Al hacerla pasar, Hoseok iba mostrándole parte del castillo y los ojos de Milena se agigantaban, ¡Era tan grande que de haberlo visto todo hubiesen necesitado un día entero! En la enorme cocina, ahumada y ennegracida por los siglos, los esperaba una figura muy alta, el único habitante del lugar junto a Hoseok y el Marqués, cuya enorme cabeza parecía enjaulada por unos pelos castaños, acentuando con ellas unas mejillas rosas.
— Soy el cocinero Kim SeokJin y tu llegada me resulta un placer. ¿Quieres pastel recien horneado? Es de moras, os he recogido yo mismo en las zarzas que rodean las caballerizas.
— Después, después. No os distraigas con tus glotonerias... —zanjó Hoseok sin advertir que a Milena se le hacía agua la boca—. Ahora debo presentársela al señor Kim Namjoon.
Caminaron por largos pasillos encerrados, la mayoría de ellos cubiertos por grandes estantes repletos de libros muy antiguos. En el último pasillo, los libros fueron reemplazados por enormes retratos pintados al óleo.
— Son los antepasados del Marqués —informó Hoseok mientras avanzaba y a Milena se le hizo curioso pensar que no solamente se veían tristes sino también un poco malos, lo que reforzó su ansiedad por conocer al Marqués.
Al llegar a una fastuosa puerta de madera llena de incrustaciones de metal, Hoseok se detuvo, le pidió que esperara unos minutos y entró solo, lo que a Milena no le importó, más bien le entusiasmó la idea de poder observar sin disimulo. Pero esto duró poco pues al par de minutos fue invitada a pasar, retirándose el mayordomo de la habitación que, al igual que el resto del castillo, estaba muy mal iluminada, como si cierta dosis de oscuridad fuese vital para sus muros y habitantes.
— Acércate. —¿De dónde salía la voz, si ella no veía a nadie?—. Milena, cuentame de ti, ¿Qué te hizo venir a trabajar a este lugar? No es muy cálido, como habrás comprobado.
— Siempre quise saber cómo era el castillo por dentro. Y necesito el trabajo, para el que estoy más que preparada, señor.
— ¿Cómo te llevas con los animales?
— Bien, siempre me han gustado.
— Cuidarás a mi paloma Gijí. Ella es fiel a mi, vale más que cualquier vida, deberás ser muy delicada.
— ¿La quiere mucho, señor?
— Sí, verás que es grácil y pura, como nunca son los seres humanos.
— De acuerdo señor.
— Bueno. Bueno. Bueno. No me verás mucho, trabajo y estudio el día entero, salgo poco. Te entenderás con Hoseok. Él es mi otro yo y te indicará los deberes. Especialmente como alimentar a Gijí... él lo sabe bien. Ya puedes retirarte.
— Gracias, señor. Pero antes de irme, ¿Podría verlo a usted? ¿Mirarlo? Digo, si no es mucha molestia...
El Marqués, impresionado por la novedad de la pregunta ya que nunca le habían pedido algo parecido, no supo como reaccionar, por lo que se volteó desde la repisa donde ojeaba un libro mientras realizaba la entrevista y mostró su rostro: éste era serio, muy serio, y lo teñía un blanco casi mortal. Sus ojos se hundían en dos cuencas verdes, del más oscuro de los verdes. Cubría su cuerpo una larga capa que sólo dejaba ver las manos —largas y elegantes— y su pelo café oscuro lucía aplastado por la falta de movimiento. Milena pensó que se parecía a los retratos del pasillo y que, en realidad, no era muy diferente a como se lo había imaginado.
— Gracias —fue todo lo que dijo y partió.
Historia original:
El Cristal Del Miedo (Marcela Serrano)
Primera edición: 2002