El demonio nacido de la tierra

Familia - 1

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Familia

 

 

Contemplaba sereno cómo las copas de los abetos se balanceaban de izquierda a derecha al son de una melodía ejecutada por el viento. Estaba pletórico, rebosante de una felicidad a la que pocos humanos lograban acceder: la consecución de un sueño. Y su sueño era colosal, ya que envolvía a todos los habitantes del planeta. Por fin, después de tantos años de lucha, se avecinaba el gran cambio y nadie podría revertir los efectos del maravilloso despertar de la población. Nadie. Ni cazadores. Ni brujos. Ni videntes. Él era imparable, y sus ideas, aunque revolucionarias, eran justas. No existirían distinciones entre puros y cruzados ni se les negaría a los simples humanos que optaran a poseer uno de los dones que les había regalado el Cielo siglos atrás. Todos beberían de la fuente divina, todos lucharían para erradicar a los demonios de nuestra Madre Tierra, todos se entregarían a la causa del renacer y no dudarían en ofrecer sus vidas en favor de la luz.

Se deleitó inspirando con lentitud el aire proveniente del norte y se embriagó con el aroma a tierra mojada, el cual penetró por sus fosas nasales a raudales, expandiéndose por todo su ser y alentando a su alma a continuar con su labor. Hoy debía ser el día. Lo percibía. Y no porque se tratase de una fecha señalada en el calendario, sino porque la congregación había crecido en toda Europa, y las ramificaciones existentes en América y Asia eran cada vez más notables. Sí, el mundo abandonaba su letargo y ansiaba conocer la verdad, deshacerse de las viejas vestimentas y abrazarse al nuevo orden. Y él estaba ahí para guiarlos. Desde el balcón de los Pirineos dirigiría a sus tropas. Acabaría con los infieles, para luego hacer su irrupción en España, abrir las puertas del conocimiento y regalarles a sus acólitos la luz celestial.

Sí, era consciente de que habría Gobiernos que se opondrían a su alzamiento, más por su propio egocentrismo que por el bien de sus ciudadanos. Ellos preferían engatusar a las personas con caramelos llenos de mentiras, con juegos de distracción e invenciones ridículas para mantenerlos alejados de la realidad. Esos miserables y arrogantes. Gente sucia y desleal a sus propios principios. No dudarían ni un segundo en aniquilarlo para seguir llenándose los bolsillos del sudor y trabajo de otros. Sin embargo, él les daría una lección de humildad con actos llenos de altruismo y generosidad. No obstante, no le preocupaba tanto la oposición de unos cuantos memos como sí la de sus propios hermanos: cazadores puros y rancios, brujos narcisistas y falsos videntes, quienes todavía se atrevían a proclamar que la sangre no podía ser corrompida y que los cruzados no gozaban del derecho a aspirar al don absoluto. Él iba a terminar con todo ese tipo de ideas obsoletas, y bajo su dominio, cualquier persona podría ambicionar ser poseedor de un trocito del Cielo. Era hora de que la libertad y la luz fueran las banderas de todas las naciones.

Apretó el mentón y contuvo un gruñido descorazonador. Existía algo que lo consternaba. Él ya lo había vaticinado, y quiso ser sincero con sus fieles. Al principio, se le había encogido el alma al ver cómo una de sus predicciones futuras le hablaba de muerte. Después, con la mente más fría, sopesó que en toda revolución siempre habría víctimas. Él las había visto primero en sus sueños, y más tarde, cuando irrumpieron en sus visiones, quiso contar los cuerpos, pero eran demasiados para perder su precioso día enumerando a los damnificados de esa masacre anunciada. Y ahora, mientras sorbía su café caliente y admiraba el paisaje hipnótico de esa mañana, pensó que tal vez toda esa gente destinada a teñir con su sangre el asfalto de las ciudades o las flores de los campos se merecía ese trágico final, porque preferían aferrarse a su sordera que escuchar la realidad del universo, porque rechazarían sus palabras y se negarían a asumir la verdad única que él les regalaba. Esos idiotas no estaban preparados para su despertar, y él no iba a lamentar sus muertes. Les había lanzado una advertencia: quien no abrazara su nuevo orden, moriría.

Arqueó las cejas al vislumbrar a uno de sus colaboradores más estrechos, de pie, junto a él. Janus lo invitó a hablar con un gesto condescendiente de su mano:

—Perdone si le molesto, Eminencia. He reunido a su grupo de confianza en el salón, tal y como solicitó. Están todos muy impacientes y se preguntan a qué Ser deben invocar para conseguir las dos llaves que faltan. Después de la Sombra y de ese demonio poco grato, tendremos que pensar en alguien más eficaz.

El hombre se revolvió en su asiento y bufó.

—Por el momento, no pienso cooperar con ningún ser despreciable. Ahora mismo debo cuidar mi imagen, y no quiero que me relacionen con monstruos poco avenidos. A veces, un líder debe hacer pactos con personas detestables para obtener ciertos beneficios para la comunidad. De hecho, ya poseemos la mitad de las llaves. Sin embargo, es mejor que yo tome las riendas de este asunto.

—Sí, pero recuerde que la bruja es muy poderosa.

—No me preocupa esa niña arrogante. Nunca me ha preocupado. Ella se cree la protagonista de esta historia, pero no lo es. Me entregará su llave como todos los demás. Es cuestión de tiempo. —Janus se levantó y apoyó sus manos en la balaustrada—. No obstante, ese cazador medio demonio consigue revolverme las tripas. Tenemos que impedir que sus memorias se conviertan en leyenda. Es una aberración que dice tener alma y camina entre cazadores como si fuera uno más. Un demonio que combate a demonios. ¿Dónde se ha visto eso? Él es la verdadera amenaza. Podría lanzar un mensaje erróneo a nuestra sociedad, y es que un monstruo puede ser bueno. ¡Una bestia siempre será una bestia! —Golpeó con el puño el hierro con el que había sido forjado el balcón y lo hizo temblar—. También debemos considerar que los demonios, auspiciados por la historia de ese íncubo, decidan copular con nuestras hembras para que así alimentemos y protejamos a sus crías, haciéndonos creer que, como son mitad humanos, se merecen nuestra compasión. Pero, créeme, amigo, llegará el día en el que se subleven y decidan acabar con nosotros. Escúchame bien, Jean Louis, debemos demostrarles a todos que la sangre que corre por sus venas no es la de un hombre, sino la de un ser horrendo, ¿lo entiendes? Una vez que alcancemos la fuente, tendremos que acabar con todos los demonios que se atrevan a poner un pie en nuestra morada.




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