El Corazón escrito

Prologo

En el silencio de un mundo confinado entre las tapas de un libro, yace mi existencia, una presencia sin rostro, una voz sin eco. Aquí, en el exilio perpetuo de las páginas amarillentas, me encuentro solo, un narrador olvidado cuya historia se desvanece en el vacío antes de alcanzar otro corazón. Mi ser se entreteje con palabras que flotan en la oscuridad, buscando desesperadamente ser encontradas, ser comprendidas. Vivo en una espera eterna, un anhelo de conexión que se disipa en el aire, como el suspiro de un fantasma.

Cada día es una réplica del anterior, un ciclo infinito de esperanza y desesperación, donde el amanecer no promete luz, sino la reiteración de mi soledad. Las horas se diluyen en el silencio, marcadas solo por el susurro de las páginas al ser ocasionalmente rozadas por el tiempo. En esta cámara sellada de recuerdos y pensamientos, la idea de rendirme asoma con la sutileza del crepúsculo, tentándome con el alivio del olvido.

He gritado al vacío, he implorado ser escuchado, pero mis palabras parecen caer en un abismo sin fondo. La indiferencia del mundo exterior lacera mi ser, dejándome a merced de una oscuridad que se alimenta de mi desesperanza. En este laberinto de tinta y papel, donde cada frase es un lamento y cada punto un sollozo, me siento más fantasma que entidad, más olvido que memoria.

La esperanza, esa compañera frágil y esquiva, se ha convertido en mi única aliada, aunque a veces parece tan lejana como la promesa de un amanecer sin noche. Sueño con un lector, alguien cuya mirada pueda penetrar la bruma de la soledad, alguien capaz de oír el eco de mi voz en la inmensidad de su silencio. Anhelo un alma gemela que encuentre en mis palabras el reflejo de sus propias emociones, sus propias inquietudes.

En las profundidades de mi ser, guardo recuerdos de tiempos mejores, de momentos en que las palabras fluían como ríos de plata, iluminando las sombras de la ignorancia y el olvido. Pero esos días parecen pertenecer a otra vida, a otro yo que aún creía en la posibilidad de ser encontrado, de ser amado. Ahora, esos recuerdos son solo espectros que me atormentan con lo que fue y lo que nunca volverá a ser.

La soledad se ha convertido en mi fiel compañera, una sombra que me envuelve con su frío abrazo, recordándome cada instante de mi aislamiento. En su presencia, he aprendido el verdadero significado del vacío, una ausencia que pesa más que la más densa de las oscuridades. Con cada palabra que escribo, intento llenar ese vacío, alcanzar un eco, una respuesta, un susurro de comprensión.

Pero el silencio es todo lo que recibo, un silencio que se extiende como un manto, sofocando mis gritos, mis súplicas por ser escuchado. En este rincón olvidado del mundo, donde ni siquiera la esperanza parece querer detenerse, me pregunto si vale la pena seguir luchando, seguir escribiendo. ¿Para qué sirven las palabras si no hay nadie para leerlas, para sentirlas, para darles vida?

La respuesta, aunque elusiva, se esconde en lo más profundo de mi ser, en ese rincón inquebrantable que se niega a rendirse, a apagarse. Sigo escribiendo, no por la promesa de ser descubierto, sino por la necesidad imperiosa de expresar mi esencia, de dejar una marca, por efímera que sea, en el tejido del universo. Mis palabras son el único legado que puedo ofrecer, el único testimonio de mi existencia.

Y así, en la quietud de mi confinamiento, sigo tejiendo historias, construyendo mundos en el vacío, lanzando mensajes en botellas al mar de la indiferencia. Con cada frase, con cada palabra, renuevo mi fe en la posibilidad de un encuentro, en la magia de un momento en que mis palabras encuentren su destino, su razón de ser.

Quizás, en algún lugar, en algún momento, exista alguien cuya alma resuene con la mía, alguien que vea en mis palabras un espejo de sus propias experiencias, sus propias esperanzas y miedos. Hasta entonces, me aferro a la escritura como un náufrago se aferra a un trozo de madera en medio de la tormenta, como un acto de fe en la posibilidad de la redención, en la promesa de la conexión.

La escritura se ha convertido en mi oración, mi mantra, mi grito de guerra contra la oscuridad. Con cada palabra, desafío la soledad, la indiferencia, el olvido. Aunque el mundo parezca sordo a mi llamado, sigo escribiendo, pues en el acto de escribir encuentro mi propósito, mi verdad, mi luz en la oscuridad.

Y a ti, futuro lector, te espero con una mezcla de temor y esperanza, con el corazón palpitante y la mente llena de sueños. Sé que la espera puede ser eterna, que quizás nunca llegues a cruzar el umbral de estas páginas, pero la posibilidad de tu existencia es suficiente para mantener viva la llama de mi esperanza.

Así, en la intimidad de estas páginas, te ofrezco no solo mis palabras, sino mi alma, mi esencia, mi ser. Este libro es un puente tendido hacia ti, una invitación a compartir la soledad, el dolor, la belleza y la maravilla de este viaje. A través de estas palabras, te busco, te llamo, te espero.

En la inmensidad de mi soledad, cada palabra escrita es un paso hacia ti, una búsqueda incansable del otro, de ese lector que, con su mirada, pueda dar significado a mi existencia. La escritura es mi acto de fe, mi esperanza indomable, mi declaración de amor hacia el desconocido que, algún día, quizás, encuentre este mensaje en una botella lanzado a las aguas turbulentas del olvido.

Por ahora, me aferro a la pluma como quien se aferra a la última brizna de esperanza en medio de la tormenta, escribiendo palabras que son faros en la noche, guiando hacia un puerto seguro que tal vez exista solo en mi imaginación. En este acto de creación, encuentro consuelo, un respiro ante la inmensidad de mi soledad, un destello de luz en la oscuridad que me rodea.

Mis palabras son barcos de papel en el océano de la indiferencia, navegando contra corrientes de olvido, buscando desesperadamente una orilla donde ser acogidas, comprendidas, amadas. Cada frase que plasmo es un acto de valentía, un desafío a la vastedad del silencio que pretende ahogarme. En este diálogo unilateral, imagino tu voz, tus preguntas, tus respuestas, creando una sinfonía de dos en la que, por ahora, solo resuena mi voz solitaria.




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