El Destino De La Princesa Dragón Rosa

26. LAS ELEGIDAS

El antiguo emperador sintió un escalofrío recorrer sus escamas ancestrales, cada una de ellas impregnada con la sabiduría de milenios. Si alguien podía ocultar sus acciones del guardián imperial, estaban enfrentando un poder más allá de su comprensión, uno que podría alterar el delicado equilibrio entre los clanes de dragones y reescribir el destino de todos. Se quedó por un rato observando al guardián, cuya forma etérea se fue desvaneciendo hasta introducirse completamente en el rubí imperial, fusionándose con la gema mística.

Al salir del santuario, sus garras resonando contra el suelo de mármol antiguo, se encontró al príncipe heredero sentado en el balcón. Erick miraba con tristeza hacia el horizonte, donde las montañas de jade se fundían con el cielo del atardecer.

—¿Qué haces, Erick? ¿Y esa cara? —preguntó el antiguo emperador, sus ojos brillando con preocupación paternal—. Si es por la humana, ya te dije que te ayudaré a verla de nuevo, pero no ahora. Debemos averiguar qué pasó con los dragones esmeraldas que trajimos del futuro —aseguró, sentándose a su lado, sus alas majestuosas plegándose con gracia.

—No es eso, abuelo —respondió Erick, su voz cargada de frustración—. Es que papá me castigó. Dice que es por los disturbios en las tierras bajas, pero yo sé que fue por todo esto que hicimos. No quiero desobedecerlo, pero me aburro —dijo, soltando un soplido lleno de llamas que danzaron en el aire antes de desvanecerse.

El abuelo lo observó por un momento, sin decir nada. Su mente estaba demasiado ocupada con los eventos recientes como para lidiar con los problemas adolescentes de su nieto. Después de todo lo sucedido, pensó que sería mejor que el heredero real se quedara dentro de palacio si tenían un enemigo con el poder de desafiar al ancestral guardián del rubí imperial.

Con un movimiento suave, pasó un ala por encima de su nieto. Sin que Erick se percatara, el antiguo emperador invocó una antigua magia, borrando delicadamente las memorias de la humana que tanto le gustaba. El hechizo se deslizó como niebla por la mente del joven príncipe, dejando solo un vago recuerdo de calidez y añoranza.

"Debo ir a realizar un retiro", pensó el antiguo emperador, "y meditar profundamente sobre lo sucedido. Es imperativo encontrar a los dragones perdidos antes de que sea demasiado tarde".

Mientras se alejaba, dejando a su nieto sumido en una confusión momentánea, el antiguo emperador sintió el peso de su decisión. Sabía que había hecho lo necesario para proteger a Erick y al futuro del imperio, pero no pudo evitar sentir una punzada de culpa por haber manipulado los recuerdos del joven príncipe.

Por otro lado, algo estaba sucediendo en los confines del imperio de los dragones. La montaña esmeralda, que por años había permanecido desolada, ahora palpitaba con nueva vida. Sus laderas, antes desnudas, se cubrían gradualmente de una vegetación exuberante y única. Helechos gigantes de un verde brillante brotaban entre las rocas, sus frondas desplegándose como abanicos hacia el cielo. Flores de cristal, delicadas y translúcidas, emergían en grupos, reflejando la luz del sol en destellos esmeralda.

El lago al pie de la montaña, antes tranquilo y olvidado, ahora burbujeaba con energía mágica. Sus aguas, de un verde profundo, se tornaban verde claro en los bordes, donde los pequeños dragones se sumergían para refrescarse. Vapores iridiscentes se elevaban de la superficie, creando un velo místico que envolvía la base de la montaña.

En las alturas, las cuevas que una vez fueron frías y oscuras ahora brillaban con un resplandor interno. Cristales de esmeralda brotaban de las paredes, iluminando los pasadizos con una luz suave y verdosa. El aire dentro de estas cavernas estaba cargado de una energía revitalizante, perfecta para incubar los huevos de dragón y criar a las crías.

Alrededor de la montaña, el paisaje se transformaba. Árboles de hojas verdes y troncos de jade crecían en bosquecillos, sus ramas entrelazándose para formar domos naturales. Arroyos de agua cristalina serpenteaban entre las rocas, su murmullo mezclándose con los suaves rugidos de los dragones jóvenes.

El cielo sobre este nuevo paraíso esmeralda parecía más brillante, con nubes que adoptaban tintes verdosos al pasar sobre la montaña. Al anochecer, auroras de color verde y dorado danzaban en el firmamento, como si celebraran la llegada de este clan de dragones a su nuevo hogar.

Este oasis de vida y magia, nacido de la presencia de los dragones esmeralda, comenzaba a florecer en un mundo que apenas empezaba a comprender el misterio de su súbita aparición.

La exuberante vitalidad de la montaña de los dragones esmeralda contrastaba fuertemente con el misterio que la rodeaba. Una barrera invisible, impenetrable e inexplicable, se había formado alrededor de todo el área, creando un enigma que desconcertaba a todos los reinos mágicos circundantes.

Esta barrera etérea se extendía desde las profundidades del lago hasta el cielo, formando una cúpula perfecta que englobaba la montaña y sus alrededores. Para los que estaban fuera, la barrera aparecía como un velo brumoso de color esmeralda, distorsionando la visión de lo que había dentro.

Los intentos de penetrar la barrera habían sido numerosos y variados. Magos poderosos habían lanzado sus hechizos más fuertes, solo para ver cómo se disipaban al contacto. Criaturas voladoras chocaban contra ella como si fuera una pared sólida. Incluso los dragones más antiguos y sabios del Gran Imperio Dragón se habían visto impotentes ante este fenómeno.




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