El deseo del jefe

1: "El sol no sale para todos"

Capitulo uno: “El sol no sale para todos”.

Hermosas flores blancas, invitados sonriendo con alegría por la nueva pareja y el novio más guapo que ella pudiese haber visto alguna vez. Ese era el alegre panorama de la mañana. Zulema recibió un montón de felicitaciones mientras se encontraba de pie al lado de su madre. Las personas que llegaban traían consigo buenos deseos y obsequios para la prospera pareja de novios.

El estomago de Zulema se retorcía por la anticipación y sintió que su corazón se aceleraba al ver a Matías, el novio, saludando amablemente a los que llegaban. Él se veía precioso con ese elegante traje negro que había combinado con una corbata celeste. Ese color siempre le había favorecido a su cabello oscuro y destacaba sus ojos verdosos. Era tan guapo.

—Ya vengo —se excusó con la matriarca de la familia Espinoza, y esta le dio una repasada de arriba abajo. Ella estaba disgustada por sus nervios y falta de entusiasmo.

—Sonríe un poco más —acusó su madre dándole un pequeño codazo para que espabilara. —Parece que estuvieses tomando vinagre. Es un día de alegría para todos.

No para Zulema. Ella sentía como su corazón se arrugaba con el pasar de los minutos que faltaban para que la ceremonia en la pequeña capilla del pueblo se llevara a cabo.  

Caminó por un pasillo que conducía hasta una habitación, que podía utilizarse de manera privada para los invitados, y golpeó con cuidado para saber si había alguien dentro. Luego, ingresó plantando una sonrisa en su rostro.

—Te ves muy bonita —le dijo a su hermana que acomodaba las mangas de su vestido blanco. Un vestido que la hacía brillar como a la luna en medio de un cielo de noche. Ella era la novia más bonita que el pueblo viese alguna vez.

O eso es lo que su madre decía.

—Oh, Zulema. Estas aquí —la muchacha se giró. —¿Puedes ayudarme con los zapatos? No quise ponérmelos hasta no atar bien las cuerdas de mi corsé.

—¿Qué cosa? —se sintió aturdida ante su contestación. Su hermana era toda una citadina ahora que había pasado tanto tiempo en la capital de la ciudad.

—Ay, que tonta —Cintia se sonrojó por su desliz. —Tú no sabes lo que es un corsé. Algunas veces se me olvida… Mira es esta parte de aquí —ella se tocó el abdomen y señaló las incomodas varillas que restringían su barriga y definían su cintura, dándole un aspecto envidiable. 

Cintia Helena Espinoza era la menor de las dos, y la más inteligente. Ella sí que había sido astuta y aprovechó la oportunidad que sus padres les dieron a ambas y terminó viajando a la capital para continuar sus estudios como asistente social. De eso habían pasado cinco años ya. Hoy en día era una mujer hecha y derecha, llena de ambiciones y anhelos, que al fin desposaba al hombre de sus sueños con el que comenzaría su “felices por siempre”.

Cintia miró a su hermana abrocharle la delicada tira que unía su sandalia y no pudo evitar que la lastima nublara su perfecto panorama. Zulema era, a ojos de su hermana, una pobre y desdichada mujer que no conocería más allá que la durísima vida de campo.

La joven miró sus manos curtidas y suspiró. ¿Qué podía hacer ella para ayudarla a encontrar algo que la hiciera sonreír más a menudo? Su hermana era una mujer seria y algo tonta que se dedicaba a vivir por los demás. Sus padres específicamente.

—¿Estas cansada? —preguntó Cintia acariciando la larga trenza que colgaba sobre el hombro de su hermana. Zulema negó y acomodó a su vez un par de mechones que escapaban del perfecto peinado de la novia. —¿Y por que parece que no estas feliz por mí?

Si había algo que Cintia detestará más que la celulitis en sus muslos y las puntas de su cabello abiertas, era no ser el centro de atención de todos en un día tan importante como este. Su día.

—¿Eh?

—¿Estas enojada conmigo por que no ayude en los preparativos de mi fiesta y dormí hasta el medio día?

Zulema negó. ¿Por qué se enfadaría con su hermana por no ayudar en su día especial? Su madre le había dicho que Cintia debía lucir esplendida y eso la incluyó a ella acarreando sola la mayor cantidad de mesones y sillas para la fiesta.

—No.

—Entonces estas celosa —acusó con saña la más pequeña de las hermanas Espinoza. Zulema palideció. ¿Su hermana sabría que ella y Matías estuvieron una vez enamorados en el pasado? —Porque me caso primero y soy quien está recibiendo toda la atención. Matías era tu amigo, pensé que serías feliz si lo unía a la familia…

Zulema tomó la mano de su hermana para que se callara. Sus palabras le dolían en el alma.

—Yo estoy muy feliz por ti, hermana —la calmó. —Por los dos. Nunca pienses lo contrario —sonrió apenas. —Me hace feliz por que pudiesen enamorarse, debió ser difícil vivir solos en la capital y lo mejor fue que tuvieron la compañía del otro.

Mentirosa. Por eso era que Diosito la castigaba. ¿Si era tan feliz por su hermana, como hacía para decirle a su corazón que no doliera, que ya no llorara por las noches por un amor no correspondido?

¿Cómo hacía para sacarse de la tristeza que parecía haberse metido en sus huesos?

ººº

—La amiga de Matías dará una charla el lunes en el centro de salud y nosotras asistiremos —le informó Cintia que entraba comiendo una rica paleta helada.

Zulema se limpió el sudor del rostro. Gracias al cielo sus lágrimas podían esconderse con las gruesas gotas que caían por su rostro por la fuerza que hacía al batir la mantequilla.

—¿Por qué?

—Porque somos las únicas conocidas que tiene aquí —sonrió la recién estrenada esposa. —Ella es una eminencia allá en la capital y aquí podría darnos un poco de luz.

Zulema no quiso hacerle caso a las palabras difíciles que su hermana utilizaba. Ella simplemente preguntó por lo que más curiosidad le llamaba.

—¿Luz? ¿De qué?




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