Después de los saludos de respeto entre los cuatro dragones, se posaron en una colina que brillaba bajo la luz del sol. El príncipe imperial Erick, a pesar de su juventud, era un dragón impresionante, con escamas negras, rojo intenso y algunas plateadas que parecían reflejar el cielo mismo. Miró la preocupación pintada en el rostro de sus amigos y enseguida quiso saber qué les sucedía.
—¿Qué les sucede? Parece que vieron un fantasma —dijo con una sonrisa, y Oryun y él se rieron ante la cara seria de Andrés y Adam. Sin embargo, al ver que no se unían a la risa, Erick se puso serio de inmediato.
—Mi príncipe, necesitamos informar al emperador que vimos en el lago del clan Esmeralda a los Kraken Ness —informó con seriedad el príncipe Adam, con gravedad. —Además, también vimos dragonesas esmeraldas. No sabemos qué están haciendo allí, pero no parece nada bueno.
—¿Están seguros de esas dos cosas? —preguntó Erick, mirándolo con intensidad. Al ver que Andrés y Adam asentían con la cabeza, se puso serio de inmediato. Aunque estaba muy lejos de ser emperador, la seguridad del imperio era de mayor prioridad. La sola mención de los Kraken Ness, enemigos jurados de los dragones, era suficiente para poner en alerta a cualquier dragón.
—Si los Kraken Ness están en el lago Esmeralda, eso significa que están buscando algo —dijo Oryun con preocupación. —O a alguien.
Erick asintió, pensando en las posibles implicaciones. Se comunicó con su abuelo pidiéndole que fuera a la sala del trono que lo iba a necesitar.
—Vamos a informar al emperador de inmediato —dijo extendiendo sus alas. — Y luego, vamos a investigar qué está sucediendo en el lago Esmeralda. No podemos permitir que los Kraken Ness amenacen la seguridad de nuestro imperio.
Con esas palabras, los cuatro dragones se levantaron y se dispusieron a volar hacia el palacio imperial, listos para enfrentar cualquier desafío que se les presentara.
Mientras los tres príncipes y el futuro consejero Oryun volaban con rapidez hacia el palacio imperial, dejando atrás las nubes que se desplazaban lentamente por el cielo, en el clan Esmeralda, las chicas se habían vuelto a encontrar en la plazoleta, rodeada de árboles de jade que brillaban con un suave resplandor. Mayra miró a María con curiosidad mientras se acercaba con un ramo de flores blancas que parecían lanzar destellos de electricidad, como si estuvieran imbuidas de una magia especial. Mayra las observaba abobada, sin poder apartar la vista de su belleza.
—¿Quién te regaló esas flores, María? —preguntó de inmediato con gran asombro. —Nunca antes las había visto. Son... son increíbles.
María sonrió con el rostro iluminado por la luz del sol que se filtraba a través de las hojas de los árboles.
—No sé quién las trae —respondió, mientras olía las flores que se movían suavemente con la brisa. —Las encuentro todos los días en la piedra en que me gusta sentarme a la orilla de afuera de la barrera del clan, como si alguien las hubiera dejado allí especialmente para mí.
Mayra se acercó más, su nariz arrugada por la curiosidad. Las flores en verdad eran únicas.
—¿No tienes idea de quién podría ser? —preguntó intrigada.
María negó con la cabeza sonriendo feliz mientras su cabello oscuro se movía suavemente. No tenía idea de quien le traía las flores, pero le fascinaba que siempre las encontraba a la misma hora y en el mismo lugar.
—No, no tengo idea. Pero... —se detuvo, como si estuviera pensando en algo. —Pero siento que hay algo especial en estas flores. Algo que me hace sentir... conectada a algo más grande que yo misma.
Mayra observó a María con una mezcla de asombro y curiosidad, su mente trabajando a toda velocidad para descifrar el enigma que se escondía tras las palabras de su amiga. ¿En qué misterio podría estar María? ¿Y quién sería el enigmático ser que dejaba aquellas flores mágicas? La intriga se había apoderado de Mayra, y estaba decidida a desentrañar el secreto que envolvía a esas flores encantadas.
Al día siguiente, con el corazón palpitante de emoción, Mayra urdió un plan para escabullirse sin ser notada hasta la orilla del lago cristalino. Llegó justo a la hora en que María solía encontrar las flores y se ocultó entre unos arbustos de hojas iridiscentes, conteniendo la respiración. No podía creer que ella no supiera quien era, con vigilarlo lo descubriría. Algo les ocultaba de seguro, se decía dispuesta a saber la verdad.
La barrera mágica que los protegía del mundo exterior, tejida con hilos de luz y sombras, permitía que desde el interior se pudiera observar el exterior con claridad. De repente, el aire se electrificó y el cielo se iluminó con destellos multicolores. Para su asombro, Mayra contempló cómo descendía una impresionante esfera de energía pura, chisporroteando y girando sobre sí misma. Cuando la luz se disipó, allí estaba: un ramo de flores de una belleza sobrenatural, con pétalos que parecían capturar la esencia misma de las estrellas.
"¿Qué clase de magia es esta?", se preguntó Mayra, mientras salía cautelosamente de su escondite para acercarse a la barrera. En ese preciso instante, el aire se estremeció y, ante sus ojos atónitos, aparecieron dos majestuosos dragones. Uno de ellos, de escamas azules que reflejaban el cielo, y el otro, de un rosa tan delicado como el amanecer. Detrás de ellos, una multitud de dragones de todos los colores imaginables surcaba el cielo, sus alas extendidas creando un espectáculo de luz y color.
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Editado: 19.11.2024