La mañana apenas atravesaba el denso bosque cuya oscuridad albergada era aún densa, pero con los pocos rayos del amanecer se podía seguir un camino sin mucho esfuerzo, los padres de Sara se habían alejado ya varios metros de la casa, su serenidad los había camuflado y sacado de ahí sin mucho esfuerzo mientras mantenían su corazón y su mente en calma.
‒¿Estás segura de que hicimos lo correcto?‒ dijo el padre dejando un rastro de migas con varias runas marcadas en las ramas, troncos y piedras a su paso para que los susurradores los siguieran alejándolos de la casa y de la dirección por donde escaparon.
La pregunta tenía una trampa poco evidente, no se refería al hecho de dejar la casa llena de susurradores, volviéndola inhabitable durante los siguientes años, sino, es más, ya que el poder de las runas no se extingue con la vida de quien las creo, estas se apagan lentamente con el tiempo, siguiendo el mismo camino que su progenitor realiza en la muerte, esta suposición se dio basado en ciertos hechos y experimentos que habían realizado los cazadores hace cientos de años.
La pregunta tampoco englobaba tener que abandonar una vida formada por su separación, ni el hecho de haber pasado los años venideros con silencio en sus labios ocultándole el mundo al que pertenece Sara.
La pregunta era precisa y directa. En su interior la madre dudó por instantes si su decisión fuese la correcta al dejar a su única hija en mano de aquellos ángeles.
‒Quieta‒ dijo el padre colocando a su esposa tras de él ‒alguien nos viene siguiendo desde que salimos de la casa‒ la madre busco por todos los rincones del denso bosque.
‒¿Dónde está?‒ preguntó ella en voz baja.
‒No lo sé con exactitud, es muy astuto‒ respondió mientras sus manos apretaban con fuerza la empuñadura de su Cimitarra.
‒Al parecer no del todo, para que me hayan descubierto‒ dijo su perseguidor ‒en verdad son muy buenos, debo admitir que, si no fueran un poco más lentos, los hubiera perdido hace mucho‒
La pareja empuñó sus armas apuntándolas en dirección de aquella voz.
‒Por favor no quiero lastimarlos, solo tengo un mensaje que daros‒ dijo un muchacho vistiendo unos jeans desgastados, una camiseta y una chompa, extendió su brazo derecho, para después levantar su manga, mostrando una piel tersa sin mancha alguna ‒…Ostende mihi verum‒ terminó de conjurar la plegaria del cazador.
Varios símbolos se materializaban en su piel, emergiendo lentamente tomando formas complejas y extensas, siendo las runas propias de un cazador.
‒Apártate de nuestro camino, no nos interesa lo que tenga que decir el Concejo‒ atajó el padre.
‒El Maestro los solicita en el templo, pueden acompañarme amablemente caso contrario tendré que usar todos los medios necesarios para llevarlos conmigo‒ concluyó el chico.
Ambos padres sintieron el frío helar del miedo recorrer su cuerpo, hace mucho no habían escuchado la mención del Maestro, claro exceptuando la misma expresión en los maestros y profesores de Sara.
‒No sé, quien eres o como nos encontraste o qué quieran de nosotros, hace mucho escapamos del templo y tenemos nuestras razones así que puedes decirle al Maestro que se olvide de nosotros y que aquello que sucedió no fue nuestra culpa‒ el padre avanzó lento, pero con pasos firmes su camino.
‒Supongo que no me dejan otra opción‒ respondió el muchacho con una sonrisa sínica.
El roce de las armas se escuchaba a varios metros, el cortante filo de la Cimitarra y del Terciado eran casi palpables, la fuerza con la que se blandían era descomunal provocando que varios árboles cayeran y que otros se destruyeran a causa del impacto, la batalla fue brutal hasta que un silencio repentino ahogaba toda señal de lucha.
Los padres de Sara yacían en el suelo inconscientes mientras su captor permanecía parado frente a ellos, con su kusarigama en sus manos esta arma consistía de una hoz sujeta de una cadena de una longitud de un par de metros con una esfera como peso en su otro extremo.
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Editado: 05.12.2021