Sara escuchó las risas juguetonas de una niña pequeña, lo que provocó que despertara poco a poco de su dormitar, las horas habían transcurrido hasta volverse un nuevo día, notaba como su cuerpo volvía a su ritmo habitual, aunque ahora cada centímetro del mismo tenía un dolor que variaba de intensidad, aquella morfina que la había adormilado el cuerpo en su recuperación al parecer se terminaba y ahora vendría la verdadera recuperación, aunque la coincidencia más notable era que todo sucedía después del incidente con el Mimo. Unas risas juguetonas aumentaron de intensidad acompañados ahora por gritos de alegría.
Una pequeña figura corría por los pasillos, sus pasos no se detuvieron ni un solo instante, iban y venían en un jugueteo que Sara solo podía observar desde su cama. Al poco rato una niña pequeña de apenas unos 3 años entraba a la habitación. Su mirada recorría cada centímetro del mismo en búsqueda de algo en específico, supuso Sara. No paso mucho hasta que la niña se escondía entre unos aparatos médicos acomodados en una esquina de la habitación, se ocultó lo mejor que pudo en aquel pequeño espacio entre la mesa y la pared.
Sara la miro con ternura, la niña sonrió e hizo un ademán tapando su pequeña boca con la mano –sssssshhhhh– resopló mientras se reía.
Pasaron un par de minutos hasta que la niña salió de su escondite miro por el pasillo a través de la puerta abierta, cuando se percató que no había nadie afuera salió corriendo en búsqueda de un nuevo lugar para esconderse.
–¡Si te encuentro ganó y seré el mejor del mundo mundial en las escondidas!– gritó alguien por el pasillo.
Sara reconoció esa voz, sintió una especia electricidad qué recorría su cuerpo, aquella era la misma voz qué hace unas noches se quejaba del hospital y la misma que le había amenazado en la azotea. Se levantó sin dudar, tomo una bata y se cubrió el cuerpo.
El corredor estaba repleto de gente que iba y venía, echo una mirada tratando de encontrar al chico y para verificar si su madre no andaba cerca, pero no podía verlo ni escucharlo entre las varias personas que pasaban y por suerte su madre aún no regresaba.
–¡Será mi victoria!– se escuchaba cerca sin poderlo ubicar, era como si su voz sonara en un lugar, pero lo confundieras por otra ubicación.
Las risas de la niña volvieron a sonar con fuerza y mucha emoción.
–¡Ya te vi!– dijo el chico corriendo tras de ella o eso es lo que parecía por los varios pasos presurosos.
La niña salió corriendo de una de las habitaciones, Sara la vio cruzar por el final del pasillo esquivando de milagro las piernas de las personas, era el momento, lo hacía ahora o dejaba perder la oportunidad de resolver las dudas que tenía, fue tras ella estando segura de que si la hallaba lo encontraría a él también.
Seguirle el paso era difícil, tenía el cuerpo herido y adolorido, por suerte ahora no tenía ninguna intravenosa pegada a su piel, pero aun así se las ingenio para separarse de los cables que monitorizaban sus signos vitales, evitando así que saltara alguna alarma, continuó decidida por los pasillos perdiendo de vista a la niña por instantes, hasta encontrarla parada dentro de una habitación cerca de la puerta, se reía mientras hablaba con alguien que estaba frente a ella, pero no podía ver quien era, la cortina de la habitación se interponía. Sintió su corazón acelerarse del miedo, de la incertidumbre, del que diría o haría al encontrarlo. Algo era seguro, pediría explicaciones a todo lo que estaba sucediendo.
La niña movió la cabeza de arriba abajo como afirmando, levanto sus pequeñas manos dibujando varias figuras en el aire.
–Está bien. Ahora si me encuentras. Ganarás por siempre– dijo el chico.
Sara llegó poco después, al ingresar a la habitación lo reconoció, era él, estaba agachado en cuclillas frente a la niña, llevaba puesto un jean azul y un buso manga larga qué cubría sus manos y parte de sus dedos. El chico levantó la mano repentinamente, mostrando su dedo índice a modo de silencio hacia Sara antes de que ella pudiera decir una sola palabra.
–¿Es tu amiga?– pregunto la niña mirando a Sara, aunque sus ojos reflejaban una confusión que supuso que se debían a los vendajes en su cuerpo.
–No es nadie– respondió el chico sin siquiera mirarle.
Sara se enojó al escuchar esas crueles palabras.
–¿Cómo te puede hablar? No dijiste la plegaria– reclamó la niña a Sara.
–La dijo, pero no escuchaste, nunca escuchas ni me escuchas. Pero bueno, ¿Seguimos jugando?–
–Siiiii– dijo entusiasmada la niña que salió corriendo, perdiéndose entre los pasillos casi al instante.
–Es mejor que olvides todo esto, mientras menos sepas mejor será para ti y todo lo que crees conocer– su tono de voz había cambiado, se endureció.
–¿Qué fue lo de anoche?– preguntó Sara –¿Quién eres? ¿Y aquel chico que salto?–
–¡12!– gritó el chico acercándose a la puerta –No soy nadie, no soy nada, solo olvídalo, olvida todo esto y vete–
Sara sintió miedo al escucharlo, lo tomó como una advertencia qué no debía ignorar, pero quería darle un sentido a todo lo que sucedía.
–¡22!– volvió a gritar mostrando total desinterés a sus preguntas o siquiera su presencia, se mantenía ahí porque Sara se interponía entre él y la puerta.