El despertar de los Tevas

Capitulo 15: Tan cerca de ti

No puedo creer lo que está pasando. No es mi casa o más bien no es como lo recuerdo. Con rapidez me vi en el espejo, estoy ligeramente diferente. Si en realidad son dos años es comprensible. Salgo de la habitación, vuelvo a asomarme por la barandilla del pasillo, solo para encontrarme de nuevo con los ojos de Geomar. Me escondo inútilmente tras las barras adornadas, cosa que hace que pequeñas risitas lleguen a mis oídos. Su rostro, sus magníficas facciones; pareciera que hubiesen pasado años desde la última vez que lo vi. Que nada ha sucedido.

Un torbellino de emociones se arremolina en mi pecho. Lo escucho sisearme, sabe que odio que haga eso y al dirigirle una mala mirada, allí está abriendo sus brazos esperando que vaya hacia él. ¿Desde cuándo ha hecho eso? no tengo algún recuerdo de ser tan cercanos, solo sus estúpidas bromas acerca de mis berrinches. Siento un nudo en mi estomago, un nerviosismo y emoción de siquiera pensar en acercarme. Bajo las escaleras a paso lento, un deseo de correr, de apresurarme a su encuentro brota como una necesidad. Choco contra su pecho, sus brazos me envuelven en una calidez que me tranquiliza. Me siento vulnerable, quisiera vivir en este refugio sin pensar en nada; aunque todo perdería sentido si no vuelvo de inmediato.

—Geomar —me alejo un poco para mirar directamente a sus ojos—. No tengo mucho tiempo, así que...

—Ana, tranquila —sus manos en mis mejillas me reconfortan—. Vamos por tu café favorito. Pide lo que quieras, habla como quieras y cuanto quieras. Aun hay tiempo, además la cita en el parque no fue bien; toma esto como una compensación.

¿Ah? ¿Cómo? Sin poder replicar, estamos en camino. El viaje en auto transcurrió como de costumbre, las mismas calles, la misma gente; al principio quise objetar pero es sorprendente como cambiaba la conversación por cosas triviales. Me concentro en su flujo de palabras, perdiendo la noción del camino hasta que estaciona en el café en aquel parque frente al lago. Bajamos y pedimos como cualquier otro día, días en el cual salía de prácticas, entrevistas y tardábamos horas en regresar, sacando de sus cabales a la señora Mariela.

El aroma del café recién hecho inundaba el lugar. La bebida fría frente a mí mezclada con los murmullos de la gente ordenado, hablando, caminando, un mundo del cual quiero disfrutar. No me queda tiempo, repito sin cesar. No me importa el café, no me importa vivir esta vida si sé que no es el correcto. He aprendido la lección, debo salvarlo de sufrir lo que se formaba en mis pesadillas, recuperarlo.

Su voz me saca de estos frenéticos pensamientos, una calma emana de él mientras revuelve su expresso. No puedo seguir viéndolo, sabiendo que esta no es la realidad, sabiendo que esta calma no es lo que siente en realidad. Solo un espejismo para mi propia complacencia. Necesito aire, respirar, analizar un momento.

Salgo de la cafetería y encuentro un banco de cemento con colorida pintura. El oleaje de las olas y el canto de los buchones, invitan a mi mente a despejarse. No me siguió, estoy bien con eso. Luego de lo que parecía un largo rato siento su persona sentarse en silencio a mi lado, trayendo el café que he dejado sobre la mesa. Aprieto los labios tratando de apaciguar las ganas de llorar, este momento lo reconozco como la calma ante de la tempestad. El mundo exterior parece extinguirse, desaparecer en una nubosidad imaginaria en un tiempo despejado.

—Enfócate en el viento, Ana —sus dedos se entrelazaron con las mías—. No tienes que sufrir por mi culpa.

—Eso no es verdad —coloco mi otra mano sobre las nuestras—, eso no es verdad.

—Perdóname por esto, no creo seguir soportando.

Su rostro se acerca y planta un beso en mis labios, tan suave, tan dulce y que al corresponderle, el sabor amargo del café se une a la tonada. La melodía me llena con gracia como un ligero encuentro de armonías tímidas, cálidas y de deseo. Un ritmo pausado no acorde a la sintonía del corazón y ahora sigue silencios; el silencio para respirar, para sentirnos parte de cada nota, para sentir que somos algo más que ama y guardaespaldas.

Siento la ovación de pie del público, el clímax de la música ha terminado pero las últimas notas aun siguen desperdigándose. Geomar su rostro en mi cuello hace que se me erice la piel por el cosquilleo que produce su aliento. Sigue repitiendo que lo perdone ¿sobre qué exactamente? Inclino mi cabeza sobre su cabello y su perfume invade mis fosas nasales. Siento un deja vu, mi mano izquierda recorre su espalda y puedo sentir como se estremece. De nuevo, una y otra vez; cada movimiento me parece conocido, lo muevo quiero ver sus ojos y allí es cuando un solfeo olvidado hace aparición.

Un accidente, una muerte, algo perdido, la sensación de un salto temporal. De nuevo el accidente, esta vez nadie perece, lo perdido sigue perdido y ahora el salto temporal no se siente ajeno; se vuelve parte de mi cuerpo. Alguien nuevo, un integrante que encamina los pasos con un ritmo seguro. Una nueva vida y una conclusión en tragedia, una caminata por un centro comercial que termina en un derrumbe, muchas personas heridas y dos personas siendo sacrificadas por un grupo desconocido.

El primer sueño, la pesadilla que dio comienzo a esta loca travesía.

—Geomar, lo sabías.

—No, también lo había olvidado.

— ¿Cómo llegamos a esto?

—Mi culpa, quería protegerte y termine colocándote en una posición peor.




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