El corazón del Dragón Dorado

Capítulo IV

Evatla cambió su semblante apenas escuchó las palabras del joven de rizos anaranjados. Frunció las cejas suavemente, mostrando una media sonrisa con más defensiva que serenidad. No obstante, en ningún momento dejó de mostrarse con la firmeza y la calma que la caracterizaban.

—Las noticias que son recibidas de boca en boca dejan mucho que creer, Sir—le respondió a Sariel con parsimonia e indiferencia.

Ceel entrecerró los ojos levemente. Debía actuar pronto. Debía desviar la atención de los nobles hacia algún otro escenario que no los implicara a ellos dos. No podía permitirse despistarse de nuevo, por mínimo que fuera y, sobre todo, menos antes de que pudiese presentarse cualesquiera de las personalidades de Eudor. Si llegaba a haber cabida para ello, ambos correrían grave peligro.

De pronto, siendo consciente de cómo los podrían acorralar las circunstancias, el hechicero sintió la garganta rasposa. Sin embargo, sabiéndose observado por la Princesa y cuántos guardias se podía imaginar, no hizo nada por remediarlo, e incluso, reprimió cualquier gesto que delatara su tensión corporal.

Para salir ilesos de los acontecimientos, primero debía saber a qué carácter se uniría la multitud, a qué opinión unánime se someterían todos los presentes en aquel salón. Y como la mayoría eran súbditos y subordinados, sabía perfectamente que en ellos encontraría las posibles repercusiones.

Ceel miró al Rey Eufemor en busca de algún indicio, pero éste, totalmente exento de la tensión y el silencio que cobraba vida a su alrededor, estaba concentrado comiendo una pata de cordero. Por su parte, Eudor se fijó en cómo el jugo de la carne, y también la grasa tibia, parecían pegarse a la corta y filosa barba grisácea del Rey.

—Yo también quiero cordero...—murmuró Eudor muy bajo, haciendo un puchero mientras se lamía la comisura de los labios.

Ceel lo ignoró, dirigiéndose a la Princesa.

—Todo lo dicho por terceros es cuestionable, Princesa Evatla. De hecho, hasta puede llegar a ser una sutil manera de caer bajo. Parece ser algo de mal gusto—empezó diciendo, a lo que Evatla levantó una ceja, sonriendo con ironía. Sin embargo, antes de que ella hablase, Ceel leyó sus pensamientos en la mirada, entonces procedió a decir:—. Como también lo es interrumpir conversaciones ajenas, a menos que nos conciernan.

Evatla lo estudió con frivolidad, molesta por el hecho de que el desconocido le hubiera quitado las palabras de la viperina lengua. Tomó un sorbo de vino tinto para ganar tiempo mientras recobraba completamente la compostura. Luego, se levantó de la mesa, dirigiéndose al balcón para poder verle mejor el rostro a quién osaba a responderle. Apoyó los brazos en la dorada barandilla.

—De ser así, ¿no debería haber dicho las palabras de su lacayo usted primero?

—Por supuesto, Princesa—dijo Ceel para darle el favor. Evatla entrecerró los ojos para reprimir el mal gusto que le provocaba cuanto acontecía—. Pero creo que nos podrá disculpar. Como todos sabemos, la imprudencia e impertinencia es una de las cualidades que nos hacen mortales.

—Oh. Entonces, a pesar de hablar en plural, lo que usted sugiere es que lo perdone a él. No a usted, Sir Kiev. ¿Acaso cree que no hay algo que perdonarle a usted?

—No necesitamos el perdón de nadie mientras podamos caminar con lo que nos lo permita nuestra conciencia.

Evatla sonrió maliciosamente.

—Es verdad. Supongo que usted no es el tipo de persona acostumbrada a rendir cuentas.

—Tampoco lo soy de suponer cosas...

La Princesa enarcó las cejas, rodeada de una densa aura. Le parecía una escena terriblemente molestosa y angustiosa. Creyó que, como era de esperar, o el pueblo hacía oídos sordos o actuaban muy bien la ignorancia. No obstante, ella sabía perfectamente que más de alguna persona allí presente entendería las insinuaciones implícitas del hombre. Se burlaba de manera políticamente correcta de ella. Usaba su táctica. Se volteó con entereza hacia su padre, preguntándose qué posición estaría tomando este ante el hecho de que aquel hombre intentara burlarse de ella. Se sorprendió al darse cuenta de que su padre estaba parado detrás de ella, mirando hacia abajo con su avejentada magnificencia. No podía dar crédito a que no se hubiera percatado de ello. Muy pocas veces había bajado la guardia de ese modo. De hecho, se atrevía a contarlas con los dedos de tan solo una mano.

No supo por qué, pero, buscó rápidamente a Levent con la mirada, mas no lo encontró.

—Hablas con sabiduría, muchacho. ¿De dónde vienes? —preguntó el Rey con los ojos fríos, rudos y crudos como el invierno. Ceel no se dio por aludido e hizo una corta reverencia con el puño en su corazón.

—Soy de todas partes. Después de todo, la Estrella Padre nos pertenece—dijo mirando al público que hace ya un buen rato se había amontonado en un corro a su alrededor.

Los presentes parecieron exaltarse por sus palabras, como si lo que dijese fuera una completa demencia e insolencia, y de ser así, a él no le importaba. Un país lo hace su gente, no sus reyes. Si les place, éstos pueden ser los mismos. Pero ya hace mucho se habían desvanecido aquellos tiempos.



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En el texto hay: tragedia, drama, aventura

Editado: 21.07.2020

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