El corazón del Dragón Dorado

El Origen


En el principio solo existía el cielo y el mar eterno. El mar fue nombrado Cicerón y el cielo fue llamado Sacia.

Sabed que en ello había algo muy raro y desconocido, pragmático y bello, curioso y maravilloso. Aquello era que solamente en las profundidades de Cicerón existía Sacia. Y allí, un gigantesco Dragón, salido de un huevo de plata, volaba por el cielo eterno, iluminándolo con sus escamadas alas de oro puro. Aquel Dragón Dorado érase Valkyav, quien fue condenado por el origen a planear por el inmenso cielo, vacío y austero. La infinidad lo abrazaba, mas él seguía volando sin rumbo fijo. Valkyav vivía en cautiverio, en medio de una soledad con la edad del tiempo.

Sin embargo, por el contrario de Sacia, en Cicerón había muchas musas que habitaban sus dulces aguas.

Las musas—machos y hembras— eran preciosas y codiciosas deidades que se dedicaban a la burla, la pelea y las pasiones. Ellas, sumergidas en la ambición y el egoísmo, nadaban por las mareas, teniendo como único consuelo hablar de sus deseos.

Pero una noche, pues entonces solo existía la oscuridad, una musa llamada Eudes se alejó de las demás. Ella se había percatado de un lugar en Cicerón donde las aguas parecían ser remadas por un ritmo, que más tarde fue conocido como el viento y la brisa, las mareas del cielo.

Eudes se aventuró a buscar aquella marea desconocida, y así, cuando ella llegó a los límites entre Cicerón y Sacia, ella descubrió los vientos que provocaba Valkyav al planear sobre el mar.

Ergo, cuando Eudes llegó al linde entre ambos mundos divinos, conoció el cielo.

No obstante, a pesar de que en aquella arrecife la musa podía observar a Valkyav extender sus alas desde el otro lado, ella no pudo cruzar.

Entonces Eudes se conformó con observarle y aprender acerca de lo desconocido, admirándose de la magnificencia y el esplendor opacado de la gigantesca criatura. Así, la musa se contentó con ir a contemplarle de vez en cuando, admirando en soledad lo que todas las musas iban a envidiar, pues de contarles tal belleza nacería la discordia perpetua.

Pero una de las noches en que Eudes contemplaba a Valkyav, él, al planear sobre Cicerón, iluminó de improvisto a la musa gracias al fulgor de sus escamas. Por ello, Eudes, quien estaba embelesada por la curiosidad, se acercó de más. Entonces, ante la sorpresa y el halago, mas en contra de los pronósticos de la musa, en el Dragón Dorado se despertó un anhelo. Valkyav le vio y quiso encontrar en ella una compañía, una amiga para poder sopesar la soledad y la eternidad.

Valkyav, desesperado por pasar hacia el otro lado, sopló y sopló, y con su aliento de fuego y lava cubrió parte de las aguas, formando el vapor y luego las nubes. La lava se amontonó sobre la superficie, creando grandes montículos que comenzaron a hundirse en las aguas, atravesando el mar y el cielo.

Pero ninguno de los dos pudo cruzar.

El tiempo pasó y el aliento de Valkyav se solidificó, mostrando la hermosa piedra de las armas, la legendaria obsidiana. Pero en cuanto Eudes la tocó desde el otro lado, ésta en tierra fértil se convirtió, floreciendo desde el lado de Sacia toda clase de flora, mientras que en el lado de Cicerón, solo se echaron raíces y se formó tierra y arena.

Eudes, una ingenua con ingenio, cavó hasta cruzar del mar al cielo. Así, el cielo, el mar y la tierra se unieron.

Valkyav junto a Eudes se dedicaron a dar vida a aquel islote, y dado el tiempo que la musa pasó allí, ella aprendió a respirar y el mar no pudo volver a habitar.

Ante la ignorancia que rodeaba a sus compañeras, las demás musas creyeron que se hallaba perdida, por lo que algunas decidieron nadar en su búsqueda.

Sin embargo, cuando las musas restantes se enteraron de todo cuanto había sucedido, coléricas y celosas, intentaron a Eudes ahogar. No obstante, cuando Valkyav se enteró sopló enfurecido una gran bola de fuego hacia el cielo, advirtiéndoles a las musas del precio de sus actos. Algunos pequeños fulgores se dispersaban por el cielo, y así, se creó el sol y las estrellas.

Y como era de esperar, la amenaza de Valkyav se hizo cierta. El Dragón Dorado a todas las musas persiguió con su aliento de fuego, intentando cremar vivas a cada una de las que a su amiga buscaron matar. Las musas escaparon hacia las aguas con el Dragón Dorado y su aliento de lava siguiéndolas a su tras. Así, con el tiempo, se crearon los continentes.

Las musas más osadas hicieron frente. Ocho de ellas le robaron una escama cada una a Valkyav, y así, cuando las usaron de escudo frente a éste y sus llamas, ocho Dragones más nacieron de éstas.

Los Dragones nacidos de Valkyav amaron a las musas que les dieron vida, y cada musa con su Dragón hizo un contrato donde ellas eran su corazón y su domador, tal como lo había hecho Eudes con Valkyav en medio de su amistad.

Las musas que no lucharon, pero que sobrevivieron, flotaron por el mar hasta vararse en la tierra fértil, donde cultivaron, conquistaron y edificaron ciudades, las cuales formaron Reinos que a su vez fueron coronados por castillos.

Entonces, las musas que se hicieron corazones prometieron proteger cada una un Reino y hacerlo hogar de sus talentos, amar ahora a sus propias tierras y a los mortales a su merced.



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En el texto hay: tragedia, drama, aventura

Editado: 21.07.2020

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