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Cuando Rowena bajó al salón encontró a Lady Meredith y a Lívia, rodeadas de muestras de telas, encajes y un séquito de modistas apresuradas. Su hermana iba de un lado a otro, probándose guantes o eligiendo entre cintas de seda azul pálido y rosa té.
—¡Ah, por fin, Rowena! —exclamó Meredith, sin levantar la vista de las telas que escogía—. Tenemos que decidir tu vestido para el baile. No podemos perder tiempo. Ven aquí.
Rowena abrió la boca para protestar, pero la cerró enseguida. No valía la pena. Se sentó en uno de los sillones junto a su madrastra. Una de las modistas se acercó con un estuche de satén forrado de muestras. Rowena pasó los ojos por las telas sin ver realmente ninguna.
En el salón contiguo, la voz del conde se elevó momentáneamente:
—Wolveston… —alcanzó a oír, en un tono grave, arrastrado.
Rowena alargó levemente el cuello, como quien finge ajustar el corsé. Pero los sonidos se desvanecieron, apagados por una puerta cerrada o por una nueva carcajada de Lívia.
Una costurera le preguntó algo sobre encajes. Rowena asintió sin saber a qué.
—¿Algún problema, Rowena? —preguntó Lady Meredith, alzando la mirada con desconfianza—. Estás otra vez con ese aire distraído.
—No, madrina. Solo estaba pensando… en que quizá el verde pálido no sea el mejor color para mí —improvisó, con una sonrisa suave.
Meredith la miró con recelo, pero no insistió, volviendo a concentrarse en la pila de encajes con un gesto impaciente.
Lívia, sin dejar de girar con una cinta en la mano, comentó entre risas:
—¡Rowena! ¿Sabías que el primo del duque está aquí? Llegó hace poco, está con papá en la otra sala. —Sus ojos brillaban de excitación—. ¿No es para quedarse sin aliento? ¿Y si pasa por aquí? ¡Tienes que elegir un color que te favorezca! Dicen que prefiere tonos claros… ¿marfil? ¿lavanda?
Rowena bajó la mirada. Sus manos apretaban la tela del vestido con más fuerza de la que notaba.
¿Qué hacía él allí? Aquello no parecía una visita de cortesía —no a esa hora, no con su padre. ¿Y de dónde lo conocía?
Las palabras de Lívia seguían flotando a su alrededor, pero ella ya no las escuchaba. En el otro salón, las voces masculinas continuaban, apagadas. Había largas pausas y murmullos tensos.
—Rowena, concéntrate —dijo Lady Meredith, golpeando levemente con una cinta de muestra el brazo del sillón—. Necesito tu opinión.
Rowena levantó los ojos.
—Sí, madrina. El verde. Me parece… adecuado.
Lady Meredith frunció ligeramente el ceño, pero aceptó la respuesta con un leve gesto y se volvió hacia la costurera con una nueva orden.
En el salón contiguo, las voces cesaron por un instante. El silencio duró apenas un momento, y luego, pasos. La puerta entre ambos salones se abrió con un leve chasquido. Su padre entró, seguido de Drake.
Rowena sintió que el cuerpo se le tensaba. Él estaba allí. Inmóvil, discreto, pero presente. Observaba la sala con expresión reservada.
Lady Meredith se levantó con una sonrisa educada en los labios.
—Querido, qué sorpresa —dijo con ese tono meloso que usaba en ocasiones públicas.
—Capitán Wolveston —dijo el conde—. Permítame presentarle a mi esposa, Lady Meredith, y a mis hijas.
Drake inclinó levemente la cabeza.
—Un honor, señora.
—El honor es nuestro, capitán Wolveston —respondió Lady Meredith, evaluándolo con atención.
—Esta es Lívia, mi hija menor —continuó el conde.
Lívia casi tropezó con las faldas al dar un paso adelante.
—¡Encantada!
—Y esta es mi hija mayor, Rowena. —La voz del conde vaciló por una fracción de segundo.
Drake se volvió hacia ella.
Rowena se levantó despacio y sostuvo su mirada. Hizo una reverencia.
—Capitán.
—Señorita Bellavere —respondió Drake, con una inclinación de cabeza y un tono neutro.
Por un instante, el tiempo pareció detenerse. Ni las cintas, ni los encajes, ni los suspiros de Lívia interfirieron.
El conde interrumpió, con un leve carraspeo pero un brillo en sus ojos fríos.
—Lamentablemente, el capitán tiene otros compromisos. Iba a retirarse cuando lo invité a conocer a la familia.
—Naturalmente —dijo Lady Meredith, aún sonriente—. Será siempre bienvenido.
Drake hizo una nueva reverencia.
—Agradezco vuestra cortesía.
Y sin más, se volvió hacia la puerta. El conde lo acompañó, los pasos alejándose con la misma cadencia pausada con que habían llegado.
Lívia soltó un suspiro alto y dramático en cuanto la puerta se cerró.
—¡Oh, Rowena! Es todavía más guapo de cerca, ¿no crees?
Rowena se sentó de nuevo, despacio. Los dedos estaban fríos.
—De hecho —dijo en un tono seco— no pasa desapercibido.
Pero la pregunta persistía:
¿Qué había venido a hacer allí?
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