La dragona sonrió mientras se acercaba a las pequeñas princesas que retrocedieron asustadas, mostrando una hilera de dientes afilados que parecían enormes a los ojos de las niñas.
—Soy Ningurán, una poderosa dragona de los tiempos antiguos. Y vosotras, mis queridas pequeñas, sois las elegidas para ayudarme a obtener el poder que ha dormido durante milenios debajo de la gema madre del clan esmeralda.
Mientras la horripilante dragona Ningurán hablaba, la princesa Mayra, con solo cinco años, sintió algo extraño en su pancita. Su magia, mezclada con la del príncipe Adán Ludovic, se movía como cosquillas que nunca antes había sentido. Pero pronto, esa sensación divertida se fue, y el miedo creció en su corazoncito. Abrazó fuerte a su amiguita Thalía, que lloraba asustada, mientras Mayra intentaba con todas sus fuerzas "hablar" con su amigo Adán en su mente, como lo hacían cuando jugaban, pero no podía.
En la superficie, el palacio estaba lleno de adultos preocupados. Los reyes y reinas habían vuelto corriendo al saber que las niñas no estaban. Los pequeños príncipes Ariam, Max e Ixac, junto a su amiguito Adán Ludovic del clan del agua, querían ayudar a buscar a las princesas. Adán, que siempre podía sentir dónde estaba Mayra, los guiaba. De repente, Adán se paró, su carita pálida y sus ojitos muy abiertos.
—No puedo sentir a Mayra —dijo con voz temblorosa, como si fuera a llorar—. Ya no está ahí.
Los otros niños lo miraron asustados. No entendían bien qué pasaba, pero sabían que era algo malo.
—No te preocupes, Adán —dijo Ixac, el más pequeño, dándole un abrazo a su amigo—. Seguro que la encontramos pronto.
Max, que siempre tenía ideas, miró a su hermano mayor el príncipe Ariam que miraba furioso a todos, sugirió:
—¿Y si le preguntamos a nuestros papás? Ellos saben muchas cosas.
Mientras los pequeños príncipes pensaban qué hacer, en la cueva oscura, la princesa Mayra intentaba ser valiente. Aunque tenía mucho miedo, trataba de cuidar a la pequeña princesa Thalía.
—Nuestros papás nos van a encontrar —le dijo a Ningurán, tratando de sonar como los adultos cuando están seguros de algo—. Y te vas a meter en problemas por llevarnos.
La dragona se rió tan fuerte que las niñas sintieron que el suelo temblaba. Le daba mucha gracia ver cómo la enfrentaban y al mismo tiempo la llenaba de euforia al sentir lo poderosa que era la princesa
—Qué valiente eres, pequeñita. Pero pronto verás que las cosas no son tan fáciles como crees —dijo cerrando una enorme reja y retirándose.
Cuando Ningurán se fue, dejando a las princesas en su jaula de cristal y piedra, Mayra cerró sus ojitos muy fuerte. "Luvi", pensó con todas sus fuerzas, como cuando jugaban a adivinar lo que el otro pensaba, "sé que nos vas a encontrar. No te rindas".
En la superficie, Adán Ludovic sintió como si alguien le hiciera cosquillas en su cabecita. No sabía qué era, pero le hizo sentir un poquito mejor. Los pequeños dragoncitos estaban a punto de vivir la aventura más grande de sus cortas vidas, aunque no sabían lo peligrosa que sería.
El destino de las dos princesas pendía de un hilo. La extraña desaparición dejó a ambos reinos sumidos en la desesperación. Sin tiempo que perder, regresaron al imperio draconiano y se personaron en el palacio imperial, donde fueron recibidos de inmediato por el viejo emperador y sus dos hijos. La majestuosa sala del trono, con sus columnas de cristal y oro, parecía vibrar con la tensión del momento.
Kendrick, el heredero al trono, les preguntó de inmediato con un rugido furioso, sus escamas plateadas brillando bajo la luz de los cristales mágicos:
—¿Y dicen que desaparecieron dos princesas? ¿Cómo puede ser eso posible con tantos guardias que poseen? ¿Fueron los humanos?
El rey Maximiliano dio un paso al frente, su voz cargada de preocupación y culpa. Hizo una gran inclinación delante de los emperadores antes de hablar, sus alas temblando ligeramente.
—No, alteza. Creemos que fue obra de dragones antiguos. Las princesas fueron arrastradas hacia las profundidades de la tierra —explicó lleno de preocupación.
Un silencio sepulcral cayó sobre la sala del trono. El emperador, con sus escamas rojas y negras opacadas por la edad, se inclinó hacia adelante en su trono, el cual parecía hecho de llamas petrificadas.
—¿Dragones antiguos? —murmuró, sus ojos brillando con curiosidad—. Creíamos que se habían extinguido hace milenios.
El príncipe Adán Ludovic, incapaz de contener su angustia, y a pesar de que su padre le decía que no con la cabeza, se adelantó. Sus pequeñas garras arañaron nerviosamente el suelo de mármol.
—Majestad, ¿puedo hablar? —preguntó el pequeño príncipe, su voz apenas un susurro en la inmensa sala.
—Claro que puedes, pequeño. ¿Acaso viste algo? Habla sin miedo, aquí todos debemos ayudar —respondió el emperador, su voz suavizándose al dirigirse al niño.
El príncipe giró para ver a su padre, que se adelantó y se colocó a su lado, colocando un ala protectora encima de su pequeño niño mientras asentía.
—Perdón, su majestad, pero creo que debemos actuar rápido —dijo Adán, su voz ganando confianza—. Mayra y yo, digo, la princesa rosa Mayra y yo compartíamos un vínculo, pero ahora... ahora no puedo sentirla. Temo por su seguridad.
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Editado: 19.11.2024