El príncipe dragón azul Adam Ludovil, era de la misma edad que el príncipe heredero Erick. Para su inmensa alegría, Erick disfrutaba visitando con frecuencia el clan de Adam Ludovil, un majestuoso asentamiento ubicado en la costa, donde las olas del mar besaban las rocas de los acantilados.
El clan de los dragones del agua azules, era un espectáculo digno de admiración. Sus moradas se extendían desde las profundidades del océano hasta las alturas de los riscos costeros, creando una simbiosis perfecta entre el agua y la tierra. En el corazón del territorio, un enorme lago de aguas cristalinas reflejaba el cielo como un espejo mágico, sirviendo como punto de encuentro para los miembros del clan.
Las estructuras del clan, talladas en coral y piedra marina, se alzaban majestuosas, adornadas con perlas y conchas iridiscentes que brillaban bajo el sol. Los dragones más jóvenes jugaban entre las cascadas que caían de los acantilados, mientras los ancianos meditaban en cuevas submarinas iluminadas por algas bioluminiscentes.
El clan era famoso por su dominio de las artes acuáticas, capaces de controlar las mareas y comunicarse con las criaturas del mar. Sus escamas, que iban desde el azul celeste hasta el índigo más profundo, les permitían camuflarse perfectamente en su entorno acuático.
Desde la desaparición de su adorada esposa, la princesa dragón rosa Mayra, habían transcurrido varios años en el mundo de los dragones, un reino donde el tiempo fluía de manera diferente al mundo de los humanos. Los días se deslizaban lentamente, y las estaciones cambiaban al ritmo de los latidos de un corazón draconiano.
A pesar de que el guardián del rubí imperial había desconectado a Adam Ludovil de ella, custodiando celosamente todos los poderes que la princesa le había confiado en su perla del poder, el príncipe azul sentía una conexión inexplicable con su amada. Era como si un hilo invisible, tejido con magia antigua y amor eterno, los mantuviera unidos a través de las dimensiones.
El príncipe Adam Ludovil, cuyas escamas reflejaban el azul profundo del océano, poseía una habilidad telepática extraordinaria, incluso para los estándares de su especie. En sus sueños, visiones de Mayra danzaban como llamas rosadas, efímeras pero intensas. La veía en jardines de cristal, en cavernas de cuarzo rosa, en palacios flotantes de nubes iridiscentes. Sin embargo, por mucho que la llamaba, por mucho que sus pensamientos atravesaban el velo entre mundos, nunca obtenía respuesta.
La princesa Mayra, en estos sueños, era como un espejismo en el desierto: hermosa, cercana, pero inalcanzable. Sus ojos, del color de los zafiros rosas más puros, miraban a Adam con una mezcla de amor y tristeza, pero sus labios permanecían sellados, guardando secretos que el príncipe anhelaba descubrir.
Sus padres, los majestuosos reyes dragón del clan azul, y sus amigos, preocupados por su obsesión, insistían en que estos encuentros nocturnos eran meros sueños, producto de un corazón anhelante. Pero Adam sabía, en lo más profundo de su ser draconiano, que había algo más. Sentía que estos sueños eran un puente, un camino que algún día lo llevaría de vuelta a los brazos de su amada Mayra.
Ese día era como uno más en los que el príncipe Adam recorría los vastos campos floridos del clan de los dragones rosados, al que pertenecía su amada. Las flores, de tonos que iban desde el rosa pálido hasta el fucsia más intenso, parecían susurrar secretos al viento, como si guardaran la memoria de su princesa perdida. Un rumor inquietante se había extendido: toda la familia real había desaparecido en la búsqueda de su pequeña princesa. El palacio de cristal rosa, otrora rebosante de vida y risas, permanecía en un silencio sepulcral, a pesar de que todo en el reino rosado seguía funcionando perfectamente bajo la vigilancia del ex emperador.
Por tal motivo, se podía ver con frecuencia al joven príncipe heredero Erick, acompañado de su inseparable Oryun y algunos otros príncipes dragones, recorriendo el reino rosa. Ese día, todos habían decidido reunirse en el lago del clan de los dragones azules, un espejo de agua cristalina que reflejaba el cielo como un zafiro líquido.
— Oye Adam, ¿todavía sueñas con May? — preguntó Erick, observando cómo su amigo jugueteaba con una flor rosada entre sus garras, sus escamas azules contrastando con los delicados pétalos. — Si quieres, puedo llevarte a la época en que sueñas con ella.
— ¿Harías eso por mí, príncipe? Sería maravilloso, pero no puedo decirte exactamente dónde está — contestó Adam con pesar, sus ojos reflejando la tristeza de un océano sin horizonte. — Anoche mismo, mientras nadaba en el lago, la vi venir hacia mí en forma de esos seres inferiores, los humanos. Me miró como si no me conociera y, por solo un segundo, pude leer en su mente su miedo sobre una presentación de baile que iba a realizar en ese mundo. Le dije lo de siempre, que triunfaría, le envié mi esencia primordial para que se conectara de nuevo, pero solo su cabello cambió de color. No sucedió nada más.
— Por supuesto que ella no podía conectarse porque tú tienes todos sus poderes. Debiste regresárselos — contestó el príncipe heredero. — Hoy, cuando la sientas, avísame. Le pediré al abuelo que nos lleve a ella por el quinto elemento.
— Erick, aún no dominas ese poder — le recordó su amigo y futuro consejero Oryun con preocupación. — Aunque, he de admitir, estoy aburrido. No me molestaría que tu abuelo nos enviara a un lugar lejano para ver qué sucede.
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Editado: 19.11.2024