Kendrick, de pie y listo para recibir la corona, con la enorme emoción que lo invadía de al fin coronar emperador, no parecía notar que la energía lo ignoraba. El guardián del rubí extendió una mano etérea, y aunque parecía que señalaba al príncipe heredero, sus ojos y su gesto estaban claramente dirigidos a Erick.
Cuando llegó el momento culminante de la ceremonia, el viejo dragón ancestral alzó la corona. Por un instante, pareció dudar, como si una fuerza invisible guiara sus movimientos. La colocó sobre la cabeza de Kendrick, pero en ese preciso momento, un destello cegador del Rubí Imperial iluminó la sala.
Cuando la luz se disipó, todos parpadearon confundidos. Kendrick lucía la corona, pero una aureola de luz roja rodeaba a Erick, casi imperceptible para la mayoría, pero innegable para aquellos con la visión más aguda.
La ceremonia continuó con la coronación de la princesa Zelda como emperatriz. Vestida con un traje de escamas plateadas que reflejaban la luz del santuario, Zelda se inclinó con gracia.
El antiguo dragón ancestral alzó la corona imperial femenina, una delicada pieza de rubíes que parecía capturar la esencia misma de las estrellas. Mientras recitaba las palabras sagradas, un fenómeno extraño comenzó a manifestarse.
Otra vez los hilos de energía, casi imperceptibles, emanaron del Rubí Imperial. Todos esperaban que estos hilos unieran a Zelda con su esposo, el recién coronado emperador Kendrick. Sin embargo, con una sutileza que escapó a los presentes, estos hilos de energía ancestral se introdujeron en la princesa plateada y luego se entrelazaron no con su esposo, sino con el viejo emperador, después, sorprendentemente, con el joven príncipe Erick.
La princesa Zelda, con los ojos cerrados durante el ritual, pareció sentir esta conexión inesperada. Un leve temblor recorrió su cuerpo, y cuando abrió los ojos, su mirada se encontró brevemente con la del viejo emperador que se quedó observándola sin comprender lo que había sucedido antes de volverse hacia Kendrick.
El guardián del rubí, aún presente como una figura etérea, extendió ambas alas. Con una, parecía bendecir la unión oficial de Zelda y Kendrick, pero con la otra, trazaba un símbolo arcano que conectaba a Zelda con el viejo emperador y Erick.
Cuando la corona fue finalmente colocada sobre la cabeza de Zelda, un resplandor plateado la envolvió primero, para ante la sorpresa de todos, unirse a una energía roja que emanaba del viejo emperador, su hijo Erick y por último de Kendrick . Para la mayoría, era el brillo tradicional de la coronación que reconocía a todos los miembros de la familia imperial, pero los más perceptivos notaron que el resplandor de la emperatriz pulsaba en sincronía con las energías que rodeaban al viejo emperador y al joven príncipe Erick. ¿Qué significaba aquello?
Al concluir la ceremonia, Zelda tomó su lugar junto a Kendrick, pero su aura parecía resonar más fuertemente con la del viejo emperador. Las sombras de los ancestros en las paredes parecieron agitarse con aprobación, como si este giro inesperado en la sucesión fuera parte de un plan más grande que sólo ellos podían entender.
Mientras la familia imperial se retiraba del santuario, pocos notaron cómo la mirada de Zelda se desviaba sutilmente hacia Erick, o cómo el viejo emperador sonreía con un brillo de satisfacción en sus ojos, como si un plan secreto se estuviera desarrollando exactamente como lo había previsto.
Al emerger del santuario ancestral, cuyas paredes de cristal iridiscente reflejaban los últimos rayos del sol poniente, la comitiva real se dirigió hacia el Gran Salón de las Escamas Doradas, donde se celebraría el baile de coronación. El aire estaba impregnado de un aroma a incienso de flores de fuego, una rareza que solo florecía en las profundidades de los volcanes sagrados.
De repente, una figura esbelta y grácil surgió de entre la multitud de dragones nobles que se habían congregado para presenciar el evento. Era la joven princesa adoptada Elgida, sus escamas de un tono lavanda brillante contrastaban con el dorado y el rojo de la familia imperial. Con un movimiento ágil, propio de su juventud draconiana, se abalanzó hacia el príncipe Erick, quien en ese momento conversaba animadamente con su mejor amigo Oryún.
—Vámonos, Oryún —susurró Erick, sus ojos de ámbar brillando con picardía. En un instante, ambos jóvenes dragones desplegaron sus alas membranosas y, con un destello de magia ancestral, se desvanecieron en el aire, dejando tras de sí solo un leve aroma a ozono.
—¡Erick! —rugió Elgida, su voz mezclándose con el sonido del trueno, mientras pequeñas chispas de frustración escapaban de sus fauces. Indignada, la joven princesa se dirigió hacia la emperatriz Zelda, sus escamas tintineando suavemente con cada paso.
—Mamá —se quejó Elgida, sus ojos violetas brillando con una mezcla de enojo y decepción—, Erick ha vuelto a desaparecer.
Antes de que Zelda pudiera responder, un rugido sordo, profundo como el eco de una montaña, resonó en el aire. Era el viejo ex emperador, sus escamas antaño brillantes ahora opacas por el paso de los siglos, pero sus ojos aún ardían con la sabiduría de las eras.
—Deja al príncipe tranquilo —gruñó, su voz cargada de autoridad. Cerrando sus párpados escamosos, el anciano dragón extendió su conciencia, buscando a su nieto a través de los lazos mágicos que unían a la familia imperial.
Con un impulso de su voluntad, el viejo emperador envió a Erick aún más lejos, sin percatarse de que en ese preciso instante su nieto había despertado el poder del quinto elemento. En lugar de transportarlos a la taberna humana que habían planeado visitar, los jóvenes dragones se encontraron catapultados hacia un futuro lejano, materializándose en un club vibrante donde las amigas de la princesa rosada bailaban con gran alegría.
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Editado: 19.11.2024