El Código Luis

5. ESCRIBIR TE SALVA

Mi vida en la escuela no siempre fue fácil. Desde la primaria, como un niño introvertido enfrentaba desafíos diarios, desde el miedo al bullying hasta la lucha por encontrar mi lugar en un mundo que a menudo parecía demasiado grande y abrumador, quizá por eso generaba los míos propios y quizá por eso hoy genero mis propios mundos también a veces.

Lo que creía que en la secundaria se estaba volviendo algo bueno, comenzó a ponerse más difícil en especial desde aquel día que me quitaron el celular.

A pesar del refugio que encontré en los libros y en la amistad de mis compañeros de clase, la sombra del bullying aún se cernía sobre mí. No importaba cuántas páginas leyera o cuántos momentos compartiera con mis amigos, el acoso persistía, oscureciendo mi experiencia escolar y dejándome sintiéndome vulnerable y aislado. Había sido tomado como “carne de cañón” como se dice donde vivo, es decir, como un estúpido al que le hacían de todo y aunque se quejara o los profesores lo vieran nadie hacía nada: desde bajarle los pantalones en clases un montón de veces, hasta soltarle insultos burlones en clases a los gritos provocando que los demás se rían o cosas similares.

El punto de inflexión llegó en un día que nunca olvidaré, un día marcado por la vergüenza y la humillación.

Un día saliendo de misa (porque era una institución religiosa y en determinadas fechas estábamos obligados a ir a misa entre horarios de clases) un grupo de compañeros de clase llevaron a cabo un acto cruel que me dejó sintiéndome desamparado y herido en el baño, y supe en ese momento que tenía que tomar una decisión drástica para protegerme a mí mismo y preservar mi dignidad. Quisieron obligarme a hacerle una felación a uno de ellos y me escapé como pude y salí de ahí. Quedé en shock un tiempo, la manera de manifestarlo era con la negativa de volver a ese lugar.

Cuando intenté decirle a la vicedirectora en medio de la angustia algo de lo que estaba pasando (sí, la misma que antes fue una salvadora y me prestó su libro) sin atreverme a verbalizar qué fue lo que pasó en el baño, me dijo “que entienda que ellos tienen una vida difícil” en especial el cabecilla que peor me la hacía pasar y que “mandaría a llamar a la madre”. Mi tiempo ahí estaba caduco.

Conseguí algo bueno y es que discusión de por medio con mis padres, quienes pensaron que me había encaprichado con cambiarme de escuela pronto (estoy tomando “escuela” y “colegio” como términos sinónimos para no entrar en las diferenciaciones locales que implica) o pensaban que porque dos amigas se habían cambiado, ahora yo también querría hacerlo. Les dije que fue por la orientación de estudios o cosas así, pero creo que terminaron leyendo otro tipo de urgencia en mí y accedieron.

Claro que no fue de un día para el otro y los días y semanas en que muchas cosas sucedían todo se fue volviendo cada vez peor al punto que decidí empezar a escribir porque la escuela era una tortura, era un punto de burla, mi amiga más cercana se había ido y no tenía a quién decirle lo que estaba pasando. Me quería matar.

Pero escribí un libro y el que se mató fue el protagonista.

En esa historia, al chico le sacan algo personal, luego lo toman de punto de acoso y él lleva un arma al colegio para matarse ahí. En fin, eso sucedió en el libro, no en la realidad.

Cambiar de colegio y escribir ese libro salvaron mi vida en ese momento. Años más tarde lo hablaría mucho con mi psicólogo, luego en análisis y tomaría vía férrea la escritura como lo que siempre me va a salvar.

Como sea, agradezco a la institución anterior cierto apoyo que me brindaron, pero en ese momento estaba sucediendo algo crítico y no sé quién era el más vulnerable a decir verdad, lo único que puedo decir con certeza es que no era el único que la estaba pasando mal. Años más tarde decidí dejar de lado ciertos asuntos pasados por análisis y terapia, volví para ciertas actividades y estoy seguro de que, aunque pasé muchos años ahí, jamás fue ese mi lugar.

 

Los últimos tres años de mi escolaridad fueron un período de transformación y crecimiento, no en un sentido romantizado sino de verdad que me cambió para bien.

A medida que me sumergía en nuevas experiencias y conocía a personas que me valoraban por quien era, comencé a sanar las heridas del pasado y a reconstruir mi confianza en mí mismo, además de que empecé a pensar diferente, con una apertura revolucionaria para aquel entonces ¿2010, 2011? Recuerdo dos episodios en particular. O tres, voy por tres:

Una vez, al entrar, una profesora de Historia tomó exámen cuya consigna era respecto de la revolución de La India con Gandhi y la revolución de Sudáfrica con Mandela en un mapa conceptual. Me fue mal, descubrí que no sabía estudiar de verdad. Lo mismo luego con Inglés, pero la teacher Sofía me dijo “algo sabés, no hace falta saberlo todo sino saber usar lo que sabes para defenderte cuando lo necesitas” y vaya que aplicó a otras situaciones de la vida ese consejo (gracias teacher, aún no puedo creer que haya fallecido…), mientras que, en tercer lugar, sucedió algo que me increpó de primera mano.

Era un momento histórico turbulento en Argentina, había movilizaciones por el matrimonio igualitario y marchas al respecto donde el colegio anterior obligaba a mis hermanos (quienes seguían cursando ahí) a ir mientras que en el que iba ahora era laico con absoluta libertad al respecto. Sin embargo, esto provocaba algunas revueltas como tomar de punto a un compañero gay. En cierta situación, le pegaron a la salida de educación física. La directora con la psicóloga del colegio se encargaron de echar a los culpables (o al culpable) y bajar un mensaje firme por el amor y la tolerancia a la diversidad curso por curso, en carne propia y en un momento del país que podría haberse enfrentado al pensamiento de los padres de chicos que pensaban diferente.

Ellas apostaron por la vía correcta: la tolerancia y la diversidad. No el odio, no la violencia, no la imposición ni el bendito adoctrinamiento menos aún religioso.




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