El Destino De La Princesa Dragón Rosa

34. LA ELEGIDA ESMERALDA

Los misterios se acumulaban, tan profundos y enigmáticos como las fosas abisales del océano. Eran como corrientes submarinas invisibles, arrastrando consigo secretos y peligros desconocidos. Ni el Príncipe Adám, con su sabiduría heredada de generaciones de gobernantes dragón, ni el Príncipe Andrés, con su aguda intuición, tenían respuestas para los extraños acontecimientos que se estaban desarrollando.

La repentina aparición del Príncipe de los Kraken Ness, agregaba una interrogante más a las muchas que ya tenían. Su presencia era como una sombra amenazante que se cernía sobre las aguas cristalinas de su hogar, perturbando la paz que habían conocido durante siglos. Sin embargo, algo en el interior del Príncipe Adam, una sensación que hacía vibrar sus entrañas como si fueran tocadas por una corriente eléctrica, le advertía de un peligro aún mayor.

El joven príncipe dragón cerró sus ojos, permitiendo que su mente se sumergiera en las profundidades de su conciencia, buscando la sabiduría de sus antepasados. En su visión interna, vio un mundo oscuro y temible, donde criaturas de sombras luchaban por escapar. Y en el centro de todo, una figura de luz que no podía distinguir claramente, pero que le recordaba a su amada esposa.

Cuando Adám abrió los ojos, su mirada había cambiado. Ya no era solo el joven príncipe preocupado por su reino y su gente. Ahora, en sus pupilas se reflejaba la determinación de alguien dispuesto a enfrentar lo desconocido para proteger a lo que más amaba.

—Andrés —llamó a su cuñado—, estoy convencido de que en esa humana reside la esencia de mi esposa. No permitiré que nadie la capture. La próxima vez que la vea, la llevaré conmigo al clan.

El príncipe Andrés, abrió sus enormes alas rozadas que brillaron bajo la luz de la luna, y respondió con cautela:

—Eso debe permanecer en secreto, Adám. Sabes que está prohibido llevar mortales contra su voluntad a nuestro reino. Sin embargo... —hizo una pausa, recordando el destello rosa que creyó ver en los ojos de Mayra— concuerdo contigo. Sentí algo de la esencia de mi hermana en ella.

Mientras Andrés se sumía en sus pensamientos, Adám sobrevolaba una vez más la montaña esmeralda, intentando en vano penetrar la barrera mágica. Sus alas azules cortaban el aire nocturno con determinación. Andrés se elevó para alcanzarlo, tomando una decisión.

—De acuerdo, Adám. Si es May, la llevaremos ante padre. Su dragón no podrá resistirse al llamado del rey del clan —aseguró Andrés, su mente trabajando en la mejor estrategia—. Creo que la forma más segura es que la enamores. Así, ella aceptará acompañarte voluntariamente. Y si resulta que no es May, acudiremos al guardián imperial o al príncipe Erick para que borre sus memorias.

El príncipe Adám, lo miró al tiempo que reflexionaba en el plan de su cuñado, batió con fuerza sus alas que reflejaban la luz de las estrellas, y respondió con preocupación:

—¿Enamorarla? No lo sé, Andrés. No quiero engañar a May. ¿Y si yo también me enamoro? ¿Cómo se lo explicaré cuando la encuentre? Juramos nunca mirar a otra pareja por toda la eternidad.

—Si es May, no la estarás engañando, sino salvando —argumentó Andrés, aunque comprendía el dilema. Las dragonas rosas eran conocidas por su naturaleza apasionada y sus celos legendarios. Rara vez perdonaban una traición, real o percibida. Sus iras podían desencadenar tormentas de fuego que duraban décadas.

El silencio cayó entre los dos príncipes dragones, pesado como las montañas que los rodeaban. La posibilidad de que fuera realmente Mayra, atrapada en una forma humana, era tan tentadora como peligrosa. Si se equivocaban, las consecuencias podrían ser catastróficas para la pareja.

Mientras contemplaban sus opciones, el cielo nocturno pareció oscurecerse aún más, como si las mismas estrellas contuvieran el aliento ante la magnitud de la decisión que estaban por tomar. El destino de la princesa dragón Rosa parecía pender de un hilo tejido con escamas y magia, un hilo que ahora estaba en sus manos y decisiones.

El príncipe Adam, miró a lo lejos, allá donde la sentía, su mirada azul brillando con una determinación férrea, rompió el silencio con voz grave:

—De acuerdo, la enamoraré. Debe ser ella si el príncipe Kraken Ness la persigue con tanto ahínco —declaró después de una profunda reflexión. Batiendo las alas con fuerza, creando remolinos en el aire nocturno—. Si no fuera May, no se tomaría tantas molestias. De seguro quiere repetir la historia de su antepasado con la princesa rosa Aria.

El príncipe rosa Andrés asintió, recordando la antigua historia que acababa de decirle el guardián imperial.

—Tienes razón, hermano —concordó Andrés, brillando bajo la luz de la luna en lo que se acercaban a sus clanes—. Pero debemos ser cautelosos. No podemos dejar que nadie se entere de esto o ya sabes lo que sucedería, sobre todo con tu padre que insiste en que dejes de buscar a mi hermana y te cases con otra dragona.

El príncipe azul Adám rugió suavemente, un sonido que hizo vibrar el aire a su alrededor. Era su lucha diaria, oponerse a todos los arreglos que concertaba su padre en busca de una esposa para el futuro rey del clan azul. Pero él estaba decidido a esperar por la princesa rosa.

—Lo sé, pero no puedo ignorar esta oportunidad. El domingo lo haré. Me acercaré a ella en su forma humana y comenzaré el cortejo —sus ojos se suavizaron al pensar en May—. Si es ella, mi corazón la reconocerá, incluso si su mente no lo hace. Tampoco dejaré que nadie se entere, capaz que si papá lo hace la convierta en una dragona y me case con ella.




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