El demonio nacido de la tierra

Transferencia - 5

 

5 Transferencia

 

 

 

Bajo sus párpados, percibía cómo decenas de gotas de agua se agolpaban buscando una salida a su inesperada prisión. Quiso abrir los ojos, muy despacio, para liberarse poco a poco de esa sensación de hinchazón. Sin embargo, no recordaba haber llorado, ni siquiera haberse sumergido en el mar y permanecer bajo él lo suficiente para que se inflamaran y se llenaran de agua. No obstante, esa pesadez de sus ojos la incordiaba. Consiguió que sus pestañas se levantaran lo justo para que la lluvia atrapada en sus párpados empapara de forma repentina su rostro. Despertó así en su habitación, sin saber cómo había llegado hasta allí, ignorando el porqué de sus ojos húmedos y ese extraño aturdimiento. Cuando trató de incorporarse, una punzada en el pecho hizo que volviera a buscar refugio bajo las sábanas. Le ardía. Mucho más que otras veces. Retiró entonces la camiseta de su piel y descubrió confusa que tenía toda la zona enrojecida. Es más, la habían despojado de su colgante, el cual no se quitaba ni para dormir. Se llevó la mano a la frente para comprobar que no tenía fiebre, aunque la cabeza continuaba girándole como una noria alocada, y apartó el edredón de sus piernas de un tirón. Fue entonces cuando advirtió sendos rasguños en ambos muslos y un enorme hematoma a la altura de su rodilla izquierda. Con una mueca de consternación, trató de recordar lo sucedido el día anterior.

¿Cómo se había hecho eso? ¿Cuándo? ¿Y por qué lo había olvidado por completo?

—No deberías salir de la cama —le reprochó el brujo—. Nos has dado un susto de muerte, y te has pasado toda la noche ardiendo con fiebre.

Reparó en la presencia del hombre, quien parecía haber pasado largas horas en la mecedora de su abuela. Ella soltó un bufido y se dejó caer sobre el colchón. No tenía ganas de discutir a esas horas tan tempranas.

—¿Qué me ha pasado, Harry? ¿Por qué tengo las piernas como si me hubiera atacado un hombre lobo? Y, además, el pecho está a punto de explotarme. No comprendo nada de lo que está ocurriendo. ¿Dónde está mi talismán?

—Iris te lo ha guardado en uno de los cajones de tu cómoda. Lanzaba descargas sin ningún control, y aunque al principio valoramos que podría tratarse de una amenaza que estaba acechándonos, pronto constatamos que esa amenaza eras tú. —El hombre dejó escapar una exhalación de manera sentida mientras Sofía abría los ojos, estupefacta—. No sé lo que te ocurrió en el bosque. De repente, desconectaste de todo lo que estaba sucediendo alrededor. Te quedaste inmóvil como una estatua y no encontrábamos la forma de hacerte volver. Al final, Simón tuvo una idea bastante estúpida que hizo que los dos saltarais por los aires. De ahí tus heridas.

Sofía bufó.

—No soy tonta. Sé que algo me ocurre, pero no tengo ni idea de qué puede ser.

El graznido de un cuervo la interrumpió. Desvió la mirada hacia la ventana y observó extrañada cómo el pájaro de alas negruzcas se posaba en el alféizar. Harry se acercó a él y lo espantó con la mano.

—Eso no es un buen augurio, ¿verdad? —le preguntó, con la cabeza gacha.

—En nuestro mundo, los cuervos anuncian calamidades, aunque tampoco debemos darles mucha importancia. Al fin y al cabo, no son más que pájaros.

—Sí, que aparecen siempre en el momento más oportuno.

Harry escondió su media sonrisa y permaneció unos segundos con la mirada fija en el alféizar. Las aves, al igual que otros animales, hablaban. Se comunicaban con las personas a través de sus ladridos, rugidos, graznidos o con un simple aleteo. Los animales eran los primeros en percibir sismos, erupciones volcánicas o algo tan mundano como anticiparse a la lluvia. No obstante, era su sexto sentido hacia lo sobrenatural lo que había despertado el interés de su gremio durante siglos. Olfateaban la muerte, se alteraban ante la presencia de un ente oscuro y conectaban con la energía de un fallecido de forma asombrosa. La sensibilidad de estos hacia los fenómenos paranormales era inquietante para muchos, sin embargo, no era de extrañar que tanto videntes, brujos como cazadores contaran con alguna mascota que los ayudara a predecir infortunios antes de que se produjeran.

—No tienes por qué preocuparte de eso ahora —insistió él—. Debemos centrarnos en la razón por la que tu cuerpo está reaccionando de forma brusca a lo que sucede en tu entorno.

El brujo frunció el ceño y presionó el puente de sus gafas sobre la nariz. Después, apartó la vista de los ojos incisivos de Sofía y se concentró de nuevo en la escasa luz que atravesaba la ventana.

—¿Qué sucede, Harry? ¿Has averiguado algo?

El hombre arrugó la cara, poco convencido de lo que iba a desvelarle a la joven:

—Deberías saber una cosa. —Hizo crujir su cuello al llevarlo hacia atrás y aprovechó para suspirar antes de mirarla—. Cuando Simón trató de sacarte de esa especie de trance, te... leyó.

—¡¿Cómo?! —Sofía se incorporó de un salto y buscó explicaciones en los ojos nublados del brujo.

—Argumenta que lo hizo porque era necesario, la única manera de que recobraras el sentido. Y, en cierto modo, fue así. Sin embargo, no pudo acceder a tu parte más profunda, o eso es lo que afirma.

—¿Cómo lo permitiste? No deja de ser un demonio, aunque Janus quiera destriparlo y arrancarle su llave. ¿Cómo no se lo impediste? Podría haberme hecho cualquier cosa, buscar mis puntos débiles, adueñarse de mi alma o algo peor.

El brujo refunfuñó.

—No creo que hubiera conseguido hacerte daño. Eres muy fuerte. Tanto que desconoces tus propios límites. —Negó con la cabeza y se humedeció los labios antes de proseguir ante la mirada atenta de la muchacha—: Él está convencido de que estás llegando a una línea roja que no deberías cruzar.




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