El corazón del Dragón Dorado

Capítulo IX

De no haber sido por Sariel, Evatla de Prigona habría caído en el amparo de Héquivra, la temida musa de toda muerte proveniente de la discordia y la guerra. De hecho, aún transcurridos los segundos en que pisaba la delgadísima línea entre la tierra de los mortales y la de las musas, Evatla continuaba anonadada, aturdida e inclusive abnegada a su impredecible destino. Por tanto, con el corazón en la garganta y los ojos tan abiertos que los imaginaba desorbitados, la Princesa observó cómo el tiempo se petrificaba a su alrededor, congelando la imagen del filo del metal en dirección a su cabeza. Sin embargo, por favor concedido de los caminos que trazaban sus antepasados desde el paraíso en Sacia—la tierra bajo sus pies—, Evatla se supo dichosa de haber permitido entrar a uno de los episodios de su vida a ambos viajeros. Dicho pensamiento surgió gracias a que lo segundo que pudo vislumbrar ante ella—en una impecable agilidad y maestría con la espada— fue a Sariel, quien había detenido la flecha justo antes de que ésta atravesase su cabeza, desfigurando el rostro que muchos habían codiciado poseer a falta de portar, convirtiéndolo muy probablemente en una masa amorfa que se coronase no por su título, sino que por la sangre que brotara de éste mismo. Perturbada, ya se hacía a la imagen.

Por un momento, el arrullo del bosque enmudeció y lo único que ambos lograban escuchar no era más que el tranquilo caudal del río Iris a sus espaldas y la casi imperceptible respiración de Sariel, quien—a pesar de llevar una mirada peligrosamente determinada y aleonada— se percibía como un ser intraducible en su lenguaje corporal, completamente estático, firme y grácil. Con la espada en posición de defensa y los pies casi como raíces arraigadas al suelo, la fiera mirada de Eudor ignoró completamente a la flecha que cayó al piso cortada limpia y simétricamente en dos partes. Estudió el ambiente sin mover más que las densas pupilas. Agudizó el oído, discriminando entre el sonido de la Princesa poniéndose de pie y el entorno silvestre. Solo necesitaba un indicio, inclusive una corazonada del instinto. Un sonido producto de alguien. Sus pisadas, su respiración, el roce de su ropa, su garganta tragando saliva o el liviano movimiento del arco tensándose nuevamente. Algún eco o murmullo por leve e ininteligible que fuera de buenas primeras.

—Sariel...—lo llamó Evata con cautela una vez que recobró el aliento y la realidad en que se encontraban la azotaba. Debía ser prudente y paciente, no obstante, desconocía con quién.

Sin embargo, antes de que ella pudiese intentar mediar por una decisión—tanto si era la de dar frente al atacante o de buscar una retaguardia—, una ola de flechas se encaminó hacia ellos desde diversos ángulos a la distancia, todas con un objetivo diferente. Evatla, sorprendida y domada por el instinto de supervivencia, hizo amago de correr, mas no fue necesario. Anonada, contempló la naturalidad de los impecables movimientos del muchacho al desviar con la espalda todas las flechas.

Sabiendo cuidada su espalda, la Princesa buscó las siluetas de sus restantes compañeros, mas no las encontró del otro lado del río ni en la orilla en que ellos estaban.

De pronto, Sariel relajó su postura irguiéndose con grácil elegancia y, con un distendido y mesurado vaivén de su espada, terminó por apuntar directa y decisivamente hacia un punto del bosque. Soltó una risilla de satisfacción que a Evatla le sonó escalofriante. Siguió la sentenciadora dirección que indicaba la punta de la espada de Sariel y notó que con esta señalaba hacia la copa de uno de los árboles a su derecha, no muy lejos de ellos.

—Eres decepcionantemente predecible para esconderte luego de atacar con una estrategia tan dificultosa—dijo Sariel en voz alta, fingiendo pena—. Estás solo. Deberías salir ahora—afirmó sin emoción, casi con pereza. Al no obtener respuesta, prosiguió—. De acuerdo, te avergonzaré. No te culpo. Todo aprendiz quiere argumentos para ser tanto corregido como sentenciado. A falta de reprender, claro. Verás... Has empezado a atacar desde nuestra izquierda, pero, tus flechas terminaron de caernos encima desde la derecha, por lo que, estabas en movimiento dentro de un perímetro circular. Asumo que eres uno solo porque, dejando de lado que no hubo tiros desde distintos puntos al mismo tiempo, la diferencia de tiempo que tuviste entre una flecha y otra es la mínimamente necesaria para que un arquero recargue. Además, fue una fila de tiro dinámico. Comenzaste a atacar desde las copas, mas en un momento tus flechas iban a ras del suelo, por lo que, has bajado—explicó arrogantemente—. O caído—agregó con pícara maldad—. Sin embargo, vuelves al punto de partida—continuó Eudor, esta vez usando un tono de voz desencantado con la maestría del arquero—. Te falta experiencia. Y desligue. Desde aquí puedo ver la sombra de tu arco en esa rama del lado.

Evatla, con la apremiante sensación de desamparo, escuchó el ensordecedor silencio del bosque.

—Venga ya. Si te mueves, tanto para escapar como para atacar, esta vez será evidente. Y si atacas, aunque uses ello como distracción para reubicarte, me estarías dando la razón.



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En el texto hay: tragedia, drama, aventura

Editado: 21.07.2020

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