El autobús traqueteaba con cada bache que se encontraba en su recorrido, se podía decir que el conductor no se tomaba la molestia de esquivarlos y más bien pasaba encima de ellos demostrando el fastidio que tenía hacia su trabajo desde hacía ya mucho tiempo.
Era tarde el autobús se llenó hasta la mitad de diversas personas de miradas cansadas y pérdidas en una rutina diaria.
–Vamos siéntate y estate quietito– le ordeno una madre a su hijo que se apoyaba sobre el respaldo de su asiento con la mirada y los brazos apuntando a todos los pasajeros detrás de ellos –es de mala educación señalar a la gente así– acentuó la madre al ver que su hijo miraba extrañamente a las personas mientras sus pequeñas manos y dedos dibujaban figuras en el aire.
El niño recorría la lanza de cabo a rabo, esta debía de medir cerca de dos metros rozando apenas el techo del autobús, la cuchilla estaba algo oxidada, pero bien conservada, al igual que el cuerpo cilíndrico de madera robusta, llena de extraños símbolos tallados en ella esta arma estaba sujetada por un muchacho sentado justo detrás de él. Aquel muchacho traía el cabello despeinado junto a un conjunto de una gabardina negra, una camiseta azul marino y unos jeans desgastados del mismo color.
Lo que más le asombraba al pequeño niño, que aparentaba no tener más de 10 años, era qué aquella arma se mantenía vertical a pesar de los varios frenazos repentinos y de que no se despegaba del suelo con los saltos en cada bache.
Sin darse cuenta dibujaba con la yema de su dedo índice cerca de la cabecera de su asiento, los extraños símbolos que veía en el asta de la lanza, repetía una de esas figuras copiándola con exactitud, acompaño su dibujo con algunas palabras en voz baja sin siquiera conocer el significado de lo que pronunciaba, su mirada se centró en el extraño símbolo qué dibujaba estaba a punto de terminarlo al igual que la plegaria qué conjuraba inocentemente, cuando el chico de la lanza detuvo su mano justo antes de terminar.
–Con eso no se juega– dijo trazando con su dedo índice una línea en medio de la runa que el niño había dibujado.
Poco después se levantó de su asiento dirigiéndose a la puerta de salida, presiono el botón de parada y cuando estas se abrieron salió del autobús con la lanza en mano.
El pequeño niño seguía los pasos de aquel muchacho que bajaba del autobús con la lanza que se inclinaba por primera vez, apenas reaccionaba como si acabara de despertar de un profundo trance, bajo la mirada viendo varios trazos, dándose cuenta de que estaban grabados en el asiento como si algo hubiera quemado el plástico mientras los dibujaba, la extraña figura tenía líneas que serpenteaban y trazos de varios grosores, en conjunto toda la figura estaba dividida por la mitad por una gran línea.