El Destino De La Princesa Dragón Rosa

49. LA FIESTA EN LA CASA

Cuando Mayra entró junto a sus hermanos en la sala de su casa, se asombró al ver al mismísimo rey conversando amablemente con su padre. El señor Maximiliano siempre había contado que era amigo personal del rey, que habían combatido juntos en una guerra, pero nadie estaba seguro de creerle o no, pues la guerra que mencionaba había ocurrido hacía muchos años.

Al ver a sus hijos, Maximiliano se puso de pie y fue a su encuentro para regresar donde ya el rey se había levantado con una sonrisa.

—Majestad, estos son mis hijos: Ariam Andrés y Mayra —dijo con orgullo—. Y también Max e Isac, los menores.

Los cuatro hermanos se inclinaron ante el rey, quien hizo una leve reverencia con su cabeza mientras les indicaba que se sentaran. Ellos lo hicieron con miradas curiosas.

—Le decía a su padre que me interesaría, claro está si ustedes aceptan, que vinieran a pasar un tiempo en palacio —dijo el rey con una sonrisa, sin dejar de observar primero a Ariam Andrés y luego a Mayra—. Felicidades por tu éxito, jovencita, aunque he de advertirte que no aceptes las primeras propuestas sin que tu padre las examine muy bien; es muy sabio y sabrá qué es lo mejor para ti.

—Muchas gracias por el halago, su majestad. Pero Mayra tiene muy claros sus objetivos, no se irá a ningún lugar lejano —respondió Maximiliano tomando la mano de su hija—. En cuanto a su invitación, será un honor aceptarla.

Aunque estaban halagados, Ariam Andrés y Mayra se miraron entre ellos; había algo en el ambiente que no se les escapaba, una pequeña tensión que no sabían a qué achacar. Pero como siempre, obedecerían a su padre. En eso entró la señora Mayra seguida de unos jóvenes que portaban bandejas con aperitivos y bebidas.

—Su majestad, ¿nos haría el honor de compartir con nosotros? —preguntó con una ligera reverencia digna de una reina.

—Por supuesto, no me perdería por nada sus deliciosos pastelitos —dijo el rey con una familiaridad que asombró a los jóvenes.

Rápidamente colocaron todo en las mesas de centro y con cortesía le sirvieron al rey, quien por un momento a Mayra le pareció que cambiaba el color de sus ojos a un rojo brillante al ver los pasteles, pero al pestañear, ya estaban negros. Miró a su hermano mayor, que estaba enfrascado en vigilar a su novia, quien acababa de entrar en compañía de todas las amigas más cercanas de Mayra.

—¿Y dime, Ariam, alguna dama ya robó tu corazón? —preguntó el rey mientras seguía la mirada del joven.

—Pues hay una, majestad —contestó Ariam Andrés mirando a Ariadna, que le sonreía con nerviosismo—. Creo que ya me atrapó.

El rey miró a Ariadna, y otra vez Mayra observó cómo sus ojos se ponían rojos y no solo eso: de ellos salían unos rayos rojos que se posaron en su cuñada, que para su sorpresa, se volvió rosada por unos segundos. Mayra miró a todos para ver si habían visto lo que ella, pero todos sonreían al ver a la joven llegar y realizar una reverencia con una perla en su frente, que desapareció al dejar el rey de mirarla.

—Ella es mi princesa Ariadna, majestad —dijo Ariam Andrés poniéndose de pie para ir a su encuentro.

—¿Princesa, eh? —sonrió el rey mientras se volvía a concentrar en los pasteles de su plato—. Pues te felicito, príncipe, hacen buena pareja.

Todos sonrieron felices al escuchar al rey llamar príncipe a Ariam Andrés. Luego vieron acercarse al príncipe heredero Erick en compañía de su séquito, que vino directo a donde su abuelo comía los pasteles. Después de un pequeño intercambio, todos dejaron a los mayores en su sitio y se dirigieron al salón dentro de la casa donde se encontraban todos los amigos más cercanos. Mayra reía con las chicas, que estaban empeñadas en que ella se hiciera novia de Maurin.

—Vamos Mayra, no seas mala con mi hermano —le decía Esthela—. Lo traes nervioso al bailar con el guardia del príncipe.

—Adam Ludovic es solo un galante compañero, nada más —dijo Mayra y lo buscó con la mirada; lo vio no muy lejos con los ojos fijos en ella y sintió cómo su corazón saltaba, pero luego miró a Maurin y le sonrió—. Tu hermano es otra cosa para mí.

Por un momento, todas miraron a los dos jóvenes como si los compararan. Maurin en verdad era un apuesto joven que seguía a Mayra desde siempre. En cuanto a Adam Ludovic, no podían negar que era en verdad más apuesto que el primero, pero con un aire de misterio, sobre todo por el modo en que la observaba.

—Uf, Mayra, difícil decisión —dijo Elenita—. Pero mejor te quedas con el que conoces y sabes que da la vida por ti.

—Dejen eso chicas, saben que no quiero tener novio ahora —dijo ella sin dejar de mirar a Maurin, aunque sintiendo la mirada de Adam fija en ella.

—Señorita Mayra —se sobresaltó al escuchar una gruesa y profunda voz llamarla a su lado. Se giró para encontrarse con el extraño que parecía haber aparecido de la nada, quien la tomó por un brazo tirando de ella con suavidad—. Soy amigo de Nereus, él me envió para proponerle que sea la bailarina principal de una compañía de baile en su país.

Mayra soltó su brazo al sentir la frialdad de la mano del extraño y retrocedió dos pasos. Miró al hombre que le parecía familiar; había algo en su mirada que le recordaba a su antiguo compañero de baile Nereus. Pero enseguida se percató de que no lo conocía.




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