El Destino De La Princesa Dragón Rosa

48. LA FIESTA

El auto rugió cuando Adam pisó el acelerador con fuerza, haciendo que Erick se sujetara del tablero mientras Oryún y Preston intercambiaban miradas preocupadas desde el asiento trasero. El Audi negro cortaba la noche como una sombra furiosa.

—Tranquilo, hermano. Vas a hacer que nos matemos, y sabes que ni siquiera eso nos serviría de algo en este momento —dijo Erick, intentando calmar a su amigo mientras observaba el velocímetro rozar peligrosamente los ciento sesenta km/h.

Adam aflojó ligeramente el pie del acelerador, pero sus nudillos seguían blancos de la fuerza con que apretaba el volante de cuero. Sus ojos, normalmente de un azul profundo como el océano, comenzaban a mostrar destellos dorados, señal inequívoca de que su naturaleza dragón luchaba por manifestarse bajo su piel humana.

—No puedo soportar verla con otro —gruñó entre dientes, su voz ronca por la rabia contenida—. Cada vez que ese humano la toca, siento que mi sangre hierve. Ella debería recordar quién es, quiénes somos. Tantos años esperándola y ahora...

—No sabemos con seguridad si la esencia de tu esposa está dentro de esa humana, Adam —interrumpió Erick, el príncipe heredero, con voz firme —. Sabes que debemos protegerla hasta confirmar nuestras sospechas. No podemos arriesgarnos a exponernos.

El auto atravesaba la ciudad a gran velocidad. Las luces nocturnas se reflejaban en el parabrisas, creando sombras danzantes que parecían burlarse de su frustración. El rugido del motor era como un eco de la tormenta que se agitaba en el interior de Adam.

—Tal vez... —continuó Erick con cautela, midiendo cada palabra— deberíamos considerar la posibilidad de que este sea su camino en esta vida. Los antiguos textos hablan de que algunas reencarnaciones son diferentes por una razón. Tienes que tener paciencia y no enamorarte de esa humana, o tal vez...

Adam frenó bruscamente en un semáforo en rojo, el chirrido de los neumáticos cortando el aire nocturno. Se giró para enfrentar a su amigo, sus ojos ahora completamente dorados.

—¿Me estás sugiriendo que me rinda? ¿Que la deje ir así sin más? —preguntó Adam con la emoción contenida—. No sé si está la esencia de mi esposa en ella, pero te juro que yo siento que sí. La amaré sin importar que sea humana. La amaré en esta vida y en todas las que vengan.

Minutos después, llegaron a la casa de Mayra. El lugar estaba iluminado y la música se escuchaba desde la entrada. Varios autos ya estaban estacionados frente a la residencia.

—Recuerda comportarte como humano —le advirtió Erick mientras bajaban del auto—. Nadie debe sospechar lo que somos.

Al entrar, la sala y el jardín estaban llenos de jóvenes bailando y conversando. El ambiente era festivo, con luces de colores y música moderna. Adam escaneó inmediatamente el lugar hasta que la encontró: Mayra estaba en el centro del jardín, bailando con Maurin. Su risa llegaba hasta él por encima de la música.

—Voy por algo de beber —gruñó Adam, dirigiéndose a la mesa de bebidas, necesitaba distraerse de alguna manera.

—No hagas ninguna tontería —le advirtió Oryun—. Recuerda que aquí todos somos humanos normales. Nada de usar magia que te conozco.

Erick observaba la escena con preocupación. Conocía bien a su amigo y sabía que estaba al límite de su control. Para los demás, eran solo un grupo de jóvenes en una fiesta, pero la realidad era mucho más compleja. Si tan solo los humanos supieran que entre ellos había príncipes dragones...

—¿Quieres que te acompañe? —ofreció Erick, siguiendo a Adam.

—Estoy bien —respondió secamente, mientras se servía un refresco, intentando mantener su apariencia humana aunque por dentro su naturaleza dragón rugía por salir.

Mientras tanto, Mayra permanecía ajena a las tormentas que aquejaban a Adam. Reía con Maurin, quien bailaba frente a ella sin atreverse a tocarla, manteniendo esa distancia que ella sutilmente imponía. La música resonaba en el jardín mientras las luces de colores creaban un ambiente festivo.

Maurin llevaba enamorado de ella desde hacía mucho. Mayra lo sabía; lo había visto en cada una de sus presentaciones de danza, siempre en primera fila, siempre con esa mirada de admiración que iba más allá del arte. Esta noche, cediendo a la insistencia de sus amigas que la empujaron entre risas a la pista, bailaba con él, pero manteniendo esa invisible barrera que ni ella misma entendía. Porque aunque Maurin le gustaba, aunque sentía una extraña familiaridad con él, algo en su interior la detenía cada vez que él intentaba acercarse más.

—No sabía que habías invitado al príncipe heredero —comentó Maurin, sin apartar la vista de Erick y Adam, quienes desde la mesa de bebidas no dejaban de observarlos. Tenía una expresión de preocupación mal disimulada—. ¿Y Nereus? ¿También lo invitaste?

Mayra siguió el rumbo de su mirada, solo para encontrarse con aquellos ojos azules que parecían brillar con luz propia en la penumbra del jardín. Por un instante, el mundo pareció detenerse.

—No invité a nadie —respondió ella, apartando la mirada con dificultad—. Fue mi hermano Andrés quien los invitó. No podía negarme.

Mientras lo decía, una parte de ella se preguntaba por qué la presencia de Adam la perturbaba tanto. Por qué cada vez que sus miradas se cruzaban sentía que algo poderoso se agitaba en su interior, como un recuerdo que se negaba a tomar forma.




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