Al día siguiente, la imagen de Mayra era deplorable. Sus escamas, normalmente brillantes como esmeraldas pulidas, lucían opacas y sin vida, como si hubieran sido cubiertas por una fina capa de ceniza volcánica. Sus ojos, habitualmente chispeantes como fuegos fatuos, estaban apagados y rodeados de sombras oscuras. Era evidente que no había podido conciliar el sueño durante toda la noche.
Como una autómata, apenas escuchó las palabras de preocupación de sus padres mientras desayunaba distraídamente un puñado de cristales de cuarzo energizantes. Con un batir de alas cansado, emprendió el vuelo hacia la escuela dracónica, serpenteando por los túneles cristalinos que conectaban las diferentes cámaras del clan esmeralda.
Al llegar a la gran caverna de aprendizaje, iluminada por enormes cristales bioluminiscentes que emitían una suave luz verdosa, sus amigas la recibieron con expresiones de asombro y preocupación.
—¡Por las llamas eternas, Mayra! ¿Qué te ha pasado? ¿Acaso te ha alcanzado la maldición de las escamas marchitas? —preguntó Elizabeth, con sus antenas vibrando de inquietud mientras examinaba a su amiga.
Mayra se acomodó pesadamente en la roca de obsidiana pulida que siempre ocupaba, junto a las demás elegidas. El calor que emanaba de la piedra, normalmente reconfortante, apenas lograba penetrar su letargo.
—No, es que no pude dormir —murmuró Mayra, con voz ronca y cansada—. Tuve pesadillas toda la noche. El Kraken Ness me atrapaba una y otra vez, arrastrándome a las profundidades del lago.
Sus amigas intercambiaron miradas de preocupación. Todas ellas, como elegidas del clan, eran educadas como si fueran a ser la propia reina. Sus lecciones abarcaban desde la antigua magia dracónica hasta la diplomacia con otras especies mágicas, pasando por el arte de la guerra y la sabiduría de los elementos. Sin embargo, nada en su entrenamiento las había preparado para enfrentar el miedo que ahora acechaba en las sombras de su refugio.
La maestra, una dragona anciana, la observó con preocupación, su mirada parecía contener la sabiduría de los siglos, se acercó al grupo con paso majestuoso.
—Mayra, querida —dijo con firmeza—, el miedo es como el fuego: puede consumirte o puedes aprender a controlarlo y usarlo como una herramienta. Hoy aprenderemos técnicas ancestrales de meditación dracónica para fortalecer vuestra mente y espíritu.
Mientras la clase comenzaba, Mayra intentó concentrarse, pero sus pensamientos seguían revoloteando entre las pesadillas de la noche anterior, el recuerdo de Adám y Andrés, y el peso de su destino como posible recipiente del espíritu de la reina.
Tras un gran esfuerzo y con la ayuda de la maestra, que la envolvió en una cálida energía esmeralda, Mayra al fin logró concentrarse. Sintió cómo su mente se liberaba de todo miedo, como si sus pensamientos fueran escamas que se desprendían suavemente, dejando espacio para la calma. Sin embargo, la preocupación por no volver a ver a los jóvenes persistía, como una brasa que se negaba a extinguirse.
"Adám, por favor, no te rindas. Espérame donde te dije, prometo que un día volveré a verte", pensó Mayra, exhalando un suave suspiro que hizo vibrar el aire a su alrededor. Para su asombro, la voz del joven resonó en su mente, clara como el tintineo de cristales: "Te esperaré, May. Sin importar el tiempo que pase, te estaré esperando".
Mayra abrió los ojos de golpe, sobresaltada. Su mirada, ahora alerta, recorrió la caverna de aprendizaje, buscando algún indicio de que alguien más hubiera escuchado aquella voz. Pero todas sus compañeras seguían sumidas en la meditación, sus cuerpos inmóviles como estatuas de jade, solo el suave movimiento de sus antenas delataba que estaban vivas.
¿Habría escuchado realmente la voz del humano, o era solo su deseo hecho realidad? ¿Acaso estaba desarrollando una conexión telepática, una habilidad rara incluso entre los dragones esmeraldas más poderosos? La idea hizo que sus escamas se erizaran con una mezcla de emoción y temor.
—Mayra... —la voz suave de la maestra, se deslizó en su conciencia. Sin abrir los ojos, la anciana dragona había percibido la agitación de su alumna.
Obediente, Mayra cerró los ojos de nuevo, esforzándose por volver a ese estado de calma. Intentó concentrarse, buscando en las profundidades de su mente aquella voz que había escuchado. Visualizó corrientes de energía esmeralda fluyendo a través de su cuerpo, desde la punta de su cola hasta sus cuernos, tratando de sintonizar con esa frecuencia misteriosa que la había conectado con Adám.
Pero por más que lo intentó, solo encontró silencio. Un silencio profundo y vasto como las cavernas inexploradas bajo el reino de los dragones. Mientras Mayra luchaba por recuperar esa conexión efímera, no se percató de que sus escamas comenzaban a emitir un tenue resplandor entre rosa y azul, algo inusual durante la meditación.
La maestra, sintiendo el cambio en la energía de la joven dragona, esbozó una sonrisa enigmática. Quizás, pensó la anciana, el destino de Mayra era más complejo y fascinante de lo que cualquiera hubiera imaginado. La lección continuó en silencio, pero en el corazón de Mayra, una nueva llama de esperanza se había encendido, una que prometía cambiar su destino.
Mientras tanto, en el majestuoso palacio imperial de los dragones, cuyas torres de cristal y oro se elevaban hacia el cielo como garras de un titán, se había dado la voz de alarma. El informe sobre la captura y posterior escape del príncipe de los Kraken Ness había sacudido los cimientos mismos del poder draconiano.
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Editado: 19.11.2024