Sebastián retiró el cabello del rostro de la mujer más hermosa, aquella mujer a quien le había entregado su vida, su alma y su corazón. Ella dormía a su lado, completamente desnuda, apenas cubierta por sábanas de seda blanca, la amaba como la primera vez que el destino los junto aquella época que solo los dos recordaban.
Recorrió su mejilla con el dedo hasta llegar a sus labios, ella lo noto, pero no hizo nada, fingía estar dormida como todas las mañanas, siempre escuchaba lo que Sebastián susurraba, los miles de sonetos, los millares de poemas que le dedicaba y cientos de historias.
La mano de Sebastián se deslizó por su cuello hasta su hombro, siguió recorriendo su camino como si tocará la seda, su piel era tersa y delicada, podías dejar la huella de un beso marcada en ella. El roce de la yema de sus dedos con la piel de su amada provocaba una leve corriente que la hizo sonreír, ella trató de ocultarlo con un movimiento de su cuerpo, Sebastián sonrió carismático ante el acto, se acercó al oído despacio manteniendo el encanto de que ella siguiera durmiendo.
–Te amo– dijo susurrando y sellándolo con un beso en el hoyuelo de su mejilla formada por una sonrisa que fue inevitable ocultar.
Ella lo miro, se apoyó en sus pies estiró un poco el cuerpo hasta alcanzar sus labios, varios besos nacieron y siempre uno pequeño al final como un pacto en silencio.
Sebastián la abrazo acercándola a su pecho, de pronto el cielo se ennegreció sin previo aviso se había vuelto completamente oscuro de no ser por los rayos qué iluminaban entre flashes, sintió una angustia y el miedo que recorría su cuerpo, sentía en sus manos un líquido caliente qué se hacía cada vez más intenso, acercó la mano hasta su rostro mientras un rayo lo revelaba. Una mancha roja tomaba fuerza y se volvía cada vez más grande debajo de ella.
Los truenos se volvieron caóticos, Sebastián se había paralizado del shock, no podía entenderlo, no reaccionaba, la sola idea de apartar el cuerpo de su amada de su pecho y descubrir el trágico final lo llenaban de pánico, un rayo cayó cerca de la ventana haciendo que está reventara en miles de cristales que volaron en todas las direcciones mientras el sonido estrepitoso de un trueno ensordecía el lugar.
–¡NOOOOOOO!– gritó mientras se levantaba de la cama, su respiración era errática con su frente llena de sudor al mirar a su alrededor se dio cuenta de que todo había sido un sueño. Miro su mano y la sangre ya no estaba, pero aún la sentía, eran las 4 de la mañana. Se levantó, tomo una camiseta y unos jeans qué había usado el día anterior, todo seguía a oscuras, a él le gustaba qué fuera así; encendió una pequeña lámpara de mesa cuya pobre luz iluminaba un poco la mesa donde reposaba junto a un puñado globos desinflados. Tomó las llaves encima de la mesa y un par de papeles que estaban junto, antes de salir justo al cruzar la puerta, se detuvo en silencio agachando la mirada con una expresión de tristeza.
–Te extraño– dijo en voz baja marchándose de aquel lugar.