Damian sigue observándome, su mirada intensa y profunda, tan cerca que puedo sentir el calor que emana de su cuerpo. Es hipnótico. Su cercanía, su voz grave, todo me envuelve en una red peligrosa de deseo, pero también de desconfianza. Me está pidiendo que confíe en él, pero no puedo olvidar que este juego trata de traiciones. No hay lugar para la confianza, no aquí, no ahora.
—Carolina… —murmura mi nombre como una advertencia y una promesa a la vez. Su mano se posa en mi mejilla con delicadeza, aunque percibo la fuerza contenida en sus dedos—. No tenemos mucho tiempo. Si quieres salir de aquí, tienes que decidir pronto.
El reloj avanza. Cada segundo se siente como un latido más fuerte en mis sienes, recordándome que la medianoche se acerca. Y con ella, la inevitable traición.
Damian inclina su rostro, y el espacio entre nosotros se reduce a nada. Mis labios están tan cerca de los suyos que, por un momento, me pierdo en esa cercanía peligrosa. Sus ojos me buscan, me retan a tomar la decisión que puede cambiarlo todo.
—No confío en ti —respondo, apenas un susurro.
Él sonríe levemente, casi con tristeza, pero no se aparta.
—Nadie dijo que debías hacerlo. —Su mano desciende por mi cuello, lenta, trazando un rastro de calor que despierta algo en mi interior, algo que intenta desafiar mi razón.
El deseo se mezcla con el miedo, como un veneno dulce que corre por mis venas, nublando mi juicio. Mis pensamientos van y vienen en una tormenta de sensaciones. Sé que él es peligroso, sé que todo esto es un juego retorcido, pero no puedo evitar sentirme atraída por él, por el peligro que representa.
—Tú tampoco confías en mí —le digo, sosteniéndole la mirada, queriendo ver más allá de sus palabras.
Damian se detiene, sus dedos ahora descansando en mi cintura, un toque firme pero contenido.
—No… no del todo —admite con una sinceridad que me desconcierta—. Pero eso no cambia lo que tenemos que hacer.
Las luces parpadean en el pasillo, y el sonido de la tormenta afuera parece intensificarse. Un escalofrío me recorre la espalda, no solo por la conversación, sino por la sensación de que algo más, algo mucho más oscuro, se está gestando en esta casa.
—¿Qué es lo que quieres realmente? —pregunto al fin, apartando mi mano de su pecho, intentando crear una distancia que mi mente necesita, pero que mi cuerpo no quiere.
—Quiero que sobrevivamos, Carolina. —Sus palabras son directas, pero hay algo más en ellas, algo que parece no estar diciéndome del todo—. Y si tenemos que usar a Elisa para hacerlo, entonces lo haremos.
Me aparto lentamente, las palabras de Damian reverberando en mi cabeza. “Usar a Elisa.” ¿Qué significa eso exactamente? ¿Cómo pretende jugar este juego? Mis pensamientos se entrelazan mientras intento desentrañar su verdadero plan, pero antes de que pueda responder, un ruido fuerte y seco viene de la sala.
Elisa.
Ambos nos giramos hacia la puerta, y el aire se vuelve aún más denso, cargado de una expectación incómoda. El reloj sigue avanzando. Cada segundo que pasa es una advertencia. La medianoche se acerca, y el tiempo para actuar se está agotando.
Damian me mira una última vez, sus ojos oscuros llenos de una mezcla de deseo y advertencia.
—Si no estás conmigo, estarás contra mí —dice en un tono bajo, casi un murmullo.
No sé cómo responder a eso. Lo que sé es que cualquier decisión que tome ahora cambiará todo. La presión en mi pecho se intensifica, el aire se vuelve más pesado. El reloj sigue su marcha, implacable, llevándome más cerca de un final que no puedo prever.
Nos dirigimos de nuevo a la sala. Elisa está de pie, de espaldas a nosotros, mirando por una ventana. La tormenta afuera parece intensificarse con cada minuto que pasa. Su postura es relajada, como si todo estuviera bajo control. Y tal vez lo está, en su mente.
—Es curioso… —dice, sin girarse para mirarnos—. Cómo todos piensan que pueden ganar este juego, cuando el único que realmente gana… soy yo.
Damian cruza los brazos y se apoya en el marco de la puerta, observando a Elisa con una mirada que ya no es solo desconfianza, sino algo más. Algo más oscuro.
—¿A qué te refieres? —pregunto, dando un paso adelante.
Elisa finalmente se gira hacia nosotros, sus labios curvándose en una sonrisa malévola. Sus ojos, esos ojos hipnotizantes que siempre parecen saber más de lo que deberían, me atraviesan como un cuchillo.
—A que todos ustedes están aquí porque yo quise que estuvieran aquí —dice, con una calma inquietante—. Este no es un juego cualquiera, Carolina. Este es mi juego.
Un escalofrío recorre mi columna, y puedo ver el mismo efecto en Damian, aunque él se esfuerza por mantener su compostura.
—¿Qué estás diciendo? —repito, mi voz más fuerte esta vez, exigiendo respuestas.
Elisa se acerca lentamente, su sonrisa nunca desapareciendo. La tensión en el aire es sofocante, y puedo sentir el peligro latente en cada paso que da hacia mí.
—Lo que estoy diciendo —dice, con una dulzura que roza lo siniestro—, es que la traición ya está escrita, querida. Solo falta que decidan quién será el que lo haga primero. Pero sea quien sea… yo siempre gano. —Elisa inclina la cabeza, y sus ojos brillan con una satisfacción perversa—. Siempre gano.