El Emperador, invisible y sigiloso como la brisa nocturna, había seguido al príncipe de los Kraken Ness, Nereius. Sus escamas imperiales, aunque invisibles, brillaban con un tenue resplandor. Después de dejar a Serena dormida en su camerino, Nereius había descendido hasta el sótano del teatro, abriendo un enorme desagüe y sumergiéndose en él. El agua parecía reconocerlo, formando remolinos de bienvenida a su alrededor.
—¿Qué estarían planeando los Abisales con la princesa dragón rosa? —, se preguntó el Emperador, su mente tejiendo intrincadas estrategias. Fuera lo que fuese, al fin los había localizado y se los llevaría de regreso a su mundo. Sus pensamientos resonaban con la determinación de un gobernante milenario mientras regresaba donde lo esperaban los jóvenes príncipes convertidos en humanos.
En su salida, se percató de que estaban en un futuro lejano de la vida de los seres humanos. Precisamente aquel al que le gustaba enviar a su nieto con frecuencia, y donde él mismo habitaba el palacio real con todos. Los vio hablando con otros jóvenes que, aunque no podía reconocer, hicieron que todas sus escamas se estremecieran al reconocer que eran dragones convertidos en humanos. Sus auras, invisibles para los mortales, pulsaban con energía dracónica.
Suspiró feliz, pensando que al fin había dado con los dragones esmeraldas que su difunta esposa, en combinación con la reina dragón esmeralda, había hecho desaparecer. En esta época, sabía, habitaban un palacio con su único hijo, el príncipe Lotha. El aire a su alrededor pareció cargarse de electricidad ante este descubrimiento.
De inmediato, una idea brilló en su mente como una llama de dragón: reunirlos a todos en el palacio imperial para, usando el poder de su nieto Erick, regresarlos a su imperio. Era algo que debía hacer cuanto antes; le preocupaba que el príncipe de los Kraken Ness de los Abisales hubiera puesto sus ojos en la princesa rosa.
El Emperador, sus escamas brillando con la sabiduría de los siglos, dio la orden inmediata de enviar cartas de invitación a todos los que reconocía como dragones. Se arrepentía ahora de haber pasado el poder imperial a su hijo Kendrick, lo cual le impedía realizar el llamado ancestral del Emperador. Sus órdenes fueron seguidas a cabalidad mientras él, junto a su nieto y amigos, regresaban al palacio imperial, cuyas torres se alzaban majestuosas, reflejando la luz del sol como si estuvieran hechas de cristal y oro.
—Abuelo, ¿por qué invitaste a tantos al baile? Bastaría con los integrantes de las escuelas de baile —dijo el príncipe heredero Erick, apareciendo en compañía de los demás. Sus ojos, aunque humanos, destellaban con un fuego interior propio de su linaje dragón—. Además, ¿me puedes explicar por qué mis amigos no se acuerdan de que son dragones y Oryun y yo sí?
—Erick, encontré a todos los dragones desaparecidos del imperio. Están convertidos en humanos en esta época —contestó de inmediato el abuelo—. Debes ayudarme a llevarlos de regreso y convertirlos de nuevo en dragones.
—¿Yo? ¿Cómo quieres que haga eso, abuelo? Apenas conozco mis poderes, soy muy joven —protestó el príncipe Erick, asustado. Un leve humo escapó de sus fosas nasales, traicionando su naturaleza dracónica.
El abuelo dragón guardó silencio, tratando de encontrar el modo de llamar a todos los dragones. Necesitaba el llamado ancestral del Emperador de los Dragones, pero no era él, sino su hijo Kendrick quien se había quedado en un pasado lejano. Oryun, hijo del consejero imperial y heredero de su misma sabiduría, si no más, se adelantó e inclinó delante del anciano. Sus ojos brillaban con una inteligencia sobrenatural.
—Majestad, creo que el príncipe puede realizar ese llamado —dijo Oryun,con respeto—. Recuerde que vinimos con todos los príncipes imperiales. Si les devuelve sus memorias, como príncipes herederos de sus clanes, pueden emitir ese rugido llamando a los miembros de su clan.
El Emperador se iluminó ante estas palabras, como si una llama interior hubiera sido avivada. Sin más, convirtió a todos en dragones, sus formas humanas disolviéndose en una explosión de luz y color para revelar sus majestuosas formas dracónicas. El aire se llenó de rugidos y el batir de alas poderosas, mientras los jóvenes príncipes redescubrían su verdadera naturaleza.
El palacio, testigo silencioso de este despertar, pareció cobrar vida, sus muros resonando con la magia antigua que fluía a través de los dragones recién despertados. De inmediato, el abuelo hizo que su nieto, el príncipe heredero, emitiera un fuerte rugido que amplificó con el suyo propio. Los demás príncipes dragones lo imitaron, creando una sinfonía de poder que hizo temblar los cimientos del mundo. Al culminar, todos retomaron sus formas humanas, la magia chisporroteando en el aire a su alrededor.
Antes de lo que esperaron, comenzaron a llegar humanos confundidos ante el deseo inexplicable de venir al palacio imperial. El Emperador dio órdenes de dejar entrar a todos, sus ojos antiguos escrutando cada rostro en busca de la chispa dracónica oculta. El gran salón, con sus columnas de mármol y candelabros de cristal, comenzó a llenarse de dragones de todos los colores, camuflados en formas humanas. ¿Es que acaso el imperio entero estaba en ese futuro lejano?, se preguntaba el ex emperador sin dejar de ver cómo seguían apareciendo humanos con auras de dragones. Ahora no estaba seguro si podría llevar a todos de regreso.
—¿Qué sucede, abuelo? ¿Por qué existen tantos? —preguntó Erick, su voz teñida de asombro y preocupación. Sus ojos se desviaron hacia el grupo de chicas que acababa de llegar y, junto a la princesa rosa, estaba aquella que sin saber el motivo lo atraía: Esthela, la humana más hermosa que había visto en su vida.
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Editado: 19.11.2024