El cuento de la muñeca que lloraba

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Noviembre de 2005

 

Las muñecas lo eran todo para ella. La habían acompañado desde que tenía uso de razón. Las conservaba perfectamente distribuidas por toda su habitación: en repisas contra la pared, encima de su mesita de noche, de su guardarropa y hasta en los respaldos de la cama. Las tenía de todos los colores, materiales, diseños y tamaños. Desde las más sencillas y recatadas (que eran básicamente las que su abuela solía confeccionarle a mano cada cierto tiempo), hasta las más complejas y pintorescas, con profesiones, detalles y contenido exclusivo, que solía recibir en forma de obsequio de sus padres en ciertas fechas especiales.

La que más le impactó fue precisamente la que había recibido en su último cumpleaños: el número tres. Estaba fabricada en un material parecido a la porcelana y era tan liviana que ella la podía manipular con solo la punta de los dedos, lo que no quería decir que fuera un objeto de mala calidad, a primera vista.

—Aunque no lo creas —dijo su padre entregándole el juguete con extremo cuidado—, esta muñeca tiene un valor incalculable.

—¿Por qué? —preguntó la niña con el rostro envuelto en un halo de curiosidad.

—Si vas y le preguntas a tu abuela… ella te dará la respuesta.

La niña no dudó un segundo y echó a correr por la sala, hasta llegar a las escaleras y subir a la segunda planta saltando los peldaños de dos en dos. Ella estaba feliz, pero a la vez la intriga le carcomía las tripas. Cuando llegó a la puerta de la habitación la abrió con cuidado y encontró a la adorada señora sentada en el borde de la cama, tejiendo un hermoso vestido de tono melón, tan concentrada que en principio no llegó a notar su presencia.

—Hola princesa —saludó la señora interrumpiendo el tejido y colocando los trastes a un costado—. Creí que estarías atónita escuchando las aventuras de tu padre en su última travesía.

—Sí lo hice, pero al final de la historia me ha entregado esto…

La niña exhibió la hermosa muñeca que traía escondida tras la espalda y vio como la expresión de su abuelita se oscureció de inmediato. A los segundos esa melancolía se había extinguido, es cierto, pero algo le decía que aquello le trajo recuerdos.

—Ven, siéntate a mi lado, cielo. ¿Qué es precisamente lo que te causa curiosidad?

—Papá a dicho que esta muñeca tiene un valor incalculable. Le he preguntado el por qué y aclaró que tú tienes la respuesta.

Sonriendo vagamente, la adorable señora tomó la muñeca y empezó a recorrer todos los detalles con sus dedos. Sin duda era preciosa, con su cabello castaño ondulado envolviendo muchos pétalos de rosa, su corona de flores artificiales de varios colores y un vestido de tela bordado con siluetas de mariposas violetas, rojas y amarillas. El rostro pálido combinaba con el carmesí de sus labios y en cada mejilla llevaba estampado un corazón encerrado en una media luna. Las pupilas de sus ojos, parecidas a dos botones de chocolate bordadas en párpados de cartón, brillaban con tal intensidad que daban la impresión de que contenían vida en su interior. Evidentemente eso era producto de la imaginación de una señora adulta que aún guardaba en lo más profundo de su ser a la niña que fue un día, aunque el nudo que se le atravesó en la garganta se sintiera demasiado real.

 —Voy a contarte un secreto, sí. Pero debes prometerme que no se lo revelarás a nadie. ¿Me lo prometes?

La niña, a quien el corazón empezó a latirle en el pecho a mil revoluciones por segundo, exhaló un suspiro profundo y levantó la mano derecha en señal de promesa.

—Esta amiguita de aquí… —la señora le devolvió la muñeca a su nieta, envolviéndola entre sus pequeños dedos—, es capaz de cumplir deseos.

—Abuelita, ¿me estás diciendo la verdad? —respondió la niña emocionada, con los ojos tan abiertos que parecían desbordarse de sus órbitas—. ¿Esta muñeca puede cumplir deseos?

—Efectivamente.

—¿Qué clase de deseos?

—Los que quieras.

—¡Todo, todo, todito lo que yo quiera!

—Así es. Obviamente habrá deseos que tomarán más tiempo para materializarse, pero eventualmente se cumplirán. ¿Quieres probarlo?

La niña, agitada, asintió sin pensárselo dos veces y enseguida escuchó con atención el sencillo procedimiento para invocar en la muñeca el poder de cumplir sus deseos.

 

En primer lugar, los deseos debían escribirse con bolígrafo en el vestido de la muñeca. El color de tinta era irrelevante, lo primordial consistía en resumirlo en pocas palabras, máximo tres.

Luego, los deseos debían escribirse apenas el reloj marcara la medianoche. La señora no explicó en profundidad el por qué, solo tenía que ser de esa manera.

Por último, la muñeca debía permanecer en solitario fuera del lugar donde se pidió el deseo, hasta la mañana siguiente.

Si por algún motivo no se cumplían esos tres requisitos, el deseo no sería válido.

 

Aquella misma noche la niña puso a prueba los supuestos poderes de la muñeca mágica. Escribió su deseo con bolígrafo azul en una sola palabra, dejó la muñeca en la sala de estar y ella se retiró a su dormitorio a descansar.




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