El viento soplaba con fuerza, pero no se sentía el helar en el cuerpo, todo era un caos el cielo se agitaba con voluminosas nubes grises cuyos rayos iluminaban el risco mientras la tormenta anunciaba el fin de la humanidad.
La costa era arremetida por el fuerte oleaje y el viento trataba de arrancar los árboles del suelo.
Pero todo estaba bien, no sentía el miedo, todo estaba en calma en la mente de Sara qué miraba a los alrededores el fin del mundo se acercaba, pero ella no sentía miedo. Miro sus manos, sus brazos, sus piernas, todo su cuerpo estaba llena de símbolos extraños.
–Runas– se dijo en voz baja
Podía sentirlas, estaban vivas cada una tenía un color diferente, un sabor único, un calor tan frágil qué era imperceptible para el resto, excepto para ella, los sentía como si los conociera desde siempre.
Abrió sus brazos, estaba lista.
Dejo caer su cuerpo por el barranco atraída por la gravedad acelerando en cada segundo las olas se habían calmado a tal punto que el mar se había vuelto estático no había una sola imperfección ni una sola onda de agua, todo el mar parecía un espejo y Sara se reflejaba en el acercándose cada vez a su reflejo, a pesar de todo Sara no sentía miedo.
–¡Sara! – escucho a lo lejos una voz que no reconocía.
Sentía su cuerpo pesado recobraba el conocimiento lentamente, miro a los alrededores la mayor parte de su visión se veía oscurecida por los árboles que se elevaban varios metros del suelo la noche ensombrecía cada rinconera difícil al punto de imposible guiarse sin experiencia previa, su cuerpo se mecía en los brazos de la persona que la cargaba. Miro a su izquierda en su intento de reconocer a alguien, apenas podía ver a una persona caminando tras de ellos, la luz de la luna ilumino por unos segundos el rostro de Géminis que cargaba en su espalda a Sebastian qué parecía inconsciente no se movía y su brazo colgaba a un costado. A un lado de ellos Raquel qué se apoyaba en los brazos de su madre.
–¿Mamá? – apenas pudo decir
–Estarás bien hija, lo prometo – dijo su padre que la cargaba
Decidieron dirigirse a la casa de Sara era el único lugar donde podrían estar a salvo hasta la mañana o hasta tener un plan de escape, no tenían otro lugar más a donde ir ni los recursos, debían alejarse lo más posible del lugar, habían conducido hasta la mitad del camino de la carretera, para después tomar una ruta alterna a través del bosque, así lograrían sacar un poco de tiempo y despistar a los pecados en especial a Gula, enfrentarse a él sería una condena de muerte, nadie solo podría enfrentarse a uno de los 7 pecados capitales.
–¿Cuánto falta? – pregunto Géminis notoriamente cansado
–Estamos a la mitad del camino– contesto la madre a su lado, levantando a Raquel para apoyarla firme a su hombro
–¡Por aquí! – ordenó el padre