El tic-tac del reloj en la sala parece acelerarse, pero es solo mi percepción, mi ansiedad aumentando mientras los minutos pasan. Damian se ha alejado de mí, ya no hay cercanía física, pero lo que compartimos hace unos momentos sigue vibrando en el aire. El peso del pacto que acabamos de sellar me aplasta, pero también me da una especie de nueva fuerza. Ahora, es real. Ahora, esto es mucho más que un juego.
Quedan diez minutos.
Damian revisa algo en el suelo, las tablas crujen bajo sus pies mientras abre una trampilla oculta que me había pasado desapercibida todo este tiempo. La madera se separa con un gemido que rompe el silencio, revelando una escalera que desciende a la oscuridad.
—El ritual se completa abajo —dice, su tono urgente—. Todo lo que necesitas está aquí, pero hay algo que no puedo hacer solo.
—¿Qué es? —pregunto, mi voz quebrada entre la curiosidad y el miedo.
Él se gira, su mirada intensa pero vacilante. No quiere decírmelo. Lo sé.
—Tienes que aceptar la oscuridad —murmura—. Si no lo haces, no podremos cambiar el curso. Necesitamos que estés dentro, completamente dentro. O ella ganará.
Mis dedos tiemblan. Me acerco a la trampilla, mirando el abismo negro que se abre ante mí. Sentir la oscuridad… ¿Qué significa eso? No es un simple sacrificio físico, no se trata de renunciar a alguien más. Es algo más profundo.
Damian me ofrece la mano, pero esta vez no es para guiarme. Es para decidir. Si la tomo, ya no habrá vuelta atrás.
—Carolina, no tenemos tiempo —su voz resuena más dura ahora, sus ojos penetrando los míos—. Confía en lo que has sentido. Confía en mí.
La duda me carcome, pero cada parte de mi cuerpo me dice que este es el camino. No tengo otra opción. La medianoche se acerca, y Elisa está allá afuera, esperándonos. Si no hago esto, no habrá futuro para ninguno de nosotros.
—Lo haré —digo, tomando su mano.
Sus dedos se cierran alrededor de los míos, firmes y seguros. Juntos bajamos por la escalera, adentrándonos en una penumbra que parece tragarnos enteros. El aire es más frío aquí, más denso. Hay algo maligno en las paredes, algo que se siente como si nos observara desde las sombras.
—¿Qué está abajo? —pregunto, el eco de mis palabras muriendo rápidamente en la oscuridad.
—El final —responde Damian.
Al fondo, la habitación se abre en un espacio amplio y cavernoso. No es lo que esperaba. No es un sótano común. Las paredes están cubiertas de símbolos antiguos, tallados en la piedra, y en el centro, una mesa ritual, de la que emana una energía que me pone los pelos de punta. Hay velas negras encendidas, y el humo forma espirales en el aire, como si cada centímetro de este lugar estuviera vivo.
—Es aquí donde todo termina —Damian señala la mesa—. Elisa nunca quiso decirnos toda la verdad. Solo sabía que uno de nosotros tenía que morir para que ella pudiera continuar. Pero lo que no sabe es que si tú aceptas esta oscuridad, puedes revertirlo todo.
Mis ojos recorren la habitación, intentando encontrar algún sentido en lo que está sucediendo. Pero nada tiene lógica ya. Todo esto parece un mal sueño, y sin embargo, siento cómo algo en mí comienza a resonar con este lugar, con esta energía antigua.
—¿Cómo lo hacemos? —pregunto, con la voz firme, aunque por dentro estoy temblando.
Damian se acerca a la mesa y saca un pequeño cuchillo ritual. La hoja es oscura, casi negra, y parece pulsar con una vida propia.
—Este es el momento. No solo estamos lidiando con ella, estamos lidiando con lo que ha alimentado durante siglos. Este cuchillo es nuestra única salida. Debes cortarte… no mucho, solo lo suficiente para que la sangre caiga sobre los símbolos. Así podrás sellar el ritual a tu favor. Pero hay un riesgo. —Me mira, su expresión grave—. Si Elisa aparece antes de que completes el sello, todo estará perdido.
El cuchillo tiembla en mis manos. La hoja es fría al tacto, y una parte de mí quiere arrojarlo lejos, salir corriendo de esta casa y nunca mirar atrás. Pero sé que no puedo hacer eso.
El reloj sigue su marcha, cada segundo más insoportable que el anterior. El tiempo se acaba.
—Hazlo ahora —dice Damian—. Antes de que sea demasiado tarde.
Respiro hondo, tratando de calmar el pánico que crece dentro de mí. Coloco el cuchillo sobre la palma de mi mano, mis dedos temblorosos. Justo cuando estoy a punto de hacer el corte, un fuerte estruendo sacude el suelo bajo nosotros. La habitación entera tiembla, como si estuviera viva.
—¡Ella está aquí! —grita Damian, su voz llena de una urgencia que nunca había escuchado antes.
Las sombras en las esquinas empiezan a moverse, agitándose como si respondieran a la presencia de Elisa. La sensación de que estamos siendo observados se intensifica, y en ese momento, lo siento. Algo, o alguien, está descendiendo por las escaleras.
—¡Rápido, Carolina! —Damian corre hacia mí, su mirada desesperada.
Siento la presión del tiempo, el miedo agolpándose en mi pecho. Aprieto el cuchillo, y en un solo movimiento, hago un pequeño corte en mi palma. La sangre gotea lentamente sobre el símbolo central en la mesa, que brilla con un resplandor tenue.