por mis venas, pero no puedo ignorar el otro tipo de tensión que se ha estado construyendo entre todos nosotros. Algo más primitivo. Más oscuro.
Me siento al borde de la silla, mis dedos tamborileando nerviosamente sobre la madera. El silencio se extiende como una neblina densa, hasta que Elisa rompe la quietud con una voz aterciopelada.
—¿Ya lo has decidido, Carolina?
El timbre de su voz acaricia el aire, tan suave como la seda, pero con un filo oculto. No responde a mis palabras ni a mis miradas, sino a lo que no he dicho. Ella lo sabe. Lo sabe todo.
—¿Decidir qué? —respondo, intentando ganar tiempo.
Elisa se endereza y se acerca, lenta, felina, mientras me rodea. El roce de su perfume es embriagador, una mezcla de algo dulce y amargo, como si quisiera envolverte y atraparte a la vez. Me susurra al oído, y su cercanía me provoca un escalofrío que no tiene que ver solo con el miedo.
—Sabes de lo que hablo. Esta noche todos jugamos… y todos pagamos.
Su aliento roza mi piel, y algo más despierta en mí. No es solo el terror lo que late en mi pecho, es una mezcla peligrosa de deseo y vulnerabilidad. Algo en ella siempre me ha descolocado, me ha atraído a pesar de mi razón. Su mano roza mi cuello, suave, apenas un toque, pero suficiente para hacerme estremecer.
—No tienes que elegir todavía —susurra, inclinándose aún más cerca—. Podemos hacer que esta noche dure, Carolina… Podemos prolongar el placer del juego si lo deseas.
Cierro los ojos un momento, intentando apagar el calor que sube por mi cuerpo. Sé lo que está haciendo. Manipulación pura y cruda, jugando con mis debilidades. Pero el peligro es excitante, y es difícil pensar con claridad cuando su perfume me envuelve, cuando su piel apenas roza la mía. Elisa me mira como si fuera una presa que disfruta cazando, y sabe que estoy a punto de caer en su trampa.
—Elisa, ¿qué estás haciendo? —mi voz suena más débil de lo que esperaba.
Ella sonríe, sin apartarse, su mano bajando por mi brazo de forma tan lenta que parece arrastrar cada uno de mis nervios con ella.
—Solo disfrutando del juego, querida. No tienes que decidir aún, pero cuando lo hagas, asegúrate de que sea lo que realmente quieres. No querrás arrepentirte después, ¿verdad?
Su mano se desliza hasta la mía, y el contacto me quema, pero no en el sentido físico. Es un fuego diferente, uno que crece en la base de mi estómago, uno que amenaza con consumir mi autocontrol. Algo en mí quiere rendirse, dejar que el juego siga su curso, explorar el deseo oscuro que Elisa parece ofrecer. Pero también sé que eso sería caer en una trampa sin salida.
De repente, Damian se mueve, rompiendo el hechizo. Su presencia es un recordatorio de que la realidad es más peligrosa que cualquier tentación.
—Elisa, deja de jugar con ella —dice con un tono más serio de lo habitual, caminando hacia nosotras.
Elisa gira lentamente la cabeza, sus ojos brillando de diversión. No parece intimidada por Damian, al contrario, parece deleitarse en la tensión que su intervención genera.
—Oh, Damian… ¿Celoso? —Elisa sonríe, aunque sus palabras son afiladas como cuchillas—. Pensé que querías que jugáramos todos juntos.
Damian frunce el ceño, pero no responde. En su silencio, percibo algo más: no es celos, es protección. Una advertencia velada de que, si sigo por este camino, las cosas podrían ir mucho peor.
—Carolina, no tienes que hacerle caso —dice él, su voz más baja, como si intentara que solo yo lo escuchara—. Está manipulando todo. No caigas en su juego.
Elisa se aparta de mí, pero no antes de soltar una risa suave, una especie de victoria momentánea en su rostro. Se aleja, regresando a su trono improvisado mientras cruza las piernas con la elegancia de una reina.
—Oh, Damian, querido —dice con una sonrisita maliciosa—. No seas aburrido. Deja que Carolina decida por sí misma.
El aire entre ellos es denso, cargado de tensión, pero no es solo odio lo que flota. Es algo más oscuro, más complicado. La forma en que se miran, como si compartieran una historia llena de resentimiento y deseo reprimido, no hace más que alimentar el fuego en mis pensamientos.
Damian se gira hacia mí, su mirada intensa clavándose en la mía.
—No la escuches —me dice con más urgencia—. No juegues su juego. Ya te lo advertí, esto no es solo una simple noche de desafíos. Hay más en juego de lo que crees.
Su cercanía ahora es una presencia que me envuelve, distinta a la de Elisa. Es más directa, más cruda, y también más peligrosa de una manera diferente. Me doy cuenta de que estoy atrapada entre dos fuerzas poderosas, dos personas que me desean, pero no de la forma convencional. Quieren mi decisión, mi traición. Y el precio será más alto de lo que puedo imaginar.