El deseo de Emma

10 | Falta mucho

Roy hizo un ruido cuando dejó la última caja dentro del apartamento. Su espalda le dolía, pero fue, más que nada, porque no estaba acostumbrado a esa clase de trabajo. Lo de él era una silla, una oficina, pero cargar cajas desde el ascensor hasta la puerta, fue un trabajo tan fuerte, que casi pidió una ambulancia.

—Ya tengo todas las cajas —dijo relajando la espalda que crujió cuando terminó—. Eres una mujer de gustos simples.

Samantha estaba sentada en el sofá, comiendo nueces.

—¿Qué puedo decirte? Así soy.

Roy se lanzó en el sofá con ella y Samantha le ofreció de su bolsa de nueces. Desde esa conversación que tuvieron, todo fluyó. El dejar las cartas sobre la mesa abrió un nuevo panorama, no tan tóxico, no tan abusivo. El hablar les dio a ambos la oportunidad de empatizar por ese bebé, y fue bueno para ambos, tanto que cuando Paige le preguntó a Samantha si estaba segura de su elección, ella le dijo que sí, y Paige, sin poder decir más, solo le deseó lo mejor.

La extrañaría muchísimo, pero ella debía estar con Roy. Paige era fiel creyente de que entre ellos había algo, pero siendo los intensos y dramáticos que eran, no había manera de que lo admitieran. Paige solo les daría espacio y tiempo para que lo analizaran. Ambos estaban hechos para estar juntos, y el tiempo le daría la razón.

Roy miró a Samantha y ella masticó sus nueces. Por extraño que pareciese, no se sentía incómodo con ella, ni ella con él. No había esos silencios incómodos, ni esa sensación de que estaba mal, y Samantha se preguntó por qué se sentía de esa manera con él.

—Vamos. Te haré un recorrido del apartamento —dijo Roy terminando de lanzar las nueces en su boca y estirando la mano para ayudarla a levantarse del sofá—. Aquí esta la sala, comedor, cocina, el área de lavado esta hasta atrás de la cocina, y hay un baño principal en el pasillo. Aquí duermo yo, aquí dormirás tu.

Roy le dio el recorrido por cada espacio del apartamento, entre el pasillo, hasta llegar a las habitaciones. Extrañamente estaba una frente ala otra, una puerta justo frente a la otra.

—¿No dormiremos juntos? —preguntó Samantha y él agrandó los ojos y no supo qué decir—. Bromeo. Te pusiste pálido.

Sam rio y masticó más.

—Tienes que acostumbrarte a mi sentido del humor, o morirás infartado —dijo al entrar a lo que sería su nueva alcoba de embarazada—. Me gusta tu apartamento. No es tan lindo como el de Paige, pero tiene la privacidad que el de ella no tiene.

Roy se recostó del umbral de la puerta y cruzó los brazos.

—Me gusta que cada quien haga sus cosas solo.

—¿Y me perderé de verte tocarte? —dijo ella—. Qué pena.

Rio de nuevo y le pasó por un lado. Roy suspiró porque sí, sería demasiado difícil vivir con su sentido del humor. Roy parecía la clase de persona con mucho sentido del humor por sus bromas laborales, pero en realidad no tenía el menor sentido humorístico. Era como un palo de canela, recto, pero oliendo delicioso.

—Mi perro Rufus siempre esta dentro del lugar, pero hay que sacarlo a pasear tres veces al día, mañana, tarde y noche —dijo señalando el perro que estaba en la terraza, detrás de una puerta de cristal—. Normalmente es un perro muy tranquilo, y tiene un régimen alimenticio, así que nada de porquerías.

Samantha asintió.

—Entendido.

Roy la llevó hasta la pared junto a la biblioteca.

—La temperatura nunca se toca. Se mantiene así todo el tiempo —le dijo explícitamente que no lo tocara jamás—. Hay alarmas de incendios en todo el techo, y si alguien escucha algo fuera de lo común, la policía estará aquí en cinco minutos.

Samantha suspiró y el cabello de sus mejillas se agitó.

—Pensaré mejor donde te mataré.

Roy la llevó hasta la cocina y abrió el refrigerador para ella. La cantidad de comida que había era apoteósica. Para ser un hombre soltero que vivía solo con su perro, había demasiada comida. Podía alimentar a medio edificio con ella, y lo que más llamó la atención de Samantha fue que estaba repleta de comida saludable: vegetales, verduras, frutas, comida no enlatada, y mucha proteína.

—Hay mucha comida en la despensa, frutas en el refrigerador, carnes, helados, lo que quieras —dijo abriendo los compartimientos para que viera que sí le compró helado—. Una señora viene dos veces a la semana a limpiar todo el lugar y abastece de comida. Puedes comer lo que quieras cuando quieras, y lo que este podrido o dañado, ella lo desechará y repondrá.

Wow. Su vida era tan ordenada como su trabajo. Nada estaba fuera de lugar en la vida del soltero Untersee.

—Tu auto se quedará en mi segundo puesto de estacionamiento, y sacaré otro control para que abras la puerta al entrar y salir —dijo abriendo la puerta de cristal para que Rufus entrara a saludar a Samantha—. También te daré otro juego de llaves de todo el apartamento, para que no te sientas presa.

Samantha abrigó al perro con sus brazos y él le lamió las mejillas y los labios. Ese perro olía mejor que sus cajas llenas de baratijas, y pensó que si Roy cuidaba tan bien de él, ¿cómo cuidaría a su hijo?

Roy miró lo bien que se llevaba Samantha con el perro. No parecía que se acabaran de conocer. Lucía como la clase de persona que un perro reconocería por su buen corazón, y eso fue Samantha cuando lo llamó chico y le rascó la panza. Amó a ese perro de inmediato, y cuando Roy le preguntó si había escuchado lo que le dijo, ella acarició las orejas del perro peludo y asintió con la cabeza.




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