El Contrato de las Almas Ⅱ

Origen

Estaba cansado tenía hambre, sueño y miedo ‒Mamá‒ dije entre lágrimas ‒Te extraño‒ sollocé mientras apretaba con todas mis fuerzas el oso de peluche que me ha acompañado desde que tengo memoria y algo de razón.

No sé cuánto tiempo habrá transcurrido, pero la luz y la oscuridad se repitieron varias veces.

‒No salgas de aquí‒ me dijo antes de cubrirme con varias prendas que colgaban en el armario ‒no quites tus manos de tus oídos‒ dijo con una sonrisa mientras sus manos cálidas y temblorosas sujetaban las mías ‒Te amo‒ dijo antes de cerrar las puertas del armario conmigo dentro acompañado de un chasquido que recuerdo sonaba al candado que ponía en lo que llamaba manija.

Cante una canción que ella me enseño cuando apenas podía caminar esperando que me escuche y que este juego de las escondidas acabase pronto tuve hambre y sed, ya no pude aguantar las ganas de hacer mis necesidades, empieza a oler feo aquí.

La casa está en silencio, ni el señor a quien mi madre llamaba amor estaba por ninguna parte.

No entiendo la actitud de los mayores, antes de que ese hombre viniera éramos ella y yo. Recuerdo ciertas cosas de nuestra antigua casa, era mucho más bonita de donde vivíamos ahora apenas un... cuarto, un baño y una sala, así los llama mi madre al venir aquí.

Recuerdo también que solíamos viajar a todo tipo de lugar en el carro que traqueteaba como si dentro tuviera un gato ronroneando, me aseguraba en mi asiento junto a ella, mientras conducía. Afuera por la ventana se veían muchísimas cosas, muchísimos lugares nuevos y desconocidos, pero que jamás se repetían o bueno al menos eso parecía desde mi perspectiva.

Hubo veces que dormíamos en el auto, ella siempre me ponía en su pecho, el lugar más cómodo en mi vida.

Todo era perfecto, parecía que el camino jamás iba a terminar. Hasta que conoció a una persona que cuando ella me dejaba a solas con él, me miraba feo y al parecer no le caía nada bien, sin embargo, cuando llegaba mi madre, él empezaba a jugar conmigo me colocaba en sus hombros fingiendo ser un caballo y yo ‘¿Un caballero?’ Es difícil recordar algunas palabras y más cuando me divierto jugando.

Después de un tiempo veía a ese hombre a menudo, traía flores muy perfumadas y chocolates que mi madre solía darme a ratos, la última vez que me comí todos esos dulces mi madre se rio mucho por el desastre que había provocado, pero aquel hombre me miraba feo, no entiendo a los mayores a veces están bien y otras veces mal, solo mi madre parecía que todo lo que hiciera la alegraba.

Pero ahora sé que nada dura mucho, aquel hombre una vez llego enojado y oliendo a un perfume rancio y amargo, se tambaleaba de lado a lado como yo cuando aprendía a caminar, después gritaba muy fuerte se acercó a mi madre y la empujo, tropezó varias veces tratando de no caerse.

Aquello me asusto mucho, por lo que llore sin control no sabía por qué jugaban brusco y no me gusto que le hicieran eso.

Mi madre me levanto en sus brazos ‒Tranquilo, todo está bien‒ me dijo mientras me apretaba contra su pecho. Era cálido, aunque se escuchaba un golpeteo muy fuerte desde su interior, me asuste, pero su calor y su amor eran más fuertes y me quede dormido en su pecho mientras cantaba una canción.

Cuando la luz escuche las disculpas de aquel hombre estaba arrodillado junto a las piernas de mi madre, tenía lágrimas en los ojos y repetía las mismas palabras una y otra vez ‒Lo siento‒.

Era la primera vez que veía a mi madre furiosa, espero jamás decir esas palabras que al parecer la enojan mucho.

Lamentablemente, los gritos no pararon, hubo momentos donde parecía quererse mucho algo que podía reconocer sin necesidad de palabra alguna algo que sentía fuertemente con mi madre por lo que sé cuándo ella da todo por lo que quiere, pero había otras veces donde él llegaba siempre tambaleando y oliendo muy feo, apenas podía decir algo sin balbucear para después gritarle a mi madre.

Mi madre había compadro unos cascos muy suaves, me los ponía siempre que él venía oliendo feo, cuando me los ponía todo estaba en silencio me daba miedo, pero era mejor que seguir escuchando los gritos.

Al primer rayo de luz mi madre se levantaba a limpiar la casa, rejuntaba el desorden que aquel hombre provocaba al lanzar las cosas por todos lados, siempre le ayudaba a rejuntar lo que podía, aunque aquellos pedazos brillosos muy llamativos que llamo vidrio no podía tocarlos ‒¡Eso no!‒ decía con una sonrisa mientras me apartaba de ellos.

Vi en la sonrisa de mi madre algo se pegaba en su rostro, tenía una mancha de suciedad en su mejilla y su ojo junto a algo rojo que brotaba en sus labios, se parecían mucho a las manchas que me salían cuando me caía mientras jugaba, sé que duelen mucho ‒Te duele‒ trate de decir mientras estiraba mis manos para tocar las manchas y retirarlas para que no le dolieran ‒Tranquilo, estoy bien– respondió con una sonrisa.

La luz y la oscuridad pasaron varias veces, yo dormía profundamente en la cama, varias ropas me rodeaban mientras las canciones de mi madre inundaban el lugar.

‒¡Maldita hija de…!‒ escuché gritar de repente junto al golpe estridente de la puerta metálica que separaba la casa del exterior ‒¿CÓMO TE ATREVISTE A ENGAÑARME DE ESA MANERA?‒ se escuchó más fuerte ‒¡Donde estás maldita puta!‒ se escuchó por todas las habitaciones ‒¡Dónde estás!‒



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En el texto hay: misterio, ficcion, sobrenarutal

Editado: 05.12.2021

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