Esmeralda Nubis, ese es el nombre de la mujer con la que no he dejado de soñar. Durante más de dos semanas, mis sueños se han centrado exclusivamente en ella, y esta noche no fue diferente.
Una vez más, pude verla reclinada sobre el mostrador de caoba en la tienda de música donde trabajaba. Su rostro lucía sereno en aquella fría mañana otoñal, mientras sus ojos observaban despreocupados las hojas anaranjadas meciéndose con el viento matutino. Emitían un suave y apacible murmullo que arrullaba su mente hacia los brazos de Morfeo. Sin embargo, su sueño fue interrumpido abruptamente cuando la canción relajante y soporífera que sonaba en el tocadiscos de la tienda fue reemplazada por una melodía familiar. Era la canción favorita de Esmeralda, titulada "Lirio de Pureza".
Las campanas celestiales resonaron en la tienda y los cantos gregorianos llenaron mi alma y la de Esmeralda de un gran pesar, lo que despertó en ella el deseo de cantar al ritmo de la canción. Y de manera tímida y gradual, comenzó a tararear la melodía en su interior. A medida que la intensidad de la canción aumentaba, sus deseos de cantar se incrementaban. Sin embargo, la inseguridad en su corazón y el miedo a exponer sus anhelos, objetivándolos, la cohibían.
Finalmente, cuando la canción alcanzó su punto más alto, dejó atrás su vergüenza y se dejó llevar por la melodía. Alzando sus manos y su rostro, cerró los ojos y permitió que sus labios se dejaran llevar por la voluntad de la canción.
"¡Kyrie, ignis divine, eleison!", cantó, sosteniendo aquellas bellas notas con una voz celestial.
En ese momento, pude sentir cómo mi alma renacía, llenándose de un gozo que solo una obra vinculada a la voluntad del mundo podía lograr. Mis ojos se deleitaban al observar cómo su tembloroso cuerpo se movía al compás de la canción, presenciando el progreso de esos tímidos movimientos que acompañaban su delicada voz. Poco a poco, su cuerpo se desplegaba con una gracia que se asemejaba a la de los cisnes más virtuosos. Y su voz angelical continuaba reproduciendo aquella melodía, como si fuera una sirena que envolvía y embelesaba el mismísimo núcleo de mi ser, transportándome a un trance que alteraba mi percepción del mundo.
Observé con estupefacción cómo la realidad empírica se deformaba ante mis ojos con cada pirueta, con cada palabra que aquella damisela pronunciaba. Las paredes y el techo de la tienda se doblegaban y derrumbaban ante la nueva voluntad que desafiaba lo establecido. Así, se abría paso una magnífica brisa primaveral y un esplendoroso cielo azul que se extendían en su infinita gloria a través del firmamento, sobre las verdes praderas. No pude evitar regocijarme ante el resplandor del sol que bañaba con calidez al hermoso rostro de Esmeralda, mientras ella danzaba como una ninfa del lago.
Sin embargo, llegó el momento en que la música cesó y su voz, al igual que su danza, se detuvo abruptamente. En su lugar, surgieron enormes edificios grises que se alzaban hasta cubrir el cielo, sumiendo en tinieblas el mundo que rodeaba a la joven. Y los frondosos pastizales fueron reemplazados por calles de negro asfalto. Mientras presenciaba estos eventos desarrollarse frente a ella, la chica no hizo más que danzar, girar y saltar al compás de una melodía inexistente. En mi interior, se manifestaron celos por la libertad y despreocupación que la joven lograba expresar, aunque esas emociones disminuyeron al percibir la agonizante melancolía que la danza trataba de ocultar.
Intenté evitar que esas emociones se interpusieran en mi disfrute de tan hermoso espectáculo. Justo en ese momento, una nueva melodía se manifestó, permitiendo que mis oídos volvieran a deleitarse con la dulce voz de mi adorada Esmeralda. Desafortunadamente, no fui el único atraído por esos majestuosos sonidos. De aquellos edificios grises emergieron en estampida extrañas criaturas que se asemejaban a los humanos, pero que carecían de oídos y algunos incluso de boca y ojos. Pero aquellos que tenían boca y ojos los tenían constituidos por reflectantes esferas de cristal.
Aquella multitud rodeó a la chica, aplaudiendo y ovacionándola. Algunos le gritaban improperios, exigiendo que cesara aquel ruido infernal, mientras que otros, sin oído, ojos ni boca, se limitaban a circular por las calles alrededor de la turba, como si pudieran percibir que algo estaba ocurriendo.
Al finalizar su canto, Esmeralda con gran felicidad en su rostro se dirigió a su audiencia, con su mirada un poco gacha y un encantador rubor de vergüenza marcándose en sus mejillas les preguntó: “¿Qué les pareció mi actuación?”
A esta inquisición honesta, la multitud respondió reiterando los mismos halagos que ahora sonaban insinceros y vacíos. Al momento de pedir más especificidad, sus súplicas fueron recibidas de la misma manera.
Con desconcierto y decepción, ella levanto su cabeza para observar mejor los rostros de aquellos aduladores, espantándose al ver cómo los grandes ojos de cristal de algunos de esos seres la miraban con persistente intensidad, hasta manifestar en su cristalino interior una imagen deformada de ella misma que le devolvía la mirada.
El miedo que Esmeralda sentía en ese momento la hizo desear huir de aquella muchedumbre monstruosa. Al percatarse de esto, ellos cambiaron sus ovaciones incondicionales por demandas, querían que interpretara algunas canciones que ellos deseaban escuchar. El rostro de aquella inocente jovencita se iluminó con la muestra de la más pura emoción. Tragándose la decepción y el miedo que había sentido hace unos meros instantes, se dispuso, por primera vez en su vida, a complacer los deseos de su nueva audiencia. Cantó y danzó con gran ahínco las canciones que ellos pedían.