Una taza de chocolate caliente humeaba sobre la mesa de la sala desde que había sido servida por la chica a quien no habían presentado aun, lo preparo con delicadeza y prisa, hace apenas unos minutos estaba sobre su novio enrollando sus dedos en su cabello frondoso, mientras sus caderas se movían rítmicamente al calor de la pasión, se conocían desde hace mucho desde que él se mudó a aquella casa de un día para el otro como una conexión instantánea al roce de las miradas donde comenzó con la amistad tomando fuerza poco a poco en un amor juvenil, en todos los años que llevaban juntos, jamás había escuchado la sola mención de un muchacho de cabello alborotado y de su amigo cuya expresión de pocos amigos repelía a todos aunque su semblante le daba un aire de misterio, acompañados de dos chicas casi de su misma edad más o menos.
Aquel día su madre había ido donde otros familiares para pasar la tarde después de la sacudida repentina, a pesar de que amaba a su familia también le preocupaba el amor de su vida, apenas llegaron ella logró encontrar una excusa para escaparse de la reunión familiar, aunque ya en la tarde llamo a su madre contándole una mentira cuyo final terminaba en: permanecer la tarde en la casa de su novio, alado de su suegra que los vigilaba a ojo de águila.
Cosa que era otra mentira, ya que su suegra no sabía nada de ella y había salido por unas compras por si el temblor volviese, así poder tener víveres de emergencia y algo para la cena de esa noche así que le tomaría cerca de una media hora más o menos en un cálculo al apuro en volver a casa siendo esos minutos que la pareja de enamorados aprovecharían al máximo, afuera el mundo podía estarse acabando, pero ellos no perdonarían la oportunidad para desbordar el amor que tenían en su joven vida.
Todo hubiera sido perfecto hasta que se escuchó el maquinar de poleas y engranajes provenientes del garaje, algo sumamente extraño porque su novio jamás le había mencionado algún auto que tuvieran, a menos que su suegra lo hubiese comprado en plena catástrofe, todo cambio repentinamente el rostro de su joven amor endurecía en facciones que denotaban que algo no estaba bien.
‒Quédate aquí‒ dijo señalando la parte trasera del sillón mientras tomaba un bat que guardaba en alguna parte oculta a la vista, el cuerpo de madera tenía tallado en su superficie varios trazos que formaban un extraño símbolo que parecía no tener sentido alguno, su pareja apretó el mango con ambas manos, esta era una faceta que jamás había visto en él, tenía su encanto protector hasta que escucho el traqueteo de un auto entrando al garaje ‒No salgas hasta que yo te lo diga‒ le dijo acompañado de un beso en la frente mientras se dirigía a la cochera.
El rugir del auto se apagó lentamente hasta detenerse por completo, las luces de los faros la siguieron apagándose por completo.
‒Bueno esta es una de mis…‒ alcanzo a escuchar la voz de un muchacho que no alcanzo a terminar de hablar, ya que su novio había apagado las luces de la cochera y arremetía con aquel quien fuese.
Su corazón pálpito angustiada no podía dejar que su pareja se enfrentase solo a quienes hayan irrumpido, tenía que hacer algo tenía que protegerlo, estaba con él en las buenas y este era un momento en las malas.
Los golpes siguieron uno tras de otro, cada golpe retumbaba en su pecho provocando que sus piernas flaquearan con cada paso.
‒¡Sebastian!‒ se escuchó de una voz femenina, seguramente su acompañante.
‒¿Sebastian?‒ repitió su novio sonando incrédulo, en ese instante ella encendió las luces del garaje tenía que ver lo que sucedía, un completo caos de destrucción una chica al otro lado del auto agachada apenas visible, un chico de cabellos alborotados sobre la mesa junto a herramientas regadas por doquier, un chico en el asiento del copiloto con una espada larga cuyo filo parecía que podía cortar lo que se atravesase en su camino y una chica en el asiento trasero apoyada en la puerta lista para salir.
Lo que paso después fue igual de confuso, su novio le pedía de favor preparar algo de beber para los invitados, mientras su rostro se alegraba de ver a ‘Sebastian’, no entendía exactamente qué pasaba, ambos se trataban como amigos que se conocían de años mientras el resto del grupo descansaba en los muebles de la sala todos con un aspecto desastroso como si hubieran salido apenas con vida de una guerra.
La taza de chocolate sobre la mesa se había enfriado hace ya mucho rato.
‒Es sorprenderte volverte a ver‒ dijo Oliver emocionado como un niño ‒Mi madre se pondrá contenta de verte, hace muchos años que no te ha visto y siempre está rezando por ti, espero no tarde solo fue por unos cuantos enceres para la cena de hoy, he intentado llamarla, pero las líneas están interrumpidas por el suceso de esta tarde, cuando venga haremos una cena para todos– dirigió una sonrisa emocionada a cada uno de los presentes –Por cierto ella es mi nov…‒ Oliver se dio cuenta de ese pequeño detalle.
Regreso la mirada hasta que sus ojos conectaron con los de su novia que sostenía en sus manos el bat admirando los trazos sobre la piel de madera, pensaba guardarlo en el lugar del que lo había sacado, aunque cuando sus miradas conectaron las intenciones habían cambiado, en especial porque apenas se había acordaba de ella.
‒Les presento a mi novia‒ dijo temeroso acercándose a su pareja ‒se llama Zoé y mi nombre es Oliver‒ se dirigió al grupo ‒están en su casa, si son amigos de Sebastian son amigos nuestros‒ Zoé forzó una sonrisa amable con un toque de incomodidad por la situación repentina, más no por los presentes.
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Editado: 05.12.2021