El Contrato de las Almas

La mañana era cálida, el sol brillaba con intensidad filtrándose por la ventana, un haz de luz dio justo sobre los parpados cerrados de Sara lo que la molesto y la hizo despertar. La habitación estaba casi vacía a excepción de las máquinas que median sus signos vitales los cuales eran mucho menos ostentosos que de los que recordaba haber visto la vez que despertó junto a su madre, se sentía desorientada con el cuerpo lleno de pesadez se preguntó cuantos días habrían pasado desde ese día, se sentía bien, su cuerpo se sentía mejor, aunque el calor de su brazo derecho no había disminuido algo que no le incomodo ni un poco, estaba roto y suponía que aquello era “normal” además estaba enyesado por lo que no podía hacer algo al respecto aunque quisiera.

Estiro su cuerpo todo lo que pudo, las yemas de los dedos de su mano izquierda rozaron la cabecera de la cama y los dedos de sus pies estaban lejos de llegar a topar el borde inferior de la misma, sentía dolor en ciertas partes, pero eran fugaces, tomo el control de la cama y elevo el espaldar a una posición cómoda. Los minutos pasaron y todo su cuerpo empezaba a responder poco a poco, miro al techo sumergiéndose en sus recuerdos tratando de recordar el accidente, algo que no surtió mucho efecto, ciertas partes seguían borrosas, en especial lo que había sucedido después de que algo cayera estrepitosamente en el capó.

De repente, sus pensamientos fueron interrumpidos por el golpeteo rítmico proveniente de la puerta de la habitación.

–Adelante– dijo Sara sentándose con cierta dificultad.

Varios globos de muchos colores, tamaños y formas cruzaron el marco de la puerta desfilando en una escena muy colorida, eran muchos que de seguir así llenarían la habitación por completo.

Un chico entró en medio de aquel desfile, tenía el rostro pintado de blanco, los labios resaltados con un labial rojo y dos líneas verticales con la forma de estrella sombreando sus ojos y resaltando sus cejas, llevaba puesto una camiseta blanca a rayas negras horizontales y un pantalón negro con tirantes rojos, un conjunto un tanto estrafalario. Tendría cerca de 22 a 25 años por su cuerpo estilizado, su cabello alborotado y su rostro inocente le hacía dudar de haberle atinado a la edad.

El mimo sonrió mientras sacaba de su bolsillo un pequeño silbato que coloco entre sus labios, señalo los globos indicando a Sara cuál de ellos era el que más le llamaba la atención, ella dudó en aceptarlo, seguía inspeccionando de cabo a rabo los rincones de aquel chico hasta que alcanzo a leer un estampado en su camiseta, un pequeño logo en el pecho cerca del corazón.

“Mimo” se leía.

Sara no entendía la obviedad del nombre, mucho menos quien era o que hacía ahí, hasta que recordó que su madre le contó una vez que en ocasiones llegaban personas que hacían sonreír a los enfermos, payasos, mimos, gente disfrazada de superhéroes para los niños, todos con la intención de alegrarlos mientras se recuperaban. ‘La risa es la mejor cura’.

–¿Eres una de los voluntarios?– preguntó Sara.

El chico sonrió de la emoción mientras afirmaba con la cabeza.

Acto seguido señaló uno a uno los globos hasta que Sara asintió en uno del color que le gustaba. El Mimo tomó el globo por el hilo que lo ataba al resto, cuando se acercó para entregárselo he hizo una expresión de asombro al ver el yeso en su brazo derecho seguido de un ademán a manera de escribir, Sara entendió que él quería plasmar algo en su yeso alguna frase motivadora o algo por el estilo. Asintió y el Mimo salto de alegría, saco un pincel y un botecito que contenía lo que parecía ser una tinta roja, algo espesa y oscura como la sangre.

Estiro el brazo lo poco que pudo mirándolo intrigada y curiosa de saber qué era lo iba a escribir y más con aquella tinta roja, cuando el mimo se acercó, los globos lo cubrieron por completo, Sara trato de apartarlos, pero era como si se interpusieran entre ellos cubriéndolo de lo que hacía, fue inútil mientras retiraba un globo otro tomaba su lugar haciendo imposible poder verlo.

Escucho varios susurros que no alcanzo a entender. –¿Qué estás haciendo?– dijo incómoda mientras trataba de retirar su brazo.

Sintió como el pincel marcaba el yeso desde el brazo hasta que llego al dorso de su mano algo imposible, ya que el yeso que le cubría debería interponerse, empezó a sentir un líquido caliente sobre su piel, Sara se asustó, trato de retirar el brazo, pero él la sujeto con fuerza.

–¡Suéltame!– insistió mientras tiraba de su brazo y apartaba los globos que se amontonaban uno tras otro.

Sentía como varias líneas recorrían de su mano hasta su palma. Poco después los globos se retiraron y el chico la miro con una sonrisa, Sara miro su brazo y su mano, estaba asustada por lo que había sucedido, pero ahí no había nada ni una señal de la tinta roja ni una sola gota que marcase su piel o el yeso, miro las manos del Mimo los pelos del pincel estaban manchados de rojo sangre y el botecito que contenía la tinta estaba vacío.

No entendía lo que había sucedido, aún sentía los pelos del pincel en contacto con su piel y la tinta cálida que se supone dibujo al recorrer su dorso hasta la mano, pero ahí no había nada ni una sola gota.

Sara empezó a sentir que su brazo derecho poco a poco se calentaba este calor se extendió comenzando desde las yemas de sus dedos subió al antebrazo, después a su codo al poco tiempo era todo su brazo derecho continuó hasta pecho y posteriormente se esparció por todo su cuerpo, le dolía aquel calor abrazador provocando que soltara un pequeño gemido ahogado, se retorció del dolor que empezaba a mermarla desde adentro, el mundo a su alrededor se desenfocó ya sea porque cerraba los ojos con fuerza o por las lágrimas que se le escapaban, pero una imagen quedo clara en medio del caos, la del Mimo que la miraba y no quitaba la sonrisa de su rostro.



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En el texto hay: misterio, sobrenarutal, criaturas oscuras

Editado: 19.11.2022

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