El sirviente observa nerviosamente a su señor mientras éste aprieta con fuerza su copa de agua, haciendo que pequeñas ondas se formen en la superficie del líquido.
—Pero mi señor, ¿y si las marcas no aparecen porque ella aún no ha despertado completamente? —pregunta el sirviente que piensa que deben escapar antes de que Adam le cuente todo al príncipe heredero y los atrapen, o peor, le avise a sus padres los emperadores dragones en el pasado y le hagan algo a su príncipe encerrado en un calabozo del palacio imperial.
En ese momento, como si hubiera sentido la intensidad de su mirada, Mayra gira la cabeza directamente hacia su mesa. Sus ojos se encuentran por un breve instante y Nereus puede ver cómo un destello rosado cruza por las pupilas de la joven. Ella lo saluda con la mano y gira hacia sus amigas dando la espalda a su antiguo compañero de baile.
—¿Lo ves? —susurra Nereus con una sonrisa satisfecha—. Su aura responde a mi presencia. El dragón rosa en ella reconoce al Kraken.
Al otro lado del restaurante, Mayra se lleva una mano al pecho, sintiendo un calor extraño que emana de su collar, aquel que había pertenecido a su abuela y que nunca se quita. Por un momento, le parece ver que las pequeñas piedras rosadas incrustadas en él brillan con luz propia.
—¿Estás bien? —pregunta Esthela, notando el gesto de su amiga.
—Sí, es solo que... —Mayra se interrumpe al ver que todos los jóvenes que forman el círculo de sus amistades entran en la cafetería—. No es nada, sólo que me sorprendió ver a Nereus aquí.
—¿Tu antiguo compañero de baile? Ese chico es extraño —opina Esthela girando su cabeza para ver a Nereus, que la saluda también, pero ella no le devuelve el saludo al ver entrar a Lotha con todos los demás.
La comitiva es impresionante, todos son apuestos jóvenes en la flor de la juventud que hacen que todas las miradas de las mujeres giren a verlos. Pero ellas no les prestan especial atención, renuentes a que piensen que los están invitando a sentarse con ellas. Disfrutan de estar a solas entre chicas, así pueden hablar de todo sin tener que pensar qué decir o hacer ante su presencia.
—¿Se han dado cuenta de que todos los chicos vienen todos los días a la hora en que bajamos nosotras a la cafetería? —pregunta Elizabeth.
—Yo sí —responde Yenny—. Yo misma le digo a Leoric la hora cuando me escribe para preguntarme lo que vamos a hacer. Yo no voy a dejar que nadie me lo robe, perdón mi amiga, ese bombón es mío, ja, ja, ja... Lo consolaré y enamoraré, así que nadie más lo escoja, ¡Leoric es mío!
—Ja, ja, ja..., ¡así se habla Yenny! Ese chico se merece ser feliz, y que se olvide de Esthela —la elogia Saray—. ¿Ves Mayra? Reacciona y acaba de decirle que sí al pobre de Maurin, se la pasa viajando detrás de ti.
—¡No exageres Saray! Solo va a los estrenos —protesta, aunque sabe que es verdad. Incluso se pone ansiosa cuando no lo ve; ella baila especialmente para él.
Gira su cabeza para ver al chico que le sonríe. Ella le sonríe de vuelta, no puede negar que le encanta la expresión de admiración y amor que le dedica, junto al enorme ramo de flores que le envía en cada una de sus presentaciones por muy insignificante que sea. Maurin no deja de animarla siempre. Pero sobre todo, su presencia la llena de una enorme seguridad y baila con toda su alma sabiendo que allí, en primera fila, hay alguien que la mira con verdadera pasión y que entiende lo que ella hace y le dice con su cuerpo.
Mayra suspira por un momento concentrándose de nuevo en su bebida. A su mente viene Adam, el joven guardia del príncipe heredero, al cual conoció hace poco. No puede dejar que esa repentina confusión borre todos los años de dedicación que le ha brindado Maurin. Porque ahora que lo piensa mejor, ella siente que también lo ama y se lo ha dicho de múltiples maneras cuando baila; sabe que Maurin la entiende, pero ninguno de los dos se decide a dar el paso definitivo. Él se atraganta cada vez que se lo va a pedir, y ella teme que si lo hace, lo pierda como amigo. Así los dos saben que se gustan, que se desean, pero no pasa nada.
Mayra juguetea con la pajita de su bebida mientras observa el reflejo de Maurin en el cristal de la ventana. Sus pensamientos divagan entre el cariño profundo que siente por él y la inexplicable atracción que sintió al conocer a Adam, el aparentemente simple guardia del príncipe Erick.
—¿No te parece extraño? —dice Esthela, inclinándose sobre la mesa—. Últimamente lo vemos aparecer siempre donde estamos.
—Probablemente es solo una coincidencia —responde Mayra, jugueteando con su bebida—. Nereus siempre fue muy bueno conmigo. Aunque es extraño, no es una mala persona.
—Si tú lo dices —contesta Saray, cruzándose de brazos—. Pero insisto, tienes que dejar de darle vueltas y aceptar de una vez que estás enamorada de Maurin.
—En eso tengo que darle la razón a Saray —interviene Esthela—. Maurin no deja de pensar en ti, sabes que desde que te conoció quedó flechado. Incluso se apuntó a clases de baile porque mencionaste que no podrías salir con alguien que no supiera bailar. Se convirtió en el mejor y aún así lo mantienes a distancia. Vamos, dale una oportunidad a mi hermano.
Mayra baja la mirada hacia su bebida, evitando los ojos inquisitivos de sus amigas. Es cierto que Maurin ha hecho todo lo posible por conquistarla, y ella siente algo especial por él, pero hay algo que no logra explicar, una sensación de que falta una pieza importante en sus sentimientos.
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Editado: 19.11.2024