El Destino De La Princesa Dragón Rosa

19 LA CORONACIÓN

En el pasado lejano, el imperio de los dragones había cesado su búsqueda de las princesas raptadas y los huevos perdidos, resignándose a aceptar su desaparición. El príncipe Kendrick estaba a punto de asumir el trono, coronándose como emperador, mientras su padre se convertiría en el mentor de su nieto, el príncipe Erick. Sin embargo, un obstáculo se interponía: los ancestros no permitían a Kendrick entrar en el santuario, el lugar sagrado donde debía realizarse la ceremonia.
—Padre, ¿no puedes obligarlos a que me dejen entrar? Soy tu hijo, el heredero legítimo del clan imperial, ¿por qué me rechazan? —preguntaba Kendrick desesperado, viendo cada día más lejana la ceremonia.
—Hijo, yo tampoco lo comprendo. Tampoco a tu hermano Baduf y su hijo Treston les permiten el acceso —respondía el emperador, buscando respuestas que parecían esconderse como escamas en la noche.
Este misterio tenía desconcertados a todos los ancianos dragones imperiales. Jamás había ocurrido algo semejante en la historia del imperio. Se esforzaban por resolver la situación, pues los ancestros debían reconocer al nuevo emperador y otorgarle el poder de invocarlos. El santuario imperial respondía a cada miembro del vasto imperio, excepto a Kendrick y Baduf.
Fue entonces cuando el joven príncipe Erick, con la sabiduría inesperada de un dragón antiguo, encontró una solución.
—Abuelo, padre —dijo un día, después de haber hablado con el guardián del Rubí Imperial, al que cariñosamente llamaba Rui. —El abuelo Rui me ha dicho que si yo entro con papá y no me separo de su lado ni un instante, permitirá que se realice la ceremonia.
Todos se miraron incrédulos, sus ojos brillando como gemas en la penumbra. ¿Qué significaba esta respuesta del guardián imperial? Jamás se había realizado una ceremonia en la que el heredero estuviera acompañado en todo momento por un hijo.
—Además —continuó Erick con firmeza—, exige que se corone a mamá al mismo tiempo que a papá, y tú, abuelo, debes estar a su lado.
—¿Yo? ¿Por qué yo? —preguntó confundido el viejo emperador, sus escamas temblando ligeramente. —Debemos analizar esto. No sé qué pretende el guardián, pero algo no está bien. Jamás ha sucedido algo así.
—¡Yo acepto! —interrumpió Kendrick, su voz rugiendo con determinación.
El salón quedó en silencio, solo interrumpido por el suave batir de alas de los dragones presentes. La decisión de Kendrick parecía haber despertado algo en el aire, como si las antiguas magias del imperio de los dragones comenzaran a agitarse. ¿Sería esta la clave para desbloquear el misterio que rodeaba la sucesión imperial? ¿O acaso el guardián del Rubí Imperial estaba tejiendo un plan más complejo, uno que podría cambiar el destino del imperio de los dragones para siempre?
—Hijo, tenemos que analizar esto con detenimiento —sugirió el emperador con sus ojos brillando con sabiduría. Comprendía la desesperación de su hijo, pero no quería precipitar una decisión que podría afectar al imperio entero. —No es un asunto de no querer, sino de encontrar lo más importante para el imperio. ¿Erick, el guardián mencionó si permitiría a tu padre conectarse e invocar todo el poder de los ancestros?
El joven príncipe Erick, con sus escamas aún brillantes por su juventud, respondió con honestidad:
—No, abuelo. Solo aceptó como un favor hacia mí, y a regañadientes —confesó bajando la voz y la cabeza. —No quiere revelarme por qué rechaza a papá. De verdad he intentado de todo y no me lo dice, solo he logrado que me diga que ya lo sabré. Pero nada más.
El consejo guardó silencio como si una espesa niebla en las montañas de los dragones los hubiera rodeado. Los ancianos intercambiaron miradas preocupadas, sus largas barbas de escamas moviéndose suavemente con cada respiración. El emperador, con su imponente figura que parecía tocar el techo abovedado, se acercó a su nieto y posó una garra sobre su hombro.
—Erick, has demostrado una sabiduría más allá de tus años, gracias por tu esfuerzo —dijo con gravedad. —Pero me temo que estamos ante un enigma que podría cambiar el curso de nuestra historia.
El príncipe Kendrick, impaciente como un joven dragón ante su primera cacería, intervino:
—Padre, ¿no podríamos al menos intentarlo? Si el guardián ha aceptado, aunque sea a regañadientes, ¿no es eso mejor que nada?
El emperador cerró los ojos, como si estuviera escuchando todas las voces del imperio en el viento. Cuando los abrió, su mirada era de determinación.
—Muy bien. Procederemos con cautela. Erick, tú serás nuestro enlace con el guardián. Kendrick, prepárate para la ceremonia, pero estate atento a cualquier señal. Y yo... yo investigaré en los antiguos pergaminos de nuestros antepasados mientras todo está listo. Quizás haya alguna pista sobre por qué el guardián actúa de esta manera.
Mientras los dragones se dispersaban para cumplir con sus tareas, una sombra pareció cruzar el rostro del emperador. ¿Qué secreto guardaba el Guardián del Rubí Imperial sobre sus hijos? ¿Y cómo se conectaba todo esto con el destino del imperio?
Todos los dragones respondieron al llamado del rugido del emperador. El palacio estaba engalanado y resplandeciente, iluminado por la activación del gran santuario imperial que parecía dominar su alrededor. La majestuosa bóveda del techo había sido abierta para que las energías del universo mágico fluyeran libremente, creando un espectáculo de luces y sombras danzantes.
El príncipe Kendrick, con su hijo a la derecha y su esposa, la princesa plateada, a su izquierda, esperaba expectante a su padre en la entrada del santuario. Sus escamas brillaban con anticipación, reflejando las luces mágicas que los rodeaban.
—¿Dónde se habrán metido papá y todos los antiguos? —preguntó nerviosamente, su cola moviéndose inquieta.
—No lo sé —respondió su hermano, el príncipe Baduf, igualmente emocionado por la oportunidad única de traspasar, junto a su esposa e hijo, las puertas del Santuario por primera vez en su vida. —Ah, míralo allí.
Todos giraron la cabeza para ver al imponente dragón, aún emperador, acercarse ataviado con sus ropas imperiales, seguido de todos los ancianos. Sus escamas, pulidas para la ocasión, reflejaban la luz como un millar de estrellas. Al llegar, se ubicó sin decir palabra al lado de la princesa plateada, quien le dedicó una sonrisa cálida.
El joven príncipe Erick buscó con la mirada a su mejor amigo Oryún, quien se encontraba junto a su padre, el consejero imperial, un poco más allá. Sus ojos se encontraron, intercambiando una mirada de complicidad y nerviosismo. Erick tomó aire, llenando sus pulmones del aroma a incienso y magia antigua, y a una señal de su abuelo, dio el primer paso dentro del santuario.
En ese instante, como si respondieran a una llamada silenciosa, todos los rubíes que cubrían las paredes del recinto se iluminaron, dando la bienvenida al joven príncipe. Era un espectáculo que Erick había experimentado desde pequeño, pero que nunca dejaba de maravillarlo. Sin más preámbulo, la gran barrera que impedía el paso a los demás dragones se desvaneció, como si nunca hubiera existido.
El aire dentro del santuario parecía vibrar con una energía antigua y poderosa. Los dragones presentes contuvieron el aliento, conscientes de que estaban a punto de presenciar un momento histórico en el imperio. Las sombras de los ancestros parecían danzar en las paredes, como si estuvieran observando atentamente el desarrollo de los acontecimientos.
Mientras la familia imperial avanzaba hacia el centro del santuario, donde el Rubí Imperial esperaba, brillando con una luz interior, todos se preguntaban: ¿Qué secretos revelaría esta ceremonia? A nadie se le había escapado lo extraño de la ceremonia con toda la familia avanzando hacia el lugar de la coronación.
El santuario imperial resplandecía con una luz etérea mientras la familia real avanzaba hacia el centro. El emperador, con paso solemne, se dirigió hacia el pedestal donde reposaba el Rubí Imperial. Todos esperaban que entregara la corona a su hijo Kendrick, pero algo extraño comenzó a suceder.
Al acercarse al rubí, las sombras de los ancestros en las paredes parecieron cobrar vida, sus formas difusas convergiendo hacia un punto. El guardián del rubí, una figura translúcida y majestuosa, emergió del cristal esparciendo una niebla roja en el lugar, su mirada fija no en Kendrick, sino en el joven príncipe Erick.
El oficiador de la ceremonia, el dragón más antiguo comenzó a recitar las palabras rituales. Mientras hablaba, hilos de luz roja emanaban del rubí, serpenteando por medio de la densa niebla roja que inundaba el santuario. Todos asumieron que se dirigían hacia Kendrick, pero con sutileza justo antes de tocar al futuro emperador, estos hilos de energía ancestral se desviaron y rodearon a Erick. ¿Qué era lo que sucedía?




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