El Cuaderno de Albert

Abuelo

Nunca me había gustado seguir reglas, siempre me había gustado ponerlas de cabeza y romperlas.

Y disfrutar como todas esas personas que estaban acostumbradas a ellas y la seguían al pie de la letra por miedo a las consecuencias, se volvían locas y se desesperaban, cuando veían a alguien ni siquiera seguirlas. Sabía las consecuencias, y muchas veces ya estaba preparado para ellas.

Posiblemente era eso lo que me había llevado hasta aquí.

El abuelo...

Aún que era un viejo loco, que muchas veces alucinaba y nos contaba distintas historias, como la ves que nos juro que vio a un duende y este le ató los cordones de los zapatos.

O la ves que llegó a la casa a mostrarnos las fotos que había tomado de la pequeñas huellas que había dejado el duende en la harina, en dónde la abuela había estado cocinando pan. Todos observaban las fotos con fascinación, mientras que yo estaba en una esquina, diciendo que seguramente esas huellas fueron echas por ellos mismo con ayuda de un muñeco de plástico.

La abuela nunca lo contradecía, al contrario, siempre afirmaba y decía que el mundo estaba lleno de misterios, que ni una investigación de muchos años los lograría resolver.

Mientras Lauro y mis demás primos escuchaban con sensación y alegría las historias de los abuelos, yo los veía como dos personas cayendo lentamente en la locura.

¡La magia no existe!

Gritó un pequeño Luan, viendo como los abuelos tenían a todos sentados en el piso escuchando la historia de la hada que parecía en el jardín y que a veces llegaba ayudar a la abuela con la comida.

La magia, posiblemente no, esto no es magia Luan.

Habló mi abuelo con una sonrisa, yo lo miré confundido y con el ceño fruncido.

Entonces ¿Qué es?

Pregunté con la curiosidad invadiendo cada centímetro de mi piel.

El abuelo miró a la abuela, y ella sonrió como una adolescente, una muy enamorada.

Es algo que viene del corazón, no tiene nombre, porque muy pocos lo conocen. Pero es demasiado bello y en verdad esperó que tú algún día puedas conocerlo.

La abuela sonrió ampliamente,  negué con la cabeza y hice un gesto de desagrado, hice arcadas como si estuviera apunto de vomitar. 

Los abuelos me parecían las personas más raras del mundo, pero también fueron las personas más buenas del mundo, cuando no se ponían a contar sus historias y tratar de engañar a la familia, me caían bien...

La abuela, había dejado el mundo hace tres años e inmediatamente el abuelo había apagado su brillo, ya no contaba las historias con la misma emoción, ya no había nadie quien le siguiera el juego. Y eso también me dolió, había deseado volver a escuchar las historias tan locas, pero nunca pasó, no lo volvió a hacer.

¿Dolió? Si, no podía decir que comprendía su dolor, porque yo jamás había estado enamorado de alguien y la había perdido. El abuelo era fuerte, demasiado, siempre me sorprendió su fortaleza, pero esa vez, lo vi quebrarse, como un cristal caerse de un piso demasiado alto.

Que lindo es estar enamorado, pero lo destructivo que puede llegar a ser al mismo tiempo, es sin duda algo aterrador.

Había escuchado que las personas que seguían con la misma persona después de mucho tiempo, lo que los unía definitivamente ya no era amor, era la costumbre.

Pero logré comprobar y ver qué esto no era real, o al menos no con todas las personas, la abuela y el abuelo siempre se amaron, podía notarlo, sentirlo, con las miradas cuándo contaban sus historias, sus viajes, los pequeños detalles que se hacían el uno a el otro. Recordar perfectamente sus aniversarios, el de boda y el novios.

El abuelo siempre llegaba a la casa con las flores favoritas de la abuela y en cada aniversario un poema o carta para ella tenía ¿De dónde carajos sacaba tanta imaginación? No lo sé.

Mientras que la abuela le tenía preparado postres, le tejía suéteres, bufandas, chalecos y el abuelo siempre los usaba, todo lo que ella le hacía era su favorito.

A la hora de comer, el abuelo siempre le apartaba una silla a lado de él a la abuela.

Cuando la abuela se sonrojaba y lo miraba de una forma tan significativa mientras que el abuelo leía poemas para ella.

Cuando hasta el último momento el abuelo siempre vio hermosa a la abuela y siempre se lo hacía saber.

Habían formado un hogar, habían pasado tantos momentos juntos, tantas anécdotas.

Algunas veces me había puesto a pensar tener algo como lo de los abuelos. Pero no era la persona correcta, estaba lleno de defectos y realmente no me veía con alguien. Era algo que al contrario me aterraba, formar una familia, tener responsabilidades y no disfrutar de mi vida.

Pero bueno, el punto, los abuelos habían viajado tanto, regresaban a los lugares que les había gustado tantas veces, que mejor iban decidiendo comprar casas por los lugares que más frecuentaban y así tener un hogar en sus lugares favoritos.

Uno de ellos Florencia, Italia. Era el lugar más visitado por los abuelos y sin ningún problema podían situarlo en su top 3. Además de que ellos se habían conocido en ese lugar, le tenían tanto cariño.

La abuela había pasado una de sus últimas semanas en Florencia y el abuelo después de la muerte de la abuela, paso su vida viviendo en Florencia. Hasta que el enfermo.

Si, teniendo tantos lugares, como Francia, Irlanda, Noguera e incluso Suecia.

Había preferido quedarse en Florencia, pero tampoco lo culpo, era un lugar muy hermoso y por las fotos que había visto la casa también lo era.

Pero vivir en un lugar, lleno de recuerdos, solo, sin duda te mata más por dentro, es una muerte lenta.

O tal ves, el quería sentir cerca a la abuela.

Pero bien, el caso era este, el abuelo lamentablemente había muerto hace tres semanas, habíamos estado cuidando de el.

Hablando con el notario acerca de la herencia, nos llevamos una sorpresa al escuchar que había incluido a sus nietos en el testamento.



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En el texto hay: misterio, amorenitalia, marluan

Editado: 05.08.2024

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