Mayra se quedó pensativa, le parecía que había visto esos ojos azules muchas veces. El joven era muy apuesto pero nunca se acercaba a ella. También estaban aquellos ojos negros que la perseguían a donde quiera que fuera, sin olvidar los ojos de Maurin, verdes esmeraldas que no dejaba de seguirla a cuanta presentación ella hiciera.
Sin embargo, a pesar de conocer el gran afecto que Maurin el hermano de una de sus mejores amigas despertaba en ella, no sabía por qué no se decidía a aceptarlo. Era algo que ni ella misma se podía explicar. Las pocas veces que había conversado con él y estaba tentada de aceptar su amor, sentía que traicionaba a algo o a alguien. Era un sentimiento que ni ella misma podía descifrar.
Mayra suspiró, recostándose en el asiento del coche. Su mente divagaba entre recuerdos difusos y sensaciones inexplicables. Esos ojos azules que acababa de ver le provocaban una extraña nostalgia, como si pertenecieran a un pasado lejano que no lograba recordar.
—¿Estás bien, May? —preguntó Andrés, notando su repentino silencio.
—Sí, solo... pensaba —respondió ella, forzando una sonrisa—. ¿Sabes? A veces siento que hay algo más allá de todo esto, como si nuestra vida fuera solo una parte de algo más grande.
—¿A qué te refieres?—preguntó su hermano Andrés mirándola intrigado.
—No lo sé con certeza —admitió Mayra—. Es como si tuviera recuerdos de otra vida, de otro lugar. Pero cuando intento aferrarme a ellos, se desvanecen.
El coche se detuvo frente al club. Mayra observó su reflejo en la ventana, preguntándose por qué sentía esa constante dualidad en su interior. Por un lado, estaba su vida como bailarina, sus amigos, su familia. Por otro, esa sensación persistente de que había algo más, algo que no lograba alcanzar.
—Vamos, May —dijo uno de sus hermanos, abriendo la puerta—. Tus amigas te están esperando.
Mayra asintió, saliendo del coche. Mientras caminaba hacia la entrada del club, no pudo evitar mirar hacia atrás, buscando inconscientemente esos ojos azules que la habían perturbado. Pero ya no estaban allí. Se habían desvanecido, como tantas otras cosas en su vida que parecían estar al borde de su comprensión.
"Algún día", pensó, "descubriré qué es lo que me falta, qué es lo que busco". Y con esa determinación, entró al club, lista para sumergirse en la familiaridad de su vida actual, mientras una parte de ella seguía anhelando descubrir los secretos que su corazón parecía guardar.
Sonrió complacida al ver a todas sus amigas sentadas en una mesa. Junto a su hermano Andrés se dirigió hacia ellas, que las recibieron felices de que hubiera podido llegar.
—Pensé que no ibas a poder, Mayra —dijo Lily, moviéndose para dejarle espacio.
—Por suerte el ensayo terminó temprano hoy y papá fue a buscarme en el auto y me trajo directo con mis hermanos. Mírenlos allá en el bar —señaló a sus tres hermanos que conversaban entre ellos mientras esperaban sus bebidas—. Esthela, ¿es verdad que el príncipe Erick va a venir hoy con sus amigos?
—¿Por qué me preguntas? —preguntó Esthela ruborizada—. Dejen de pensar que entre él y yo hay algo que no es así, solo nos saludamos con amabilidad cuando trabajamos juntos.
—No es lo que parece, todo el mundo se asombra de que cada vez que haces algo, él aparece y no se separa de ti —agregó Mayra con una sonrisa pícara.
—Entonces si es por eso, tú eres novia de mi hermano Maurin —rebatió Esthela—. Pues siempre anda detrás de ti, míralo allí, no deja de verte.
Todas giraron la cabeza para mirar a los hermanos de Esthela que acababan de llegar junto al príncipe Lotha, que aunque no ostentaba ese título, todos sabían que era el hijo de la destituida reina esmeralda. No se podía negar que todos los jóvenes como ellas, estaban en la flor de la juventud. Eran muy apuestos y llamaban la atención a donde quiera que aparecían.
Un murmullo se elevó de pronto entre el público y enseguida todas vieron el motivo: había acabado de llegar el príncipe heredero Erick junto a varios de sus amigos. Mayra dio un respingo al ver que justo detrás de él, unos ojos azules que parecían soltar destellos se posaron fijamente en ella, haciendo que se estremeciera.
—¿Y aún dices que no son nada, Esthela? —preguntó Elenita riéndose al ver cómo cambiaba de color—. Deja de ruborizarte que se va a dar cuenta. Oh, ahí vienen tus hermanos, yo me voy, no quiero que Lotha empiece de nuevo.
—Ni que no te gustara —dijo Nancy riendo al ver cómo ella se iba en compañía de María y Lily—. No le huyas que al final siempre caes.
—Déjala tranquila, Nancy —intervino Saray—. El príncipe trajo nuevos amigos, ¿los conoces, Esthela?
—¿Por qué me preguntan? No sé nada de la vida del príncipe —protestó Esthela sin poder apartar los ojos del apuesto príncipe.
—No es por eso, sino porque vives en el palacio esmeralda, quizás los hayas visto antes —respondió Saray mirando a los apuestos jóvenes que seguían al príncipe heredero, que tal parecía que buscaban dónde sentarse.
—Mejor vamos a bailar, no quiero que mis hermanos me pongan en ridículo como la otra vez, sobre todo Lotha que se cree que soy de su propiedad o su verdadera hermana —y sin más se puso de pie seguida por las demás hasta el centro de la pista.
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Editado: 19.11.2024