El Código Luis

4. A TRAVÉS DE LAS HOJAS

El cuarto libro de la saga era un tesoro que aún estaba fuera de mi alcance económico, pero el destino tenía planes inesperados para mí. Una mañana, mientras estaba en clase, me dieron la noticia de que había ganado una suerte de competencia de olimpíadas de literatura y competiría con otras escuelas.

¡Wao! Como sea, la vicedirectora estuvo hablando conmigo al ayudarme a practicar con exámenes y entre palabras, me contó que ella también había leído la saga que yo estaba siguiendo y si yo quería me podía prestar el último tomo que me estaba faltando si me comprometía a cuidarlo y devolverlo.

¡Cosa en la cual me había convertido un experto gracias a la biblioteca!

Agradecido y emocionado, acepté la generosa oferta y me sumergí de inmediato en las páginas de la nueva entrega. La historia cobró vida ante mis ojos, llevándome a mundos lejanos y aventuras emocionantes, noche tras noche me desvelaba o me quedaba dormido con el libro abrazado como un osito de peluche hasta terminarlo.

A veces, sigo haciendo eso y no es que era un niño ni lo soy ahora, solo que los libros a veces traer consigo un alma tan bella que es mi manera de agradecerles su compañía. O lo que implica como consecuencia ser alguien más bien solitario.

Volviendo al proceso de lectura, lo llevaba a la escuela con el objetivo de leerlo tan rápido como pudiere y devolverlo a su dueña. Mientras leía el libro durante los descansos y en mi tiempo libre, otros empezaron a notar mi entusiasmo y curiosidad. Pronto, mis compañeros se acercaron, interesados en saber más sobre la saga y el mundo que había capturado mi atención.

Fue entonces cuando comprendí el poder de compartir la pasión por la lectura y un consejo que luego me llegaría años más tarde de boca directa en persona de la difunta escritora Liliana Bodoc “la manera de transmitir el hábito de la lectura a otros es amando la lectura uno mismo”. Todo tendría sentido.

Ellos veían las películas, yo leía el libro, hasta que aquella amiga con quien me hablaba de niño y ahora éramos unos adolescentes empezó a leer los libros también y se hizo socia de la biblioteca. Camila empezó a ser mi compañía de debates de libros, de tramas, empezó a retirar sus propios libros y descubrió ella que le gustaba la Novela Histórica, pero también leía conmigo Crepúsculo.

El debate era también con otros en este club de lectura y películas improvisado. A veces nos reíamos al punto que yo lloraba de la risa, cosa que no me pasaba con otros, que nunca me había pasado y los recuerdos que guardo de esos días eran salvadores, pero no tanto…

Había una sombra cerquita.

Muy cerca.

Tener amigos es hablar con ellos y fingir cosas.

Es tener que acercarte a otras personas para demostrar algo que no sos y empezar a generar una fachada horrible.

En mi caso, estaba muerto de pena y de vergüenza mientras algunos que no eran tan amigos se ensañaban con otros aspectos y me llevaban por caminos que me hacían sentir incómodo: chicos de catorce que se juntaban todos los días a fumar marihuana, cigarro, tomar mucho alcohol, tener acercamientos sexuales y demás. Un día me sacaron el celular, me convertí nuevamente en una suerte de chivo expiatorio, me revisaron el historial, las fotos, todo, se hicieron de cosas mías que me sumergió en un infierno horrible.

Y decidí apartarme.

 




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