El Cocinero asesino

Prólogo

-Bien, ¿entonces vas a hacerlo?

-Claro. Usted solo tiene que darme el arma.

-Bien, toma. -Dijo mi cliente. -Enhorabuena por aceptar tu primer... Crimen.
 

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Con un solo tiro bastó para que mi padre cayera al suelo, con una mano en el pecho. Mi madre me miró, horrorizada, pero no fue ella quien llamó a la policía. Algún vecino escuchó el disparo y avisó a los servicios de emergencia.

Escuchaba las sirenas cada vez más cerca. Era pequeño, y no supe muy bien cómo reaccionar. Lo que hice a continuación me cambió la vida por completo. En vez de salir corriendo y huir para que no me encontraran, le entregué la pistola a mi madre, quien no había despegado sus ojos de mí. Ella no opuso resistencia, tomó el arma con una mano, pero no dijo nada.

Entonces se escucharon los primeros golpes en la puerta. Yo no me movía, ella tampoco. Pasaron los segundos hasta que los golpes se volvieron más intensos y la puerta cayó al suelo. Muchos policías entraron armados, apuntando a todas direcciones. En cuanto me vieron, apuntaron instintivamente a mi madre. Nadie apuntaría a un niño de ocho años.

Por primera vez, ella desvió la mirada hacia los agentes. Sus ojos estaban llorosos, su mirada no transmitía nada más que tristeza y decepción, y ella seguía con la pistola en la mano.

-¡Tire el arma! -Gritaba uno de los agentes repetidamente. -¡Tire el arma! -Mi madre lo observó y extendió el brazo para que el policía la cogiese. Este se sorprendió y también extendió su brazo, pero uno de sus compañeros lo detenió.

-¡El arma en el suelo! -Ya cansada, ella soltó el arma, la cual cayó entre los agentes y ella misma. Los momentos siguientes transcurrieron muy rápido. Esposaron a mi madre y se la llevaron sin siquiera hacer preguntas.

A mí sí me preguntaron sobre algunos aspectos, pero insistí en que yo no había visto nada y que bajé al salón cuando escuché el tiro. Cada agente con el que estaba me observaba apenado.

-Bien, te explicaré lo que vamos a hacer, ¿sí? -Asentí. Ya habían pasado tres semanas desde lo sucedido y todos me llevaban de arriba a abajo, sin decidir cuál sería mi nuevo hogar. -De acuerdo. Como bien sabrás, tu madre hizo algo malo y por esto está en la cárcel. -Asentí de nuevo. -Vale, y tu padre... no puede cuidarte porque...

-Porque está muerto. -Pareció que mi seguridad lo sorprendió.

-Sí, eso es. Entonces comprenderás que la situación es difícil. No tienes abuelos, ni tíos, ni ningún familiar que pueda quedarse contigo, ¿cierto? Lo hemos revisado todo, y nada. ¿Sabes si mamá o papá tenían algún amigo cercano?

-No se veían mucho con gente.

-De acuerdo. Pues entonces solo nos quedan dos opciones. Podemos enviarte con una nueva familia provisional. Te cuidarán como si fueses su hijo. Pero si lo prefieres, puedes ir a un orfanato. Verás que no son tan malos como parecen... -Al contrario que yo, él estaba nervioso. -Esta opción será mejor si lo que quieres es tener una familia fija. Ahora mismo podemos elegir cualquiera de las dos opciones, y he pensado que debías saber lo que se haría con tu vida.

-Sí.

-Pues, entonces, ¿tú que preferirías?

-Solo quiero salir de aquí. -El agente sonrió ligeramente y asintió. Después me dejó solo en esa oficina en la que vivía hacía ya cuatro días.
 

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Pasé el resto de mi vida en un orfanato. No quería estar con una familia con la que no compartía sangre, no quería hermanos, no quería ser un niño más del montón. Prefería no tener padres y vivir en la soledad en un lugar amplio, pero vacío al mismo tiempo.

El día de la muerte de mi padre fue el mismo que encontré mi pasión: matar. Desde ese instante no pude pensar en nada más. Y tampoco puedo hacerlo ahora.




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