La casualidad puede cambiar la historia,
pero cada persona forja su propio destino.
Parte 1
Año 2020. Ucrania. Odesa.
Una mujer esbelta caminaba sin prisa por el paseo marítimo del mar Negro. Ella echó una mirada pensativa a la terraza de verano de una de las cafeterías costeras, redujo el paso y tomó asiento en una mesa libre. El camarero la miró con curiosidad. Vestido ligero, sandalias, bolso, maquillaje sutil, una larga trenza rubia oscura y piel ligeramente bronceada. Se veía como cientos de turistas en Odesa y, en particular, como los clientes de su cafetería, que no hacía mucho había reabierto tras el levantamiento de las restricciones de cuarentena. Sin embargo, por alguna razón, ella llamaba la atención. Tal vez por su mirada un poco distante, que no estaba clavada en la pantalla del teléfono, como era habitual. O quizá por su sonrisa agradable pero ligeramente melancólica. O incluso por una extraña e inexplicable semejanza con un ave. No es que realmente se pareciera... Una mujer bonita, de unos treinta años como mucho. Pero el joven camarero se sorprendió al darse cuenta de que, por alguna razón imperceptible, aquella desconocida le recordaba a un búho.¿Era su mirada? ¿La forma de su nariz? ¿Su manera de moverse?
Sacudió la cabeza, decidiendo que era simplemente la influencia de sus estudios en biología, una imaginación demasiado vívida y un exceso de tiempo libre, ya que ese junio había sorprendentemente pocos turistas.
La mujer giraba distraídamente entre sus dedos un colgante translúcido de tono dorado, suspendido de un cordón de cuero alrededor de su cuello, que relucía con los rayos del sol poniente. Aquellos destellos se dispersaban y danzaban sobre la superficie de la sombrilla de verano que cubría la mesa, formando un arcoíris que también se reflejaba en la madera blanca, las sillas, la propia mujer e incluso la balaustrada del paseo marítimo. El camarero, que se acercaba con el menú, redujo el paso al notar aquel juego de luces que parecía envolver a la visitante como un halo. Nada extraordinario, pero la impresión era intensa.
Tras pedir un café y un helado, la mujer tomó su teléfono. Volvió a leer el mensaje que la había llevado hasta allí: "Necesitamos vernos. Ha aparecido la copa...". El mensaje había sido enviado una semana atrás por Facebook, desde una cuenta recién creada, sin foto de perfil. Pero ella supo de inmediato quién la había encontrado en la red social y quién le escribía. Alguien a quien no veía desde hacía más de veinte años. Alguien que había logrado escapar sobre el lomo de su extraña y caprichosa suerte, aunque aquella suerte claramente había intentado aplastarlo.
La mujer tomó distraídamente la cucharilla del helado, pero tras removerlo un par de veces, no lo probó. El camarero, mientras atendía a otros clientes, lanzaba miradas furtivas a la visitante, que seguía sin tocar su pedido y observaba el mar con una expresión ausente. Ella parecía estar viendo algo más que el azul infinito hasta el horizonte, adornado solo por un par de veleros blancos. No podía saber que, ante los ojos de la mujer, los recuerdos comenzaron a resurgir por sí mismos: el inicio de una historia cubierta por el polvo de los años, la misma historia que la había llevado allí aquella tarde.
Año 1996
Ucrania. Óblast de Cherkasy
— ¡Ahí está, corre tras ella, corre! ¡Atrápala ya! — resonaban voces de muchachos en el bosque, mientras una niña de catorce años corría a toda velocidad entre los árboles. Sus piernas bronceadas en pantalones cortos se movían rápidas, su trenza se agitaba, y una pequeña bolsa de tela, cruzada sobre su espalda, aleteaba con cada paso.
La fugitiva saltó sobre un pino caído, esquivó las ramas espinosas de una acacia, apartó las hojas de un frondoso arbusto de avellano y, sin frenar el paso, brincó sobre un hormiguero…
Zoryana se encontró con un grupo de chicos cuando iba a recoger manzanas en el huerto abandonado fuera del pueblo. ¡Y justo tenía que aparecer alguien en ese camino desierto que serpenteaba entre los campos! Cuatro muchachos simplemente no pudieron pasar tranquilamente junto a una chica sola. Y cómo no, si eran la “estrella” de su escuela: dos alborotadores empedernidos, sus compañeros de clase, y otros dos, no menos “favoritos” de los cursos superiores.
Apenas se acercó, comenzaron: bromas estúpidas, chistes pesados, y luego incluso intentos de pellizcarla en lugares "interesantes". ¿Qué les pasaba por la cabeza? Hace un par de años eran chicos normales, y ahora parecía que se habían vuelto locos, dentro y fuera de la escuela. Este verano, Zoryana casi dejó de ir a las reuniones habituales cerca de la escuela porque le molestaba que los temas de conversación se hubieran reducido a pura vulgaridad, y los chicos no perdían oportunidad de manosear a cualquiera que estuviera a su alcance.
Así que, al verla en la carretera, comenzaron a soltar tonterías sobre que estaba sola, que no la habían besado, sobre los arbustos cercanos y su disposición a enseñarle cosas interesantes. Cuando la chica intentó simplemente pasar entre ellos ignorando sus tonterías, el mayor, Sasha, la agarró de las manos e intentó tocarla descaradamente. Zoryana se enfureció tanto que, sin pensarlo mucho, simplemente le mordió el dedo. ¡Vaya sorpresa se llevó! Solo por la expresión de su cara valía la pena repetirlo. ¡Y con qué agilidad saltó hacia atrás!
Pero la chica no esperó a que el atrevido se recuperara y, con dos saltos, llegó al borde del bosque, que aquí se acercaba a la carretera, rodeando uno de los barrancos, y salió disparada entre los árboles.
Editado: 08.02.2025