Sebastian despertó lentamente de su pesadilla, miraba en el techo un candelabro qué iluminaban la sala.
–Un día de estos, eso matará a alguien – dijo apuntando al candelabro.
Sara entro a la casa cerrando la puerta de la entrada en su espalda, se acababa de despedir de Raquel, ya era tarde y prometió que mañana se lo explicaría todo, aunque no sabía cómo podía explicar una locura como esta.
Vio a Sebastian incorporarse en el sillón con dificultad, se notaba el cansancio y las pocas fuerzas que tenía.
–¿Estas bien? – se acercó despacio
– Lo estoy, gracias – Sebastian sujeto su cabeza.
– ¿Quién te hizo esos cortes? – apunto Sara al pecho desnudo de Sebastian
– David, se disgustó con nosotros por el caos que provocamos en el edificio del Instituto–
– ¿David? ¿Es otro cazador como ustedes?–
– No, el es como nuestro jefe, supervisor, el mandamás–- Sebastian busco su camisa empezaba a sentir frío. –Debo irme, ya debes dejar de buscarme, el mundo al qué estás entrando no es para ti – le advirtió.
– No te busque– se defendió Sara
– ¿Entonces como diste conmigo? – estaba confundido
–Desde el accidente siento que algo o alguien me llama, ya te lo había explicado–
Sebastian entre cerro los ojos, algo había descubierto en una idea fugaz.
–Eso es muy curioso en especial si no eres nadie –
Sara se enojó por el comentario.
– ¿Tú amiga? –
– ¿Raquel? Acaba de irse a su casa –
– Espera – se detuvo Sebastian al pensar en algo que no encajaba –¿Cómo llegue aquí? –
–Te trajimos cuando te desmayaste. Llame a Raquel y Andrés para que me ayudaran a traerte a mi casa, íbamos a llevarte al hospital, pero de seguro nadie te hubiera visto y hubiera terminado mal–
– ¿Quién es Andrés? – Sebastian se sintió confundido y eso que seguía adormilado –¿Está aquí? ¿Qué le dijeron de mí? –
–Es una persona muy especial para mí, él nos ayudó a traerte en su camioneta, no hizo ninguna pregunta solo lo sentía un poco incomodo –
Sebastian entendía menos, no sabía cómo era posible que Raquel y Andrés lo vieran si él no lo había permitido mediante una plegaria.
Sara le explico el extraño presentimiento y lo que sucedió después de que Sebastian cayera en sus brazos desmayado, como Raquel al principio no podía verlo, pero después de sujetarla él había aparecido de la nada, lo de Andrés que llegaba y contradecía por llevarlo al hospital para después ceder a la petición de Sara de llevarlo a su casa.
–Tengo que irme – se levantó presuroso –algo no anda nada bien aquí– sonaba preocupado.
– ¿A qué te refieres? –
– A todo. Esto no tiene sentido, no sé porque tú, ni se porque puedes verme, tampoco entiendo como tus amigos pudieron verme–
– ¿Por qué te preocupa que alguien te vea? –
–Es que nadie puede, te conté sobre la treta qué usamos para ocultarnos y es inquebrantable nadie puede vernos, solo nosotros mismos y los....– Sebastian tuvo una idea que centello desde lo más profundo – pero no es posible, yo confirme que tú no eras una de ellos– se dijo a sí mismo –lo siento Sara debo irme y en verdad aléjate, no quiero que salgas herida, este mundo no es para ti– se acercó a la puerta –olvida esto por favor, no le digas a nadie más de mi– abrió la puerta hasta colocarse en el marco –y esa sensación que te llama olvídala tienes que olvidarla– un gruñido sonó a unos metros de la entrada, Sara también lo había escuchado.
Sebastian no se movía, estaba parado bajo el marco de la puerta sin mover un solo musculo, Sara se acercó al escuchar el gruñido que provenía de afuera y ahí estaba, una de las bestias con las que había luchado la otra noche en el edificio estaba fuera observándolos con sus ojos majestuosos.
–No es posible – Sebastian sonó sin creer lo que pasaba. –¡Cierra todo de inmediato! – ordenó a Sara.
Sebastian busco la daga que cargaba en una funda colocada cerca de la espalda baja, oculta entre sus ropas, pero no la encontró no estaba en su lugar, cerró la puerta a toda prisa y salto sobre el sofá en búsqueda de la daga con la que se defendería.
–¡Mi daga! – grito a Sara –¿Dónde está? – su preocupación se hacía evidente, sin ella no podría defenderse.
–No sé de qué daga me hablas, no encontré ninguna cuando te curaba – dijo Sara bajando la escalera presurosa.
–Es lo único que puede matarlos – Sebastian empezó hacer memoria, jamás se apartaba de su daga, era su salva vidas cuando no tenía la lanza a su lado.
–¡La tenía! Lo sé, la sostuve Cuando….– una idea le llego –Raquel –
–¿Qué tiene que ver ella con tu daga? –
–No recuerdo muy bien, pero cuando sentí la presencia de un susurrador, la empuñé mientras protegía a Raquel, después de eso no recuerdo nada –
–Raquel y yo lo vimos, pero ella no mencionó ninguna daga –