El guardián giró su majestuosa cabeza hacia la reina rosada Mayra, sus ojos brillando con la sabiduría de milenios, como estrellas antiguas en un cielo nocturno.
—Los destinos de todos en el imperio están entrelazados con el futuro de una manera que aún no podéis comprender. Es como un tapiz cósmico, donde cada hilo tiene su propósito. Tened fe, pues cada escama perdida tiene su lugar en el gran diseño del universo, como las constelaciones en el firmamento.
Con estas palabras enigmáticas, el guardián comenzó a desvanecerse, dejando tras de sí un rastro de luz que se fundió con el brillo del Rubí Imperial, como si las estrellas regresaran al cielo. El santuario quedó en un silencio reverencial, cada dragón sumido en sus propios pensamientos y esperanzas, como árboles meditando en un bosque ancestral.
Para Kendrick, este giro de los acontecimientos presentaba tantos peligros como las fauces de un dragón hambriento. Mientras observaba a su hijo en sus garras, ahora portador de un poder más allá de su comprensión, su mente trabajaba frenéticamente. Tendría que adaptar sus estrategias si quería mantener viva su ambición, como un fuego que se niega a extinguirse. Por ahora, todos los caminos estaban cerrados, pero el futuro no estaba escrito; debía tener la paciencia de una montaña.
Mientras el cielo sobre el santuario se iluminaba con fuegos mágicos. Kendrick se adelantó con paso decidido. Llevaba al pequeño príncipe Erick en sus brazos, quien, con ojos brillantes de emoción, le relataba todo lo que había experimentado junto al guardián del Rubí, como un bardo contando una epopeya. Kendrick sonreía ampliamente, mostrando un orgullo paternal que parecía genuino, disfrutando de los elogios que los miembros del clan le dedicaban por haber engendrado a un heredero tan poderoso.
Sin embargo, bajo esa fachada de felicidad, Kendrick intentó subrepticiamente sustraer la energía que emanaba de su pequeño hijo, como un ladrón intentando robar la luz de una estrella. Para su sorpresa y frustración, la energía se negaba a fluir hacia él, como si tuviera voluntad propia o estuviera protegida por una fuerza superior, un escudo invisible forjado por los mismos dioses.
El emperador, observó la escena con ojos penetrantes, como un águila que todo lo ve. Su mirada, cargada de sabiduría milenaria, se posó sobre su hijo mientras éste luchaba en vano por absorber el poder de Erick. Con un movimiento grácil, el emperador se acercó, tomó a su nieto y, en un gesto lleno de ternura y poder, colocó su frente contra la del pequeño. Una luz tenue los envolvió por un instante, y cuando se separaron, Erick parecía más sereno y había dejado de brillar.
—Papá —llamó Kendrick, siguiendo al emperador junto con Zelda, su esposa, que observaba todo con preocupación, como una gacela ante un depredador—. Papá, ¿cuándo me vas a ceder el trono? ¿No crees que es hora de que descanses y te dediques quizás a educar a tu nieto, que posee esos grandes poderes que heredó de ti y de mi madre? Déjame a mí ocuparme de la política. Me lo prometiste y todavía no lo cumples. Creo que te he demostrado que soy tu digno heredero.
El emperador se detuvo, girándose lentamente para enfrentar a su hijo. Sus ojos, antiguos y profundos como el océano, escrutaron el rostro de Kendrick. Cuando habló, su voz resonó con la autoridad de milenios, como el rugido de un dragón ancestral:
—Hijo mío, el trono no es un premio que se otorga, ni una promesa que se cumple sin más. Es una responsabilidad sagrada, un deber con nuestro pueblo y con el equilibrio del mundo de los dragones, tan delicado como el vuelo de una mariposa en una tormenta.
—Pero papá, he hecho y aprendido todo lo que has querido. Mamá murió y temo que te suceda algo a ti. Por favor, papá, sabes que tienes que educar a Erick. Yo no heredé tus poderes, lo hizo él —rogó Kendrick ante la mirada penetrante de su padre, sus palabras cargadas de una desesperación apenas contenida. —Te prometo que lo haré bien, padre, lo haré.
El emperador miró a Kendrick con la mirada cargada de esperanza, como un cielo despejado después de la lluvia. Cuando habló, lo hizo con el afecto de un padre, su voz suave como el roce de las alas de un dragón:
—Hijo mío, has esperado este momento durante mucho tiempo, como un árbol espera la primavera. No creas que no he observado tus esfuerzos y tu dedicación a nuestro imperio. Quizás sea cierto que ha llegado el momento de que asumas una mayor responsabilidad.
Hizo una pausa, acariciando suavemente la cabeza de Erick, que se había quedado dormido en su pecho, como un pequeño tesoro. No es que se le hubiera olvidado su promesa, tampoco había pasado por alto los esfuerzos de su hijo en ser el modelo de príncipe heredero. Pero había algo en su hijo que lo desconcertaba, como una nota discordante en una melodía perfecta. Por mucho que se esforzaba en hacerlo poderoso, no lo conseguía, y a los dragones debía dirigirlos el más poderoso de todos, y Kendrick no lo era.
Además, estaba el otro asunto, el santuario no quería reconocerlo como su heredero. Algo que no le había dicho a nadie, ni le diría, no por ahora. No entendía el motivo de que lo rechazara y que eligieran a su querido y único nieto en su lugar, como si el destino mismo hubiera trazado un camino diferente. Pero Kendrick tenía razón en algo: debía educar al pequeño príncipe. Después de todo, en cualquier momento podría quitar el poder de emperador a su hijo, que era mucho más débil que él, y sin el reconocimiento de los ancestros, Kendrick no podría hacer mucho. Eso sin contar que su esposa, la princesa plateada, pasaría a ser la emperatriz y, por ser más poderosa, podía anular cualquier edicto de su esposo.
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Editado: 19.11.2024